Felipe Ciprián
Debió ser en la primavera de 2013 que le escribí un mensaje de correo electrónico al doctor Julio Cury para reconocerle que había hecho una querella técnicamente impecable y que el senador por Peravia, Wilton Guerrero, estaba a un tris de una condena y yo estaba dispuesto a evitarla.
Le dije a Julio que su querella era impecable porque en virtud de la Ley 6132, él se había tomado el cuidado de encartar a Wilton como cómplice de Osvaldo Santana, director de El Caribe, uno de (todos) los medios que publicaron la falsa versión de que Hipólito Mejía habría viajado en un avión tripulado por el piloto del jefe del cartel de Sinaloa, Joaquín –Chapo- Guzmán Loera.
Julio tuvo la gentileza de llamarme y me preguntó si yo era amigo de Wilton. Le dije que sí. “Entonces habla con él y dile que este proceso termina tan pronto admita que cometió un error porque no es cierto que Hipólito viajara en un avión del Chapo Guzmán”.
Tras la conversación con Julio, el abogado de Hipólito, llamé al teléfono de Wilton. No lo tomó. Como tenía interés en contribuir a que el caso terminara, llamé a un allegado suyo (José Dicén) y le expresé que quería comunicarle algo importante al senador.
Efectivamente, unas horas después el propio Wilton me llamó. Le dije que prefería verlo personalmente para no hablar por teléfono un tema personal, pero me dijo que él estaba en ese momento en San José de Ocoa y yo le hablaba desde Baní.
Le insistí para que tan pronto llegara a Baní me contactara, pero a su insistencia tuve que decirle que tenía un mensaje importante acerca de la demanda por difamación e injuria de Hipólito y que el abogado del expresidente, hijo de Jottin Cury, al que tanto traté en El Caribe en los años noventa y que Julio acompañaba con frecuencia siendo un jovencito, me había tendido una fórmula para que el caso terminara.
Lamentablemente, Wilton no le dio importancia, me dijo que no me preocupara, que dejara que eso agotara su “agitado curso”.
Llamé a Julio Cury y le dije que su oferta y mi esfuerzo habían fracasado y que al senador no le interesaba conciliar.
Yo sabía, por un poquito de experiencia y las cuatrocientas lecturas que he hecho de la Ley 6132 sobre Expresión y Difusión del Pensamiento, que con la querella que le formuló Julo Cury, Wilton sería condenado. Y yo no quería eso, pese a que ciertamente él difamó a Hipólito.
Paradoja de la vida. Franklin Almeyda, entonces secretario de Interior y Policía, había tratado de presentar a Wilton como el díscolo que no era y me correspondió a mí escribir un editorial en el Listín diciendo realmente quién era el senador de Peravia.
Más aun, el general de la Policía en Baní, Hilario González, y el procurador fiscal, Víctor Cordero, incoaron sendas querellas contra Wilton acusándolo de difamador e injurioso porque denunció la complicidad de ambas autoridades –cierta o no- en el negocio de drogas en Baní.
En una visita que hizo Wilton al Listín a finales de 2008 (para agradecer el editorial aquel), yo me ocupé de darle una copia de la Ley 6132 y de explicarle que dado que ambos querellantes habían cometido el error de acusarlo a él de difamación, pero no encartaron a ningún medio, la acusación se caía en In limine litis, porque en virtud de esa ley es el director del medio que publica la “falacia” el difamador principal y quien dio la declaración, es cómplice.
Como González ni Cordero acusaron a un director, el cómplice –Wilton- no podía ser condenado y ambas querellas se cayeron en 48 horas en In limine litis, es decir, en el inicio del juicio.
Lo triste para la justicia dominicana es que Wilton fue descargado en In limine litis porque ningún director fue encausado, pero el presidente de la Suprema Corte de Justicia, Mariano Germán Mejía, que hasta donde yo se no tiene facultad para modificar una ley, emitió una “fatua” donde se establece que los directores no son responsables de lo que se publica en sus medios.
Es decir: mi buen amigo Wilton fue descargado en In limine Litis porque los directores de medios por donde se difundió la “difamación” no fueron encausados, y luego el presidente de la Suprema trató de que evadiera el juicio cuando un buen abogado hizo una querella técnicamente impecable, bajo el supuesto de que el director no es responsable de lo que diga el entrevistado.
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