Por: José Manuel Arias M.
Ayer domingo 26 de enero de 2020 los dominicanos celebramos el natalicio de uno de los padres fundadores de nuestra nacionalidad, Juan Pablo Duarte y Díez, nacido en 1813 en la ciudad de Santo Domingo, hicieron ayer 207 años. No hace falta entrar en detalles sobre sus significativos aportes en esa dirección, pues para nadie debe ser un secreto lo que representa esta figura cimera en la epopeya nacional del 27 de febrero de 1844; fecha a partir de la cual la República Dominicana pasó a formar parte del concierto de los pueblos libres del mundo.
Como pudimos apreciar, diversas fueron las celebraciones en torno al significativo acontecimiento; notas de prensa enviadas a los medios de comunicación, mensajes subidos a la redes sociales; en fin, notorio fue el despliegue en diferentes medios; todos más que justificados, pues hemos dicho y reiteremos que cualquier acto que se pueda celebrar en honor a este patricio siempre resultará pequeño en relación a su grandeza y a la grandeza misma de su obra.
Sin embargo, si bien debemos continuar resaltando su legado, su vida, sus aportes en procura de legarnos una patria libre, soberana e independiente, puesto que es una manera correcta de mantener cada vez más viva su figura, preciso es destacar que lo más importante es que esas demostraciones de admiración se traduzcan en una praxis constante, en un compromiso cotidiano caracterizado por el accionar ético en nuestras actuaciones; accionar ético que de ser asumido con todo el rigor que implica, habrá de conducirnos indefectiblemente por senderos correctos, rechazado con tanta fuerza, valentía y decisión como sea posible toda inconducta, acto reprochable e indecoroso, independientemente de quien los realice.
Claro está, también a resaltar las buenas acciones para incentivarlas, pues como expresara el propio Duarte: “Sed justos lo primero, si queréis ser felices. Ese es el primer deber del hombre; y ser unidos, y así apagaréis la tea de la discordia y venceréis a vuestros enemigos, y la patria será libre y salva…”.
En esas atenciones, sin temor a equivocarnos, podemos hoy categorizar que más allá de la realización de diferentes actos de conmemoración, entrega de ofrendas florales en su honor, publicaciones de admiración y respeto a su figura, entre otras manifestaciones de cariño, más importante aun es que encaminemos actuaciones honestas, que dejen en evidencia su legado; que dejen claramente establecida una verdadera coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, y en la medida en que esto suceda, entonces sí que cobrará vigencia su obra ciclópea y entonces sí que estaremos legitimados para resaltar su figura.
Así las cosas, debemos empeñarnos en proyectar la figura de Duarte no como algo inalcanzable, colocándolo en la divinidad, sino como lo que fue, un ser humano de carne y hueso, pero eso sí, un visionario comprometido con las mejores causas de su país, pues en cada actuación de nuestras vidas, tanto en la esfera privada como pública, estamos en condiciones de hacer realidad su legado. Basta con actuar apegados a la ética como él actuó, siendo transparentes como él lo fue; en fin, actuando de manera correcta, y en la medida en que así actuemos, estaremos haciendo posible la vigencia de su obra.
En ese sentido, puedo igualmente asegurar que cada uno de nosotros tiene el poder de hacer realidad la obra de Duarte; claro está, siempre que estemos dispuestos, pues incluso, no se trata de las mismas acciones puesto que tampoco son los mismos escenarios, pero en términos concretos la vida del patricio es un llamado permanente a las buenas acciones, y en consecuencia esa defensa de la patria la podemos hacer realidad a diario.
¿Cómo es posible esto? Sencillo… asumiendo la decencia como norma de vida; la honradez como compromiso consigo mismo y con el país; la transparencia en el manejo de los fondos públicos; el comportamiento ético en cada una de nuestras actuaciones; la entrega total en lo que nos corresponda realizar; la defensa a ultranza de los recursos naturales; el rechazo categórico de toda inconducta; propugnar por el fortalecimiento de nuestras instituciones; cambiando el “endiosamiento” a los que detenten el poder por la exigencia del cumplimiento fiel de sus responsabilidades y propugnando igualmente por la instauración de un verdadero régimen de consecuencias, entre una infinidad de formas.
En la medida en que hagamos esto, no tengo la más mínima duda de que el Duarte fallecido el 15 de julio de 1876, seguirá estando cada vez más vivo en la sociedad dominicana que él ayudó a forjar, y en esa misma medida estaremos legitimados para poder exaltar su figura egregia, pero con acciones, no sólo con palabras. Pienso sinceramente que de eso es de lo que se trata.
Comentarios...