Por:Manolo Pichardo
Una información del diario Página 12, publicada el 18 de este mes, bajo la firma de Eric Nepomuceno, da cuenta de que el presidente de facto brasileño, Michel Temer, admitió en un programa de televisión que «Dilma fue víctima de una jugada injustificada», en la que él fue, por supuesto, actor activo y de primer orden como beneficiario puente, porque el objetivo real estaba más allá de él; buscaba, como busca en toda América Latina, sembrar el caos que permita al autor de la urdimbre recuperar los negocios perdidos en la región durante los gobiernos progresistas.
La inesperada confesión de Temer podría encontrar explicación en el hecho de que «El Plan» se salió de la perfección calculada por los «nativos», pues suponía que éste saldría ileso y con las posibilidades de buscar la presidencia por la vía legitima, pero la justicia lo acecha y su popularidad cae por debajo del 5 por ciento. Para los titiriteros, en cambio, el guion va bien: Brasil se sume en el caos institucional esperado; la principal potencia económica de la región no estaría ya en condiciones de liderar procesos de cambios que impliquen mayor soberanía, control de los recursos naturales y procesos de integración económica y política «amenazantes».
El juicio de valor de quien fuera el vicepresidente de Dilma lleva a una inevitable conexión con procesos políticos desestabilizadores puestos en marcha en otros países latinoamericanos, siendo el que más sobresale, Venezuela, porque es donde más empeño han puesto los titiriteros, en razón de que el petróleo en manos de un gobierno contrario, ha servido para financiar las políticas sociales que daban sustento popular al gobierno, que por demás diseñó programas de solidaridad internacional que también fortalecían a otras administraciones vistas por Washington como rebeldes o hijas malcriadas.
La vía económica para dar inicio a la desestabilización era la más apropiada para llevar al caos, y, como la economía venezolana depende desde hace más de 70 años de la exportación del oro negro, desplomar los precios en el mercado internacional, sería el inicio de la trama, además de que arrastraría objetivos fuera de la región, entre los que estaban Rusia e Irán; la explotación de petróleo de esquisto para saturar el inventario del crudo a nivel mundial, vendría a ser el arma económica para asfixiar un país en el que el 95 por ciento de sus exportaciones descansan en el líquido fósil que sirve de principal fuente energética del planeta.
El desplome de los precios en el barril del petróleo de más de 100 dólares el barril a menos de 30, significaba para el país andino una caída en las divisas que, como consecuencia traía desabastecimiento, dificultades en el financiamiento a las políticas sociales y los planes solidarios mantenidos en el ámbito internacional. El objetivo parecía logrado, pero el Temer venezolano no ha aparecido por lo que apuestan a las calles, la violencia y a la mismísima OEA que legitimó la intervención militar estadounidense en República Dominicana para impedir el retorno de Juan Bosch, electo democráticamente por el pueblo con más del 60 por ciento de los votos y derrocado a los 7 meses por los Estados Unidos y la complicidad de esta entidad.
A esa OEA, la que actuó en complicidad, desde su creación, con los Estados Unidos para silenciar la violación a los derechos fundamentales de los ciudadanos de toda América Latina, bajo el signo de un panamericanismo que sentó sus bases en el eslogan de la Doctrina Monroe «América para los americanos», en el que el gentilicio solo era válido para los estadounidenses, en franco lenguaje de dominación que no disimula el objetivo de ser dueños y señores del resto del continente. Esa OEA que retoma su rol de instrumento del Departamento de Estado para evitar el latinoamericanismo, como concepto que arropa la unidad de los pueblos de América Latina sin el tutelaje del que siempre se creyó el hermano mayor con el derecho a la herencia que la naturaleza regaló al resto.
Los hilos de las manos que mueven a Latinoamérica hacia el caos se extienden hasta Ecuador, en el que pretendieron aplicar el método Argentina: desestabilizar desde un gobierno surgido de las urnas, tras dividir internamente a las fuerzas progresistas. Pero no les fue posible porque Alianza País derrotó el retroceso. No conformes, se comienzan a tomar las calles y amenazan con incendiar a Quito, porque la lógica es alcanzar el poder a como dé lugar para debilitar las instituciones democráticas y entregar el patrimonio nacional a los de «la Mano que mece la cuna».
Bolivia es también un blanco. Allí las organizaciones no gubernamentales financiadas por la Usaid, mantienen en constante asedio al gobierno de Evo Morales, quien ha denunciado la participación de esta entidad estadounidense en los planes sediciosos en contra del gobierno electo de forma abrumadora por el pueblo boliviano.
Apostar al caos, es apostar al quiebre de las instituciones regionales como el SICA (de ahí la presencia de la Cicig, en Guatemala y su pretendida expansión a toda Centroamérica), Unasur, Mercosur, Celac; en fin, detener el proceso de unidad latinoamericana, detener su pujanza, su marcha hacia procesos de independencia auténticos, no formales. Pero esta es una batalla que aún no ganan los titiriteros, es una lucha en la que se conjugan factores regionales y extraregionales determinantes en la recomposición geopolítica global que marcha por las inescrutables rutas de las fuerzas sociales que sirven de motor a la Historia.
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