BBC Mundo
«Acabemos con esto ya. Acabemos con esta agonía».
Después de escuchar estas palabras de boca del pastor evangélico estadounidense Jim Jones, 918 personas perdieron la vida el 18 de noviembre de 1978 en un remoto lugar de Guyana, en el noroeste de América del Sur.
El «mayor suicidio colectivo de la historia», lo calificaron los medios que cubrieron la tragedia.
Sin embargo para otras personas, como Laura Johnston Kohl -una de las sobrevivientes de la masacre-, se trató de un crimen mucho más grave.
Pero, ¿qué ocurrió aquel 18 de noviembre que causó semejante desenfreno de muertes, incluido el asesinato de un congresista y tres periodistas?
Habría que empezar a contar la historia desde su germen: tres años antes, cuando Jim Jones y los seguidores del Templo del Pueblo decidieron mudarse desde California a esa esquina recóndita en la jungla sudamericana.
El Templo del Pueblo
El Templo del Pueblo fue una agrupación religiosa fundada en los años 50, teñida de secretismo y siempre liderada por un llamativo personaje: Jim Jones.
«La primera vez que visité el Templo del Pueblo fue como sentirme en casa», dijo Tim Carter en un documental del canal público estadounidense PBS difundido hace 10 años.
Jones fundó el Templo del Pueblo en su natal Indianápolis, estado de Indiana, en la década de los 50, con la idea de amalgamar el ideal socialista en una comunidad donde no existieran fronteras de raza o nacionalidad.
«Estaba en la búsqueda de un lugar donde se luchara por la justicia y se deseara un mundo mejor. Por eso me uní al Templo del Pueblo», recordó Johnston Kohl.
Pero gran parte del atractivo para captar miembros emanaba del discurso seductor de Jones.
«Había un canto dentro de las celebraciones del Templo que decía: ‘Nunca escuché hablar a nadie como habla él, desde que nací, nadie me habló de esa manera'», agregó Hue Fortson, un exmiembro del Templo de Pueblo, en diálogo con PBS.
Y esa fascinación pronto se convirtió en lealtad, que se transformó después en fanatismo.
Y terminó en idolatría.
Jonestown
Mientras Jones continuaba agregando seguidores a su comunidad -que algunos calificaban de culto-, su forma de llevar las cosas le iba granjeando algunos enemigos.
Primero se tuvo que mudar de Indianápolis hacia San Francisco con su pléyade de seguidores.
Pero allí de nuevo, a pesar de contar con el apoyo de personalidades como Harvey Milk, decidió emprender otro camino.
En 1975 esa ruta lo llevó a Guyana, una excolonia británica ubicada al lado de Venezuela, donde decidió fundar una localidad en la que se viviera el ideal forjado en el interior del Templo del Pueblo.
Se llamó Jonestown.
«Escogimos Guyana porque hablaban inglés y no iba a generar problemas con la inmigración de las personas que quisieran unirse al proyecto», recordó Jager Kohl.
Y todo parecía encajar: casi 900 adeptos viajaron desde California hasta Guyana.
Se construyeron casas, se estableció una comunidad que muchos de quienes en ella vivieron no dudaron en describir como el paraíso.
«Un paraíso socialista», había descrito Jones en muchos de los audios que se encontraron en el lugar después de la tragedia.
«Jonestown es un lugar dedicado a vivir por el socialismo, por la equidad económica y racial. Estamos viviendo de una forma común increíble», se escucha en una grabación que fue recuperada por la Oficina Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) estadounidense durante la investigación de los hechos.
Se crearon granjas comunitarias que proveyeron gran parte de los suministros de Jonestown y los que faltaban eran traídos desde Georgetown, la capital de Guyana, gracias a un acuerdo comercial con el gobierno del país.
Pero, poco a poco, la personalidad de Jones comenzó a volverse errática. Más celosa.
Noches blancas
De acuerdo al relato de las investigaciones revelado por el FBI, Jones creó lo que se llamaron las «noches blancas», en las que se simulaban suicidios con cianuro y otras sustancias.
En esas jornadas comenzó a mencionar acusaciones, como «traidores» y «cerdos capitalistas», para describir supuestas amenazas de la CIA contra su «paraíso».
«Durante estas noches blancas, Jones le daba a los miembros de Jonestown cuatro opciones: huir a la Unión Soviética, cometer un ‘suicidio revolucionario’, quedarse en Jonestown para luchar contra los invasores o huir hacia la selva», reveló el informe del FBI.
Ese accionar fue calificado como de «lavado de cerebro».
En octubre de 1978 las denuncias sobre abusos en Jonestown alcanzaron los oídos del representante a la Cámara por el estado de California, Leo Ryan.
Ryan decidió visitar Jonestown.
«Con la inminencia de la visita, Jones comenzó a hablar en un tono fatalista y a reforzar su discurso. A tratar de traidores a las personas que intentaran irse con el congresista Ryan», dijo Johnston Kohl.
El relato en esta parte de la historia se torna turbio: de acuerdo al testimonio de los pocos sobrevivientes de aquella jornada, el 18 de noviembre el congresista Ryan concluyó su visita a Jonestown.
Antes de salir en una avioneta rumbo hacia Georgetown invitó a las personas que quisieran irse con él de regreso a Estados Unidos.
Unos pocos de los miembros del Templo del Pueblo aceptaron la invitación y salieron con la comitiva que incluía a tres periodistas, pero a mitad de camino varios de ellos sacaron varias armas y comenzaron a disparar contra Ryan y los demás.
Todos murieron.
Asesinato en masa
El líder mandó a reunir a todos los integrantes de la comunidad de Jonestown, reiteró que las amenazas al paraíso eran reales. Hay que hacer una revolución de «muerte».
«Por el amor a Dios, ha llegado el momento de terminar con esto», se puede escuchar en las grabaciones en estado de casi delirio.
Entonces lanzó la frase premonitoria de la muerte:
«Hemos obtenido todo lo que hemos querido de este mundo. Hemos tenido una buena vida y hemos sido amados», sentenció.
«Acabemos con esto ya. Acabemos con esta agonía».
Las secretarias y enfermeras que trabajaban en Jonestown comenzaron a entregar frascos llenos de cianuro. La gente las bebió. Se lo dieron también a los niños y a los bebés.
La cordura de Jones colapsó, o eso pensaron varios testigos.
Más de 900 personas se desplomaron muertas dentro del enorme kiosko de madera y sus alrededores.
Cuando los medios dieron cuenta de la tragedia, quedó consignado como el mayor suicidio colectivo de la historia.
«¿Y los niños? Ellos no se suicidaron. A las madres les arrancaron sus bebés y después le dijeron que era imposible vivir sin ellos», concluyó Johnston Kohl.
«Ahora que reflexiono sobre esto me doy cuenta que lo que corrompió a Jones fue el poder. Todo el tiempo que estuvimos en Guyana él siempre tuvo el control absoluto».
Jones fue hallado muerto también, pero no había sido derribado por el cianuro, sino por el disparo de una escopeta.
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