Aunque es mucho lo que se ha escrito y publicado a partir de la madrugada del pasado martes 8 de abril de 2025, tras la terrible tragedia ocurrida en el corazón mismo de la ciudad capital, donde decenas de personas perdieron la vida de una manera infausta, me permito dedicar mi columna de este domingo en honor al aciago acontecimiento, que ha dejado literalmente el alma hecha pedazos a la sociedad dominicana y al mundo.
Las personas fallecidas allí habían acudido la noche del lunes 7 a disfrutar de una fiesta que amenizaba la orquesta de una de las voces más autorizadas del merengue en la República Dominicana, el popular cantante Rubby Pérez. Rubby, cuyo nombre de pila es Roberto Antonio Pérez Herrera, había nacido precisamente un día 8, pero del mes de marzo (1956).
Reproducir aquí lo que se ha publicado por todos los rincones de la geografía nacional y universal es obvio que no aportaría nada nuevo propiamente, además de que lamentablemente y como todos sabemos, las vidas que se han perdido jamás podremos recuperarlas, y como es el caso, lo más importante ahora, con nuestro dolor colectivo a cuestas, es tratar de seguir adelante, pero tratando de prever todo cuanto sea posible, de tal manera que reduzcamos cada vez más la posibilidad de que se produzcan acontecimientos como el ocurrido.
Volvemos hablar aquí, tal y como lo hicimos respecto a un acontecimiento igualmente tétrico ocurrido el 14 de agosto de 2023 en la ciudad de San Cristóbal, señalando en la ocasión que “lo que corresponde es salir en auxilio de los afectados, procurar ayudarle en cuanto sea posible; esa sin duda es una muestra de solidaridad, pero resulta mucho más efectiva, y es a su vez una mejor muestra de solidaridad, el que se tomen las medidas de prevención que correspondan para precisamente tratar de evitar que se produzcan”; sigo creyendo lo mismo al día de hoy.
Si el lúgubre acontecimiento sólo nos servirá para llorar y taladrarnos el alma, sin tomar ningún tipo de medidas para procurar evitarlas en el presente y en el porvenir, de muy poco habría servido, pues ante el dolor colectivo, pienso que lo más inteligente ahora es precisamente arreciar en la prevención para que ya jamás existan otros funestos 14 de agosto del 2023 y 8 de abril del 2025.
Desde aquel momento el alma colectiva de la nación ha quedado postrada ante el dolor; las decenas de víctimas mortales han clavado el bisturí del dolor en el corazón no sólo del pueblo dominicano sino del mundo; las personas heridas y las desaparecidas igual perforan el alma; las que han quedado huérfanas; los padres destrozados por el dolor; los niños que han quedado sin sus progenitores; los hermanos que han quedado destruidos por el sufrimiento; los abuelitos que ya no podrán abrazar a sus nietos, y en fin, las voces que se han apagado y que ya jamás volverán es claro que nos sumergen en un mar de llanto.
Este panorama sombrío y desalentador es claro que nos ha removido los cimientos del alma y es más que entendible que las lágrimas nos hayan invadido y que nos invadan -habría que no tener ningún tipo de sensibilidad para que así no ocurriera- y por tanto, hemos de seguir llorando por muchos años y diría que por toda la vida, pero más allá de esas lágrimas derramadas y por derramar, se impone que se adopten todas las medidas preventivas posibles para prevenir situaciones similares.
Si logramos que todos los recursos de los que disponemos y de los que podamos disponer se alineen en esa dirección, entonces sí que la gran tragedia, cuyos resultados nefastos no es posible revertir, nos dejará al menos algunas enseñanzas para el presente y para el porvenir… siendo así las cosas, entones lloremos, pero igualmente trabajemos en la prevención, para que aunque sigamos llorando por lo acontecido, ya no lloremos más por otros acontecimientos similares que puedan ser evitables.
El autor es ocoeño y egresado de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
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