Desde hace varios años he venido observando, y diría que con mucha preocupación, la forma en la que se ha venido y se continúa irrespetando la figura del presidente de la República. De hecho me referí al tema en julio del año pasado en otros de mis artículos al que titulé “Una ruta peligrosa hacia el irrespeto generalizado”.
Igual ocurre con los expresidentes de la República que de la misma manera son irrespetados sin ningún tipo de frenos por parte de quienes se sienten con el derecho de decir lo que entiendan, sin reparar en las formas, lacerando de paso el fondo de lo expresado, pese a poder tener razón en cuanto al fondo de la inquietud planteada.
Señalo los casos de ese irrespeto a la figura del presidente y de los expresidentes de la República en el interés de destacar que si esas figuras no son respetadas al menos en lo que respecta a la forma de dirigirse a los mismos, es de ilusos pensar que se podrá respetar a los demás ciudadanos, tengan o no funciones.
No comulgo ni comulgaré jamás con la idea de rendir pleitesía a dichas figuras creyéndolos modernos Zeus con los que no se pueden disentir, y ni por asomo con la idea de que hay que estar de acuerdo con todo lo que expresen o dedican o hayan expresado o decidido; eso jamás. De lo que hablo aquí es del respeto debido porque cuando se llega a las descalificaciones personales no sólo se irrespeta la figura atacada, sino que además se pierde fuerza en el argumento.
He visto cómo la figura presidencial ha sido irrespetada de manera reiterada, siendo en el caso del actual mandatario llamado incluso y de manera reiterada como asesino en pleno salón de la Asamblea Nacional, y siento que por ese camino sólo llegaremos al caos generalizado donde nadie respete a nadie y todos sabemos las nefastas consecuencias que esto puede generar.
De hecho, cada vez son más las personas de cierta solvencia moral y prestigio social que ni locos aceptarían una función pública por el temor a ser zarandeados en la opinión pública sin ningún tipo de consideración ni miramiento, y ya con eso es la sociedad misma la que se expone a prescindir de verdaderos ciudadanos al frente de las funciones públicas, y si cada vez son menos los que se motivan para ir a esas funciones entonces no hay que ser un genio para avizorar quienes terminarían ocupándolas.
En mi caso creo firmemente en la disidencia y en los puntos de vista diferentes, pero igual creo en el respeto hacia los demás y a sus ideas, sin que tengamos que comulgar con las mismas. En otras palabras, me siento con el derecho a disentir con todo el que no esté de acuerdo, pero igual sé es mi deber respetar sus ideas, aun cuando no coincidan con las mías.
Tal y como destaqué aquella vez y hoy reafirmo, “soy del criterio de que no hay que aplaudir todo lo que digan o hagan los demás o quedarse callado cuando no estemos de acuerdo con lo planteado, pero de ahí a promover o comulgar con el irrespeto desmedido a la hora de mostrar un punto de vista diferente eso jamás”, y esto así porque sigo creyendo que “al hacerlo estaríamos promoviendo el irrespeto generalizado que en nada ayuda a la consolidación de la libertad de expresión, sino que más bien la desmerita”.
De tal manera que me decanto por la confrontación de las ideas, por la disidencia, claro está, cuando es constructiva con el propósito de aportar y de ayudar a mejorar, no a la disidencia sólo por causar caos y malestar, pero en todo caso entiendo que por el bien de las propias opiniones vertidas, debemos cuidar la forma para no dañar el fondo.
El autor es ocoeño y egresado de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
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