Hay países en el mundo, donde anulan legalmente a los grandes depredadores del medioambiente. Se les trata como criminales y sociópatas; así mismo recae sobre ellos todo el peso de la ley, rigurosa e implacable. Por esto, esos países pueden exhibir con orgullo paisajes insuperables y se convierten en destinos costosos, muy visitados por ciudadanos globales.
El Centro de Política y Ley Ambiental de la Universidad de Yale, desarrolló el Índice de Desempeño Ambiental (EPI, por sus siglas en inglés), para evaluar las políticas verdes de 180 países, resultando en el 2020 Dinamarca, Luxemburgo y Suiza en los primeros 3 lugares de positividad, República Dominicana en el lugar 74 (dos años antes había estado en el 46) y nuestro vecino Haití en el lugar 170, es decir, entre los 10 peores.
San José de Ocoa no escapa a esta realidad y se convierte en un espectáculo recurrente, la depredación de nuestros bosques. No hay grandes intervalos de tiempo entre una y otra escena deprimente, donde el hombre conspira contra la naturaleza y la vida en sentido general, inspirado por su insaciable apetito de beneficios personales.
¿Cómo es posible que sigamos siendo escenario, de bochornosos actos de crímenes contra el medioambiente?
Luchamos por exhibir al país y al mundo nuestras bellezas, que pueden catapultarnos como un importante destino turístico, amigable a la naturaleza. Pero paralelamente, sectores poderosos y otros que ni tan poderosos son, operan por encima de la ley y el orden. Este entramado es viejo, es un vicio sistémico que actúa como muro de contención a nuestras metas comunes de crecimiento y desarrollo sostenible. Un desarrollo que nos permita seguir avanzando, combatir la contaminación, la sequía y minimizar el impacto al medioambiente, en sentido general.
Se llevan a cabo luchas circunstanciales, a veces se “da el ejemplo” con uno que otro depredadorcito de poco alcance, pero el mal avanza y muchas de nuestras más hermosas áreas naturales, se convierten en víctimas de la ambición o del demonio destructor que opera en algunos hombres. Los mismos que andan con el “pechito parado” mofándose de los ciudadanos comunes. Se salen con la suya una y otra vez.
¡Quién ama a San José de Ocoa la cuida! Hasta se sacrifica por el bien común. No anda destruyendo escenarios naturales, porque dos o tres matas le afectan parte de su producción o por sus deseos de hacer construcciones y privatizar, para su provecho personal. ¿Es acaso la producción particular más importante que el recurso común?
No quiero imaginar la visita de cientos de turistas, amantes de la naturaleza, que de repente se encuentren con la muestra de salvajismo que recientemente vimos en la zona de El Pinar.
Esta semana solo protesto… un derecho que tenemos todos y que casi nunca ejercemos. Me uno a las voces que claman por respeto a nuestros recursos naturales. Pido contundencia contra el crimen medioambiental. Ocoa es de todos; nadie puede echarse a la provincia en un bolsillo y convertirla en desierto. Tengo fe en el porvenir y en la firme determinación de nuestras autoridades.
Con esa misma fe, espero por acciones contundentes.
“Además, la tierra no se venderá en forma permanente, pues la tierra es mía; porque vosotros sois sólo forasteros y peregrinos para conmigo”.
(Levítico 25:23)
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