Luis Gonzalez Fabra
Crecí esperando la navidad como un gran acontecimiento familiar que incluía básicamente dos cosas simples y sencillas: cenar en la misma mesa con mis padres y hermanos y disfrutar de fuegos artificiales.
Mis padres nunca me explicaron el origen religioso de la navidad. Pasaron no se cuantos años para enterarme de que el 24 de diciembre celebrábamos el nacimiento de Jesús.
Pero esa falta de información del significado de la celebración no disminuyo para nada la formalidad y el amor familiar que en mi modesto hogar se respiraba esa noche y el día siguiente, hasta el cinco de enero en la noche cuando “ponían los Reyes”.
Cuando mi familia permaneció en San José de Ocoa mientras yo migraba hacia Santo Domingo a trabajar y estudiar, cada 24 de diciembre, sin excusa, viajaba a mi pueblo a estar junto a mi familia para la cena mágica de la navidad.
En ocasiones, cuando el 24 al mediodía mi padre no había vuelto del campo, tenia una propiedad de café en Los Naranjos, San Cristóbal, donde se llegaba por el camino del Rio Abajo y el Rosalito, de Ocoa, mi madre solía tranquilizarme asegurándome que llegaría a tiempo para la cena. Ella sabia que sin importar que el rio estuviera crecido y el camino que tenia que hacer a lomo de mulo fuera intransitable por las lluvias, mi padre estaría presente en la mesa cuando se sirviera la cena de navidad.
Y siempre fue así.
Desde mi casa en el barrio El Rastrillo se escuchaba con claridad las detonaciones de los fuegos artificiales, el sonido de estos era una medida que usaba mi padre catalogar la noche buena como muy alegre o menos alegre.
Con el tiempo la familia se fue a la capital. Éramos siete hermanos. Seis construimos nuestro propio hogar. Uno se quedo a vivir con mis padres.
Para entonces la nochebuena se celebraba en mi casa. Allí concurríamos todos. Era un hermoso jolgorio festivo y familiar. Hasta que se me ocurrió reflexionar sobre el sentido de la navidad.
Mi reflexión me llevo a la conclusión de que el mundo cristiano celebra el nacimiento de Jesús de manera equivocada.
Pensé entonces y pienso todavía que la manera como hacemos la celebración no debe ser del agrado de Jesús.
Esa fiesta abundante en excesos. Comida. Grasa. Pasta. Pan. Carnes. Pavo. Cerdo. Arroz. Jamón glaseado. Pastelones. Pastelitos. Pasteles. Ron. whisky. Cerveza. Vino. Vodka. En fin, de todo mucho, no puede representar la fiesta del nacimiento de quien vino al mundo en un corral totalmente desprovisto de lujos, comodidades y alimentos especiales. El mismo que creció en la pobreza y llego a expresar que el Hijo del Hombre no tenia donde posar su cabeza a la hora de dormir.
Después de estar convencido de que había otra forma de celebrar ese cumpleaños tan importante, decidí que en mi hogar el 24 de diciembre seria celebrado solo con pastelitos y chocolate. Daríamos gracias a Dios. Oraríamos en comunidad.
Así lo hicimos por varios años, pero nos quedamos solos mi esposa y mis hijos. Nadie entonces vino a celebrar navidad con nosotros.
Mi esposa que es profundamente cristiana lo había aceptado como valido. Y además le facilitaba la tarea domestica al reducirse, o casi desaparecer el tema de cocinar. Freír pastelitos. Y después fregar todos los trastes.
Mis hijos crecieron y aunque nunca se opusieron abiertamente a la nueva manera de celebración navideña que habíamos adoptado siempre me quedaba la impresión de que no estaban contentos.
Finalmente caí vencido, pero no convencido. Y la forma tradicional volvió a primar en la celebración en mi hogar.
Esta noche sobre la mesa habrá cerdo, jamón, ensalada, moro, pastelitos, pasteles, pastelón y no se cuantas cosas mas.
En algún momento, antes de finalizar la cena, hare pasar al invitado especial, el que cumple años, y lo invitare a que juntos, en silencio, sin que nadie lo note, brindemos con una copa de vino y un pastelito…. O quizás quiere chocolate.
Amen
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