Por: Harris Castillo
Hay mayor alegría en dar que en recibir. Es una cita que recoge el libro de «Hechos» en las sagradas escrituras.
Para qué existe el ser humano? Cuál es el propósito de nuestro paso fugaz por este mundo? Nacer, crecer y morir, es el ciclo lógico de toda especie, y se sabe que cada una ocupa lugar y función específica en el planeta. Solo la función del hombre sigue siendo sujeto de debate, pues habiendo sido hecho a imagen y semejanza de Dios, no se explica su falta de gerencia en los asuntos del mundo. Muchas especies se han extinguido y hasta la civilización humana está en riesgo, fruto de la falta de pericia humanoide. Para los Darwinistas el asunto es más simple.
Nuestra sociedad fue fundamentada en principios y valores, dogmaticos, mágico religiosos, filosóficos, que proponen sentido y razón, y tratan de explicar el propósito existencial. Dentro de ellos resalta la ética como valor intrínseco del ser y su sujeto de estudio, la moral como comportamiento del ente en sociedad. El hombre, aun no ha podido explicar el propósito de su existencia como especie partiendo de la ciencia.
En la vida diaria, el hombre como animal político, no ha encontrado su lugar, y se desplaza entre las fronteras de la fe religiosa y el evolucionismo, haciendo acopio del Orteguismo del «yo y mis circunstancias», de «la ley del más fuerte», pero yendo a misa, aunque sin diezmar.
La solidaridad, uno de los valores más excelsos del hombre como raza, ha sido la herramienta por excelencia para oxigenar la tan amenazada esperanza de un mundo mejor. Sin embargo ella, la solidaridad, tampoco escapa a la amenaza, pues el hombre, como animal político, la prostituye, la utiliza para infringirse placer a costa de los miserables, en cuyas arcas solo queda la esperanza, y en su nombre, con gusto, entregan su dignidad.
Donar, es solidarizarse con quienes necesitan, y en el debate filosófico está inconcluso si se debe sentir placer o pesar. Donar es ser parte de la solución y esto debe producir placer; pero la solución antepone la existencia de una necesidad que en justicia divina o en teoría evolutiva, no debiera existir, y esto debe producir pesar.
Donar es un acto de amor, de bondad, de altruismo. Nadie publica en los medios las ofrendas que hace en los templos. Nadie procura que los ancianos lleven sus pañales desechables con etiqueta de «donados». Nadie pone sello en las medicinas donada a los enfermos. Ningún vecino pasa un plato de comida con calcomanía «donada». Los estudiantes no entran a sus aulas con una camiseta de lectura «becado». Ningún chofer lleva de gratis un viajero a cambio de un letrero «de bola», en su camisa.
Según Pierre Corneille «la manera de dar, vale más que lo que se da». San Mateo lo dice más explícitamente, «cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda, lo que hace la derecha».
Cuando una donación está condicionada a ser publicitada, pierde el sentido altruista. Va más lejos, refleja complejos de personalidad, de autoestima, de inferioridad.
Maslow advierte que no se puede llegar a la autorrealización, sin haber agotado el proceso de satisfacción a las necesidades humanas inferiores en su escala. Generalmente las donaciones satisfacen necesidades de niveles inferiores, y cuando se somete al receptor, individual o colectivo al intercambio de dicha donación por su agradecimiento público, se busca llenar la necesidad de reconocimiento del que dona, más que la solución de la necesidad del que recibe.
Eso explica por qué, las personas piensan que cuándo alguien dona algo y lo despliega en todos los medios, está buscando algo.
Ningún individuo ni colectivo humano, puede alcanzar su potencial sobre la base de las donaciones condicionadas al agradecimiento público, ya que ese agradecimiento es un compromiso involuntario impuesto por su carencia que le impide disentir, llegando al siguiente estado de impotencia que genera infelicidad y la infelicidad se convierte en improductividad y falta de creatividad, por ausencia de entusiasmo.
Y es que la donación por intercambio de publicidad o agradecimiento, no es donación.
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