Siempre he creído y sigo creyendo que no se es responsable cuando se hacen señalamientos sobre determinado colectivo sin mencionar por sus nombres específicos a quienes se entienda que en un momento determinado pudieran estar actuando de manera incorrecta, indecorosa o como lo considere quien hace el señalamiento; claro está, para eso se hace necesario disponer de las pruebas correspondientes para evitar caer en posibles difamaciones y, si no dañar, al menos herir reputaciones.
Sin referirme a casos particulares, sino en términos generales, como ha sido la costumbre, estimo que aun cuando se haga algún señalamiento en la esfera privada sobre un determinado colectivo, sin importar a quienes agrupe, deben aportarse los nombres específicos por las razones indicadas, exigencia que debe cumplirse con mucho mayor rigor cuando se trate de una información a ser vertida de manera pública a través de los diferentes medios de comunicación en sus diversas modalidades.
Estimo que ese tipo de prácticas deben quedar sepultadas en el pasado, con todo el daño que ya han causado, resultando en ocasiones afectadas personas que tras toda una vida decorosa terminan en el escarnio público por un señalamiento que si no irresponsable al menos poco cuidadoso, y eso debe cuidarse hoy más que nunca, porque sabido es que una vez vertida la información, hecho el señalamiento, es difícil recoger del todo lo que se ha señalado.
No es sólo incorrecto, sino a todas luces injusto que se incluyan en molestosas generalizaciones a los miembros de un colectivo por posibles actuaciones acometidas por algunos de sus miembros. Es tal el caso, que aún cuando se tratare de acciones correctas y positivas, igual resulta incorrecto e injusto incluir al colectivo a través de dichas generalizaciones. Ojalá la actuación de todos fuera uniforme en lo que a lo correcto respecta, de manera que de hacerse dichas generalizaciones, amén de no ser correctas, todos merezcan estar en ellas.
De hecho hace unos 8 años (agosto de 2016) señalé al respecto que: “Admito que me duelen y preocupan las generalizaciones, pues sin duda resultan no sólo incómodas e injustas, sino incorrectas en ambas direcciones. Cuando son en casos positivos pueden terminar beneficiando a personas que no son merecedoras necesariamente de las mismas; en cambio cuando son negativas, pueden terminar perjudicando a personas que no merecen necesariamente ser incluidas en dichas generalizaciones”.
Dicho lo anterior, queda claro que soy de opinión de que si se tiene algún señalamiento que hacer, con las pruebas correspondientes, deben indicarse nombres específicos y no así al colectivo, por las razones que se indican precedentemente, cayendo en lo que se conoce como “sofismas de falsa generalización” o “falacia de generalización apresurada” y que otros llaman “falacia de sobregeneralización o falacia de generalización defectuosa”, que como hemos de suponer generan consecuencias y que las mismas pueden ser peligrosas al llevarnos a conclusiones erróneas.
Claro está, resulta mucho más fácil para quien vierte la información señalar al colectivo sin señalar nombres específicos, pero como se indica es incorrecto y sobre todo injusto, y como tal debemos procurar evitar ese tipo de actuaciones.
Obviamente, en la sociedad actual, sabido es que de manera alegre se puede publicar todo cuanto se le ocurra a alguien y al final pasa poca cosa, porque aunque se vaya al escenario judicial y se logre ganancia de causa, en términos de imagen pública la misma “puede” quedar lacerada, al menos sutilmente, pues se llega al punto, incluso, en que pese a una decisión judicial en la que se le retiene responsabilidad a quien ha vertido una información que se determine es difamatoria, se continúa afirmando lo que se ha dicho.
Pero como el que está siendo objeto de determinada difamación directa o indirecta no podrá disponer del tiempo y todo lo que implica posibles acciones judiciales en contra de quienes considera sus difamadores, termina en muchos casos por abandonar -si es que ha iniciado algún proceso tendente a lograr el desagravio que corresponde- pero en el escenario público persiste lo que se ha afirmado, y eso es un monumento a la injusticia que no se debería permitir por todo lo que encierra y que nadie está exento de verse involucrado.
Alguien podría recomendar dar por respuesta el silencio y continuar cual si nada hubiera pasado, pero todos sabemos que esa no es necesariamente la mejor salida, y aunque estoy convencido de que no lo es, como no podemos y no creo que podamos ni debamos pretender controlar lo que los demás deseen decir, publicar o creer, pienso que hay que procurar aferrarse a lo que se sabe que se es y tratar de no darse por aludido, al menos cuando se trate de falsas generalizaciones sobre el colectivo al que se pertenezca, asumiendo en cierto modo, de la mano de Mark Manson, en su “enfoque disruptivo para vivir una buena vida”: “El sutil arte de que te importe un carajo”.
El autor es ocoeño y egresado de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
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