Por: Manolo Pichardo
La Guerra Fría orientaba el debate nacional a finales de los años 70; la dinámica social estaba marcada por el influjo ideológico de las democracias occidentales, sustentadas en el modelo económico capitalista que, de acuerdo a discusiones académicas y de pasillo, privilegiaba la libertad por encima del acceso justo a las riquezas, frente a las democracias populares que, de acuerdo a aquellos ejercicios teóricos, colocaban en prioridad el bienestar material colectivo, por encima de la libertad individual.
El pragmatismo no era opción y las militancias y simpatías partidarias estaban asociadas a las ideas que eran fuente y base de los programas de las formaciones políticas, las que a su vez, servían de soporte para la elaboración de propuestas de gobierno, además de que constituían referentes obligatorios para sellar la forma de actuar hasta en la esfera privada.
Comunistas, socialistas y socialcristianos se ajustaban, de acuerdo a los matices, al mundo liberal o conservador, teniendo como marcos conceptuales las teorías marxistas, ancladas en el materialismo histórico, y las de Adams Smith brotadas del liberalismo económico; “El Capital” y “Las riquezas de las naciones”, eran para la izquierda y la derecha, lo que la Biblia y el Corán para cristianos y musulmanes.
En ese contexto, y marcado por aquel apasionante debate, se fue forjando mi adolescencia, con una sensibilidad social que comenzó a ser seducida por las prédicas de izquierda, centradas en la justicia social que, a mi juicio, y fuera de la dicotomía de bienestar económico colectivo versus libertad individual, no entraban en contradicción con el concepto de libertad en su sentido prístino, no contaminado por el sesgo de la guerra psicológica con pretensiones de descalificar cualquier modelo económico que propendiera hacia la equidad.
En Juan Bosch y el Partido de la Liberación Dominicana encontré comodidad ideológica, porque en ese proyecto de liberación nacional, concebido a conciencia de que la República Dominicana, como país en vías de desarrollo, requería de un gran pacto de todas las fuerzas sociales; esto es, burguesía nacional con conciencia de clase, obreros y pequeños burgueses en todas sus capas, para impulsar, en el marco de la soberanía económica, el desarrollo de nuestras fuerzas productivas en un escenario democrático de producción y distribución justa de las riquezas.
Me enamoré de ese PLD, concebido como antítesis del “partidodesorden” que no encontraba espacio para el debate organizado de las ideas como forma de construcción política, y que Bosch trató de transformar sin éxito. Las prácticas antitéticas de la nueva y vieja formación dieron a líder visionario la razón. Atavió al peledeísmo de ideología, de lo que se derivaba una disciplina consciente que marcaría una forma distinta de hacer y ver la política constituyéndose así en un halo de esperanza para el pueblo dominicano, lo que permitió que el PLD se fuera enraizando en el corazón de los ciudadanos, con lo que rompió todos los pronósticos de fracaso ante afirmaciones de que el bipartidismo de entonces (PRD y PRSC) sería infranqueable.
La llegada al poder del PLD en 1996 puso en evidencia que instruir brinda sus frutos, pues esta organización política comenzó, desde la administración del Gobierno, a transformar el país. Si bien es cierto que veníamos creciendo de forma modesta pero sostenida durante décadas, cierto es también que a partir de las administraciones peledeístas hubo un empuje económico nunca antes visto, lo que impactó de forma considerable en el combate a la pobreza.
La eficiencia administrativa se extendió hacia la modernización de los servicios, diseño de la más grande red vial de toda la región, inserción en la comunidad internacional, elevación en la calidad de la educación; en fin, logros inéditos a pesar de un entorno económico internacional hostil, que desde la crisis rusa, el tequilazo, el disparo en los precios del barril de petróleo, hasta la cuasi hecatombe económica de 2008, zarandearon nuestra economía.
El promedio de crecimiento económico durante los gobiernos de Leonel Fernández que superó el 7 por ciento con un petróleo que alcanzó cerca de los 150 dólares el barril, y que continuó su ritmo, pero de forma modesta, al superar el 6 por ciento en las administraciones de Danilo Medina; un crecimiento explicable debido a la inercia del empuje económico anterior, la confianza generada por la estabilidad macroeconómica, el desplome en los precios del petróleo que ha promediado los 40 dólares, y, el endeudamiento externo.
Sentí orgullo del papel jugado por el PLD en el proceso de transformación del país; un orgullo que, sin embargo, fue acompañado de críticas que centré en la desigualdad social, que aunque en grado menor, persiste; en la derivación de la vocación de servicios hacia la de servirse; una degradación que inició en el partido y se trasladó al Estado, cuando los grupos que operaban a lo interno comenzaron a desmontar el partido concebido por Bosch, para convertirlo en una maquinaria electoral desprovisto de ideología y anclado en el pragmatismo que fue convirtiéndolo en una corporación e instrumento de acceso al poder para la maximización de ganancias.
Instrumentalizado el Partido, abierto hasta el estupro, la degradación comenzó a hacer metástasis. Lo advertimos e intentamos iniciar un debate para llamar la atención sobre lo que sucedía, reclamando volver a los métodos de trabajo, a la democracia interna, a los valores fundacionales; sentíamos que se perdía la mística y con ella la conexión con la sociedad, por lo que llamamos a “desguzanizar” al PLD, un símil que pretendía emular la “desgarrapatización del buey” impulsado por Bosch en los años 70 para referirse a la limpieza del PRD, porque pasamos de ser militantes orgullosos, por instruidos y honestos, a miembros de un conglomerado electorero, incapaz de ver a los ojos a nuestros conciudadanos.
El pasado 6 de octubre, durante la celebración de las primarias internas, el descaro fue más descarado. Ya los fraudes durante los procesos internos se habían hecho habituales, pero mordíamos nuestros labios de impotencia con la idea de rescatar al partido. Esta vez el pueblo pudo ser testigo de lo inimaginable, pues del evento interno vertió pus a borbotones en plenas acciones diurnas, despertando la perplejidad de observadores nacionales y extranjeros que, como Participación Ciudadana, han definido el resultado del evento comicial como ilegitimo.
Aquello nos convenció de que el PLD había concluido su misión histórica, y que por tanto muestra militancia en él había perdido el sentido. Los valores que me llevaron a organizarme en él fueron sustituidos por otros contrapuestos. Y es que, esa organización tomó como hábito todo contra lo que luchamos y le dio sentido a su existencia.
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