Por: Fabián Díaz Casado
Sonia Lluberes ha perdido la batalla contra el infausto y fatal cáncer. La muerte física no es la muerte espiritual y menos para personas que como ella sembraron en tierra fértil. Maestra, amiga, consejera y compueblana abnegada.
Cuando una maestra muere, la congoja y el dolor se apoderan de sus alumnos agradecidos. La pena que hoy embarga a los miles de estudiantes que pasaron por las manos de Sonia Lluberes no cabe en un escrito, pero intento expresar aquí, mi agradecimiento a quien tanto empeño y amor puso en que la juventud ocoeña desarrolle su potencial intelectual.
Recuerdo mi primer encuentro con ella, en la Escuela Primaria de Amarradero, hoy José Altagracia Castillo. Sin ser su alumno, iba por las tardes a mirar como ella asumía su innata vocación de maestra. Era como una especie de privilegio para mí, porque no permitían que estudiantes de otros cursos, en mi caso de la tanda matutina, oteara por las tardes, sin embargo, Sonia, salía daba el consejo y se iba.
Allí nació una amistad que luego se reforzó en las luchas de los maestros por mejores condiciones de trabajo y la de los estudiantes de Sabana Larga por tener un Liceo propio. Siempre comprometida con las mejores causas, Sonia nunca dejó de luchar y quienes fuimos sus alumnos aprendimos con ella, que lo que vale es la gente, no las cosas.
Luego, ya con una amistad inquebrantable y cuando entré al bachillerato, tengo el privilegio de tenerla de maestra en el área de Lengua Española. Aquellas clases eran una fiesta: entre su afán por enseñarnos a pensar y el nuestro por aprender a conjugar verbos, distinguir oraciones compuestas, simples y yuxtapuestas pasaban las horas sin que el cansancio y el calor menguaran el deseo de seguir.
¿Cómo olvidar el análisis de “Platero y Yó”, “El Español en Santo Domingo” o los cuentos de Juan Bosch “La Mujer, Dos Pesos de Agua y Don Pío…entre otros”; Tampoco se olvida “El Haitiano” de Domingo Moreno Jiménez: “Este haitiano/que todos los días/hace lumbre en su cuarto/y me llena las fosas nasales de humo;/este haitiano/que no puede prescindir de la cuaba /y prefiere tabaco del fuerte y aguardiente del malo/ es bueno a su modo, y a su modo rico/y a su modo pobre. ¡Benditos los seres que maltrata el hombre! / ¡Bienaventuradas las cosas humildes/que se yerguen siempre sobre el polvo frío de todas las cosas!… Sí, ese haitiano que hace lumbres en su cuarto…suena su voz cuando recuerdo sus clases. Con ella aprendimos los fundamentos de la Lengua Española que tan útil nos ha sido.
No teníamos Liceo y ella se integró a las luchas para conseguirlo. Se instalaron en pequeños locales alquilados. Eran casitas con techos de zinc y paredes de madera. Pequeñitas e incómoda pero su vocación de maestra mantenía vivo el espíritu de progreso. Ella era como el junco “que se dobla, pero siempre sigue en pie”.
Allí lidiaban docentes y estudiantes con el sofocante calor, la incomodidad y la rebeldía de los alumnos, entre los que me incluyo. Así fue hasta que organizamos las luchas callejeras para reclamar la construcción de un local que alojara el Liceo. Salimos de las casitas para habilitar; primero el Centro Comunal y luego un local abandonado que sería un Centro Médico. Esas luchas parieron el local donde hoy se hospeda el Liceo Ángel Emilio Casado.
Al fragor de la lucha y con algunas contradicciones por una huelga que organizó la Asociación Dominicana de Profesores, a finales de los 80s, fue a mi casa conjuntamente con los profesores Bartolo José Soto y Salvador De Jesús, directivos del glorioso gremio magisterial que se batía con el balaguerato recauchado.
Allí vi a una mujer de condiciones indoblegable mientras discutíamos formas de que los estudiantes se integraran a la lucha de los profesores. Nosotros habíamos decidido dar clases, con los estudiantes más adelantados, bajo el alegato de que nunca se consultó. La maestra dijo en ese encuentro algo que no olvidé nunca: “esta es una lucha por ustedes y debe hacerse con la participación de ustedes”.
Siempre dispuesta a participar en cuantas acciones se organizaran para reclamar derechos y exigir justicia. Motivando siempre a sus pupilos a imponerse a las dificultades y buscar fuerzas en la educación. Maestra de tiempo completo. Aguerrida, exigente, valiente y comprometida con la transformación de su pueblo y del país. Quienes la tuvimos de maestra, amiga y compañera de trabajo sabemos lo que ella significaba en un equipo.
La recuerdo entre el humo de las bombas lacrimógenas cuando los maestros fueron desalojados de la iglesia católica que mantenían ocupada. Herida, sudorosa y aturdida por los gases, buscaba a sus compañeros y preguntaba por sus alumnos. ¿Cómo olvidar su coraje, solidaridad, valentía y compromiso con la causa?
¡Caray maestra! Cuanto dolor al saber la noticia de que se nos ha ido una líder de su temple, a un ser humano de sus cualidades, a una maestra de su talla y a una ciudadana de su nivel. Murió como vivió: trabajando, luchado y educando.
Sus alumnos nos quedamos con su ejemplo y sus enseñanzas que con tanto amor nos ofreció. Como docente usted será siempre un referente de autosuperación, capacidad, humildad, solidaridad, amor, comprensión y compromiso.
San José de Ocoa ha perdido a una gran mujer, una trabajadora incansable y una madre abnegada.
¡Solidaridad con su familia!
¡Hasta siempre querida Sonia!
Comentarios...