Sólo la muerte acaba todo.
(W. Shakeaspeare, Romeo y Julieta)
En las dos entregas anteriores hemos reproducido las crónicas periodísticas publicadas en el Listin Diario los días siguientes a la tragedia acaecida el 16 de marzo del 1931 en San José de Ocoa.
Ya conocemos el estado físico y mental lastimoso en que se encontraba el Dr. Castaños, quien se negaba a aceptar el término de su relación amorosa con la joven Adriana Pimentel. El mismo, en carta escrita a su padre, la noche del suceso, se describe: “con faz desencajada, rostro amarillento y con las manos convulsas..” lo que nos da una idea de su terrible aspecto físico, reflejo de una mente perturbada.
La intención de poner fin a su vida, está más que claro. Abundan en esta carta las referencias a “abandonar tan joven la vida”, “morir miserablemente” con “el estigma deshonroso del suicida”, “he tomado la energica resolución de quitarme la vida”, etc.
Ahora bien, ¿cuál era su intención real al asaltar la casa de la familia Pimentel? ¿Matar a Adriana y luego suicidarse? En su carta relata que en una conversación con la madre de la novia le repitió (o sea que ya lo había expresado antes) “que si no me casaba con Adrianita, entonces la mataría y me mataría”. ¿Acaso a eso se refería cuando dice que a la familia le dará un ejemplo sobre el cual edificarán su vida futura? ¿O acaso sus intenciones era matar a los padres de la novia y luego quitarse la vida? Le dice a su padre “no sé todavía a ciencia cierta, cuál va a ser la magnitud de esta tragedia; porque yo estoy dispuesto, ya que voy a acabar con mi existencia, a acabar con la de aquellos que trabajaron poderosamente en contra mía y que han contribuido, de una manera u otra, a que yo llevara a cabo mi resolución” Resulta obvio que él culpaba a la familia de la ruptura amorosa, a los que llama “familia terca, cruel y desatenta”, calificando al padre, Héctor Pimentel de “hombre tan duro y tan cruel”.
Si la magnitud de la tragedia no fue mayor, obra de la Divina Providencia fue. Los padres pudieron escapar en medio de la confusión y la oscuridad de la noche, en tanto que Adriana pudo sobrevivir escondida en un armario cubierta de ropas.
Mucho se habla de que fue un crimen pasional. Cuando se habla de este tipo de crimen se hace referencia al que es cometido a causa de una repentina alteración de la conciencia, causada por sentimientos como los celos, la ira o el desengaño, y no es, por lo tanto, un crimen premeditado. En este punto discrepo. En el caso que nos ocupa sí hubo premeditación, al punto que la carta a su padre fue hecha antes de que se cometieran los hechos. Aparte de esa, el Dr. Castaños dejó otras cartas escritas esa misma noche y dirigida a amigos y personalidades ocoeñas. En casa de mi abuela paterna estaba una foto del Dr. Castaños con la siguiente dedicatoria “Recuerdo póstumo para la distinguida familia Subero Cabral, Ocoa, Marzo 15,1931. Mario”. Es decir, que el tuvo el tiempo de escribir cartas, dedicar fotos, reclutar personas para que lo acompañan en el asalto (según dice una de las crónicas), todo lo cual revela que hubo planeación.
Según un artículo publicado en Wikipedia, en ciertos países, sobre todo en Francia, el crime passionnel (o crimen pasional) constituía una defensa válida en casos de asesinato. En los Estados Unidos, los crímenes pasionales han sido tradicionalmente asociados con argumentos de los abogados defensores que invocan la eximente de enajenación mental temporal o la provocación. A nivel internacional las legislaciones desde finales del siglo XX han sido menos benevolentes con esta clase de crímenes, reduciendo los casos en los cuales se puede invocar una «grave alteración de la conciencia», pero aún se reconocen situaciones especiales donde la responsabilidad penal se reduce cuando el crimen es cometido bajo el impulso de comprobadas emociones violentas repentinas.
El criminal pasional a diferencia de otros se distingue porque en éste se desarrolla otro tipos de sentimientos, como el amor inmedible hacia otra persona, el sentirse obsesionado por otra persona, jamás un delincuente pasional agredirá a su víctima por sentir placer o por necesidad de lastimar a las personas.
Es necesario hacer notar que el móvil en el delincuente pasional es siempre inmediato y la pasión que lo mueve es una pasión noble, distinguiéndose de las bajas pasiones que impulsan a delinquir a los delincuentes comunes.
Para Lombroso, un delincuente pasional no puede ser un delincuente loco, tampoco tiene aspectos atávicos, ni epilepsia, ni locura moral, por lo tanto, tiene que ser sujeto con otras características.
La relación amorosa parece un vínculo indisoluble que no permite escapatoria a no ser por la violencia. Se enaltece el amor fatal como una forma casi sublime de apego a la pareja. “Yo no quiero la vida; la vivía por ella” (Carta Póstuma)
Desde un punto de vista psicológico, los celos, el sentido de posesión y la cultura machista son las principales causas de los crímenes pasionales. El sentido de posesión muy vinculado al machismo y a los celos, hace que algunas personas crean que su pareja es algo de su propiedad. Vease en la carta póstuma: “Teniendo en mi poder a Adrianita, para vivir feliz y tranquilo”.
Hay personas que aman con respeto y sin imposiciones, mientras que otras tienen una forma de amar dominadora y opresiva. Desde el punto de vista del enamorado posesivo, su sentimiento es intenso y puro (es muy probable que no vea la perversión de su idea de amor). “La adoro, la amo, me es imposible la vida sin ella” (Tomado de la carta póstuma).
En la mayoría de los actos de violencia de género, hay una combinación de una mentalidad machista y una idea de amor basado en la dominación. (https://www.definicionabc.com/derecho/crimenpasional.php). Ver en la carta “una mujer que mi corazón aprisionó entre sus elásticas fibras”; o “con la muchachita de mis ensueños”
Ahora bien, no se puede hablar de crimen pasional en el suceso ocurrido aquella trágica noche, pues lo que hubo fue un suicidio del Dr. Castaños, ocasionado por un tema pasional, ciertamente, pero el otro fallecido, el Comisario Sánchez, no fue un crimen de esta naturaleza, lamentablemente fue lo que en la guerra llaman un daño colateral, pues fue víctima del tiroteo que desató Castaños desde el balcón de los Pimentel, incluso dudo que hubiese tenido intención de matar a Sánchez.
Transcribamos ahora, como punto final a esta tragedia, la carta que el Dr. Mario E. Castaños escribiera a su padre, explicando la decisión que su atormentada mentalidad había tomado y dejando para la posteridad lo que él calificó (un tanto exageradamente, opino yo) como “el mayor drama de amor conocido en la historia”
San José de Ocoa, Sábado
Marzo 15 de 1931
a las 11:00 p.m.
Con la muerte terminan todos los dolores y comienza uno a investigar el gran misterio de la vida.
Señor
Emilio Castaños,
Mi querido e inolvidable papá:
Completamente desilusionado de la vida, te escribo ésta, mi última carta, para que ella sea como un consuelo a tu justo dolor. Cuántas lágrimas de sangre estoy derramando… Cuántas tristezas pasan por mí en estos momentos críticos de mi vida.
¡Si me vieras, padre mío! Con la faz desencajada, con el rostro amarillento y con las manos convulsas, signos palpables de mi grande e intenso dolor.
¡Pobre de mí! Abandonar tan joven la vida. Abandonar a tan temprana edad los consejos y las frases amorosas de un padre tan bueno, generoso, como tú, y todo por una mujer, por una mujer a quien mi corazón aprisionó entre sus elásticas fibras.
Quién iba a decir que después de luchar tanto con las adversidades del destino, después de haber conseguido un triunfo universitario, iba yo a morir miserablemente, llevando para siempre, a través de ultratumba, el estigma deshonroso del suicida.
Alguien ha dicho que el que se mata es un cobarde: yo combato enérgicamente esa idea; porque los que la tienen, alegan que el que abandona esta vida sin experimentar los sinsabores de ella, comete un acto de franca cobardía; mentira infame, absurdo grande. Todo aquél que de una vez acaba con los pesares de esta dolorosa existencia, es un valiente.
Tú ya sabes de mis grandes amores, de mi única ilusión; tú conoces a Adrianita, la única mujer que ha sido capaz de conquistar de una manera poderosa mi corazón.
La adoro, la amo, me es imposible la vida sin ella; las horas que paso ausente de ese ser querido, son horas de grandes pesares y de intensas amarguras. Yo no quiero la vida; la vivía por ella, había formado en mi existencia el único ideal de mis ilusiones.
Tú conoces la historia de lo sucedido: tú mismo viniste a este pueblo a rogarle a la familia Pimentel; tú mismo escribiste varias cartas donde pedías compasión para mí; y esta familia terca, cruel y desatenta no oyó tu súplica y creyeron que todo era una cosa banal, pero ya que verán la realidad de las cosas, de seguro se arrepentirán de haber procedido tan despiadadamente. Esa familia no ha creído nunca, o no ha podido comprender que yo era capaz de sentir en mi corazón ese intenso sentimiento del amor, y para demostrárselo, voy a hacer esto, dándole así un ejemplo sobre el cual edificarán su vida futura.
Yo fui bueno, padre mío; en el correr de los tiempos me limité solamente a hacer el bien; sembré por doquiera la alegría, y siempre cosechaba ingratitudes y tristezas.
Ya tú sabes imaginarte lo grande de mi dolor, cuando he tomado la enérgica resolución de quitarme la vida.
Pasaba noches enteras sin dormir, solamente pensando en Adrianita, pensando en lo felices que hubiéramos sido estando juntos.
Quiero significarte, que muchos días antes de cometer este crimen, hablé con la madre de Adrianita y le dije que tuviera compasión de mí, que estaba sufriendo horriblemente y que ya no podía soportar más ese amor que devoraba mi alma, que era demasiado el peso que abrumaba todo mi ser, y que hiciera todo lo posible por alejarme del abismo y de la desesperación, buscando la manera de que renacieran para mí y para su hija, las horas de felicidades ya muertas. También le repetí que si no me casaba con Adrianita, entonces la mataría y me mataría, pero parece que ella, sorda de todo ruego, ha creído que esto no era más que simples amenazas mías; ella ni siquiera se ha detenido a pensar en la realidad de los hechos, porque quizás creía que nadie es capaz de matarse por amor. Como ella no sabe de estos grandes sentimientos, no puede darle acogida a tales ideas mías.
Yo no quería morir, anhelaba siempre formar con la muchachita de mis ensueños, un hogar feliz, donde crecieran siempre lozanas, la alegría y la virtud; pero todo ha ido en contra mía y los seres malignos se pusieron en mi contra y el cielo se desplomó sobre mi cabeza.
También quiero que sepas que hablé a solas con Héctor, que le pedí perdón por mis errores y por si en algo le había ofendido, que le signifiqué mi sufrimiento y le di a conocer mis horas de angustia, que le dije mis proyectos y mis esperanzas, y que por último, al ver este hombre tan duro y tan cruel, le ofrecí mi revólver para que me matara, para que así acabara de una vez con mi vida, ya que había matado en mí las ilusiones; pero éste, creyendo, sin duda, como su esposa, que todo era una absurda amenaza, tampoco hizo caso, y me dejó abandonado a merced de mis malos pensamientos.
BENDITO ES EL HOMBRE QUE MUERE POR AMOR
Yo no podía continuar más en este estado de dolor y de desesperación. Hubiera podido dejar la cosa al tiempo, y este poderoso cíclope, quién sabe, hubiera resuelto mi situación; pero esperar era para mí una muerte lenta, era convertir mi organismo en un esqueleto, y al fin de la jornada no serviría para nada.
Yo no quería morir, pero las consecuencias de la vida me llevaron a este terreno. Muero contento, bendiciendo a todos y pidiéndote a ti que me perdones.
Compadécete de mí, padre mío, y no me maldigas: no te arrepientas nunca de haber tenido un hijo criminal y suicida, que si éste ha cometido tal cosa, ha sido por un noble y grande sentimiento, como lo es el amor.
Te estoy escribiendo esta carta y no sé todavía a ciencia cierta, cuál va a ser la magnitud de esta tragedia; porque yo estoy dispuesto, ya que voy a acabar con mi existencia, a acabar con la de aquellos que trabajaron poderosamente en contra mía y que han contribuido, de una manera u otra, a que yo llevara a cabo mi resolución. Todo depende del momento y de la circunstancia, pero, como quiera, yo necesito y quiero que esta cuestión tenga tales proporciones, que culmine en el mayor drama de amor conocido en la historia.
Perdóname, padre mío, las amarguras que te haga pasar; y a mis hermanos y hermanas, que también me perdonen.
Adiós, padre mío, y en el cielo te espero, porque yo sé que a pesar de haber cometido este crimen, seré perdonado por Dios, en recompensa de todo el bien que siempre hice.
QUÉ DULCE ES MORIR POR AMOR. Me siento muy feliz en esta hora suprema en que por fin voy a poner término a todos mis dolores, de una vida… teniendo en mi poder a Adrianita, para vivir feliz y tranquilo, de otra, muriendo, enmudeciendo, así, y ahogando para siempre los últimos latidos de mi pobre y adolorido corazón.
Recibe un abrazo en el último momento de mi vida,
TU MARIO
P.D. Quiero que en el cementerio de esta ciudad coloquen sobre mi tumba una lápida que lleve solamente esta inscripción:
MURIÓ POR AMOR
Sin nombre ni nada, esto sólo. Ya lo sabes, ésta es mi última voluntad, y espero que tú sabrás cumplirla a cabalidad para así dejarme satisfecho.
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