Escrito Por: Cristian D. Cabrera
Acercándose el proceso electoral, motivaciones sobran para cuestionarse desde distintas aristas cuál es el costo, no el valor, de un voto. Y enfatizo en el costo, porque quizás esto nos ayuda a entender el problema de nuestra democracia desde su raíz.
Colocados en la acera de un candidato, un voto puede costar tanto como su honestidad y su talento le permitan. Durante la temporada muerta, puede iniciar con el combustible que su equipo utilicen para los desplazamientos a los encuentros con líderes comunitarios, grupos de interés, dirigentes del partido, entre otros que acorde a sus respectivas necesidades reclaman por lo trabajado. Los pagos de gestores de relaciones públicas no quedan fuera de la ecuación.
Una vez iniciada la época de captura de votos, las caravanas, gorras, tshirts, afiches y otros elementos de propaganda consumen el presupuesto, en cada saludo, el político corre el riesgo que “se le pegue un foul” indistintamente del partido, sea gobierno u oposición poco importa. Así pasan las semanas hasta que llega el “Día D”. Ese momento aterriza la realidad de la “logística”, donde el dinero prima, no por la compra de conciencia, sino por la capacidad de “gardeo” del voto. Encargados de recintos, delegados, portababeros, movilizador del voto son los protagonistas del uso de los recursos, cada uno con roles distintos en el proceso, ahí cualquiera quiebra.
Todo lo antes señalado, solo es costo de proceso, sin adentrarnos en aquellos que compran el voto.
Pasemos al frente, desde la óptica del ciudadano, el voto cuesta distinto según su capacidad económica. Para un clase alta o media-alta, el voto costará lo que tenga que aportar al candidato ganador para mantener o aumentar sus privilegios. Sin embargo, para un clase media, cuesta menos sacrificar su tranquilidad y estabilidad, indistintamente de los partidos por los que simpaticen.
Para la clase baja, la amenaza de perder lo conseguido o de alcanzar lo no logrado será determinante. Este estrato social aprovecha todo lo que puede llegarle a sus manos, bajo la consigna “solo vienen cada cuatro años”, desde el techo de una vivienda hasta los famosos 500 pesos son vistos como la solución temporal a la ausencia de los políticos. paradójicamente, el voto más caro es el de esa clase social, porque el clientelismo arropa y condiciona la competencia a quien más dinero tenga.
Debo precisar que nada es absoluto, ni aplica a todos los casos, las sociedades no son homogéneas aunque tengan perfiles. El valor del voto es tan circunstancial como impreciso, dependerá del electorado, clases sociales, y por supuesto, estructura partidaria para definir las mayorías.
Ahora toca en la misma proporción que repartimos los costos de la campaña, repartir las responsabilidades de los resultados de esta, ¿Tiene derecho usted a reclamar si vendió su voluntad? ¿Tiene derecho a exigir si aportó a un candidato ganador? ¿Son estos los valores que hacen más buena o mala la democracia? Es probable que Sócrates y Platón cuando nosotros no éramos ni piropo, tuvieran razón al cuestionar la democracia, y eso que no conocieron el rol de la logística el “dia D”.
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