Por Luis F. Subero
El Clarín de la Guerra
El descontento en contra de la anexión creció rápidamente en parte porque no fueron satisfechas muchas de las expectativas que se habían creado y por la ineptitud en la administración pública que incluía además discriminación contra el elemento criollo.
El 16 de agosto de 1863 se produjo un llamamiento a levantamiento armado, el llamado Grito de Capotillo, que dió inicio a la Guerra de Restauración.
Juan Bosch relata de forma magistral la rapidez con que se expandió la guerra por todo el país: “A los dieciocho días de haber comenzado la guerra, las tropas españolas de Santiago estaban refugiadas en la Fortaleza San Luis, y tres días después, el 6 de septiembre, los restauradores le daban fuego a la capital del Cibao, un hecho único en la historia de las guerras de independencia latinoamericanas.
El día 14 salió Luperón hacia Moca; el 15 despachó desde La Vega al general José Durán para San Juan de la Maguana por la vía de Jarabacoa y Constanza, y para fines de mes ya el general Durán había llevado la revolución a todo el sur mientras Luperón se establecía en Bermejo y enfrentaba a Santana, que había acampado en Guanuma”(9).
La razón para una expansión tan veloz, según Bosch, era que el apoyo resuelto de las grandes masas del pueblo dominicano se debía a que en esa gesta se reunía una guerra de liberación nacional y una guerra social, en la que participaban hombres animados de poderosos sentimientos patrióticos y otros en busca de ascenso social (10), en una sociedad donde ascender socialmente estaba reservado para una élite que había permanecido estática durante siglos.
Para Cassá, la base de sustentación del ejército restaurador era la pequeña burguesía, ávida de tomar el poder que se le había escamoteado desde el mismo 1844. Habiéndose visto afectados en sus intereses económicos por la crisis previa a la anexión y por la ineficiente administración de España, la pequeña burguesía capitalizó el descontento y con el favor de los campesinos, que constituían más del 90% de la población de República Dominicana, propagó por los cuatro costados la guerra en pleno desafío al imperio español (11).
Es decir, que la guerra de Restauración fue obra de la pequeña burguesía, confirma Bosch dicha tesis; “una guerra de todos los sectores de la pequeña burguesía” y agrega que estaba formado por “los tres sectores de la baja burguesía, que eran Baecistas; y los de la alta y mediana, que eran antibaecistas” (12). Esta conformación es esencial para explicar las continuas y graves contradicciones, pugnas y luchas internas que se suscitarían posteriormente en el mando restaurador.
No es casualidad que la guerra haya iniciado y tenido su principal bastión en el Cibao, que constituía la zona más poblada y más rica del país, porque producía prácticamente todo el tabaco dominicano, del cual se exportaban entre 60,000 y 80,000 quintales anuales, generando el Cibao el 65% de las exportaciones nacionales. (13).
Dicha riqueza había creado una burguesía en la zona y una clase campesina que trabajaba en dichos cultivos que fueron la base de sustentación de los Restauradores. A esto hay que agregar que producto de la crisis económica desatada a partir del 1858, esta zona fue la más afectada.
El Paso entre las montañas.
Los meses que van de Septiembre a Diciembre del 1863, son de una constante evolución en la guerra. Ocoa, por ejemplo, pasó de las autoridades españolas a las de los restauradores y luego fue recuperada nuevamente por los españoles. Veamos en detalle esos acontecimientos, enmarcados dentro de lo que fueron las estrategias de ambos bandos en el sur.
El Gobierno Restaurador envió a Moca al General Gregorio Luperón, cuya meteórica carrera militar se había logrado por su valor personal y capacidad para organizar y mandar las tropas (hay que recordar que el ejército restaurador no estaba formado por personas con preparación militar, sino por gente del pueblo).
Pues bien, Luperón llegó a Moca el día 14 de septiembre (a menos de un mes de iniciada la revuelta, cuyo inicio formal fue el 16 de agosto), e inmediatamente ordena al General José Durán, quien había peleado en la batalla del 30 de marzo del 1844, a trasladarse hasta San Juan de la Maguana yendo por el camino de Jarabacoa y Constanza; otros seguirían el camino de Valle Nuevo para caer en Ocoa y otras tropas pasarían a operar en la zona de Bonao.
Aquella estrategia, muy bien pensada, buscaba, en un movimiento de pinza, unir luego los dos ejércitos: el que viniera desde San Juan, luego de ocupar Azua, y el que lograra pasar hasta Ocoa, y de allí ambos ejércitos podrían marchar sobre Baní, San Cristóbal y atacar Santo Domingo, conjuntamente con las tropas que marcharían desde Bonao. Luperón asignó dicha tarea al Coronel Norberto Tibucio. Archambault señala que una vez en Bonao, se unió al grupo “el bandolero general Perico Salcedo, que se encontraba confinado allí, por turbulento, arbitrario e indisciplinado” (14). Este personaje fiel a su forma de pensar y actuar, hizo estragos en la villa de El Maniel.
La comandancia de armas de Ocoa, enterada de los planes del ejército restaurador, se puso en alerta, aunque desde el día 2 de septiembre, Jaime Vidal, Comandante de Armas de San José de Ocoa, había recibido una comunicación del Comandante de Armas de La Vega, invitándole a sumar a Ocoa al movimiento revolucionario. Inmediatamente Vidal dispuso el envío de espías por el camino de Rancho Arriba, quienes al regresar le informaron que ya “venía gente en marcha para acá a hacer pronunciar el pueblo”. Los días continuaron entre la tensa espera y los preparativos, recibiendo armas y municiones para repeler el ataque.
El día 19 Vidal recibe un oficio del Comandante de Armas de Bonao notificándole que el Comandante Norberto Tiburcio al mando de tropas Restauradoras marchaba hacia Ocoa y lo invitaba a no poner oposición. Manuel Mota, Comandante Militar de Baní, informaba al Capitán General el envío ese mismo día a la medianoche, de una tropa compuesta de 40 hombres al mando del General Juan Cheri Victoria armados de carabinas y lanzas para dirigirse al lugar llamado Arenado, camino a Ocoa y de allí dirigirse al pueblo (15). El Coronel Victoria al llegar al puesto de Rancho Arriba dio parte de que sólo halló en su destacamento 64 hombres, pues los demás habían desertado o se habían unido a las filas Restauradoras. Al estar en inferioridad numérica, se retiró a Rancho Abajo y luego a Loma Quemada, donde sus tropas ya no pasaban de 40 hombres, a eso de las 2 de la tarde del día 20.
Los Restauradores ya ocupaban el puesto de Las Avispas, por lo que decidió hacer una trinchera para resistir. A las 3 de la tarde del mismo día, Jaime Vidal le solicita replegarse sobre el pueblo de Ocoa para organizar su defensa, dando por perdido el territorio ya ocupado por los Restauradores.
Según informó Jaime Vidal en una comunicación dirigida al Capitán General, Eusebio Puello, “la completa mayoría de aquel innoble pueblo tuvo la osadía de presentárseme intimándome para que me pronunciase a favor de la rebelión” (16). Bajo el alegato de encontrarse gravemente enfermo, Vidal decidió abandonar el poblado. Lo mismo hizo Al llegar Cheri Victoria con sus tropas al poblado de Ocoa pasó un hecho bastante inusual. Las tropas y autoridades del pueblo se negaron a reconocer la autoridad de Victoria. el General Victoria, al no contar con hombres suficientes para enfrentar a los rebeldes. Detengámonos un momento en esta parte.
El pueblo innoble a que hace referencia Vidal fue el mismo que en medio del regocijo general vió izar la bandera de España el 20 de marzo de 1861. Bosch asegura que la “pequeña burguesía dominicana, en todos sus niveles, pero seguramente más en los sectores del nivel bajo que en los otros, creyó que bajo la bandera española la situación económica mejoraría, pero resultó que la situación empeoró.” (17).
Es decir, que ese mismo descontento generalizado en el resto del país, también llegó a los habitantes de Ocoa; quienes, además, tenían el miedo de que la guerra llegara hasta el mismo poblado. Ya en 1844 habían repelido, con éxito impresionante, un ataque haitiano en El Pinar. Seguramente ya habían escuchado lo que estaba sucediendo con el General Restaurador Pedro Florentino, quien se había dedicado al pillaje y saqueo en San Juan de la Maguana.
Ante la ausencia de Jaime Vidal y el retiro del General Cheri Victoria, el poblado de Ocoa quedó sin autoridad militar para organizar la defensa del territorio, lo que sumado a los rumores de que el ejército Restaurador marchaba imparable desde Rancho Arriba, hizo cundir el temor ante la incertidumbre de lo que sucedería una vez llegaran al pueblo. En ese contexto, Vicente-Blanco-Casado, quien era Alcalde Ordinario (puesto administrativo, ya que el primer ayuntamiento no asumiría hasta el año 1866) asumió la Comandancia de Armas de forma interina. Este señor, aparentemente era un simpatizante de la causa Restauradora, pero jugó el doble papel de hacerle creer a los españoles que era un partidario de la Reina.
En oficio dirigido a la Comandancia Militar de Baní, Casado indicó que logró conversar con los rebeldes y los convenció con “razones muy poderosas” para que se retiraran a una distancia prudente, mientras que juraba que “mientras haya fuerzas en esta plaza sucumbiremos muertos antes de ser infieles a Su Majestad”. Aprovechó en ese momento para solicitar el envío de dinero para el mantenimiento de las tropas leales a España que aún quedaban en Ocoa, solicitud que reiteraría en el transcurso de los días siguientes.
El día 24 de septiembre, el Comandante Militar de Baní, Manuel Mota, informa al Capitán General de la Isla, de la existencia de rencillas entre el General Chery Victoria y Vicente Casado. La situación continuó durante el mes de Septiembre, mientras que las fuerzas restauradoras dieron el avance final sobre el pueblo. La fuerzas restauradoras estaban al mando del coronel Norberto Tiburcio, oriundo de Jarabacoa, quien había sido designado por Luperón para tomar El Maniel y de allí juntarse con las tropas del General Durán y marchar sobre Azua. Archambault relata que estando en Bonao se unió a dichas tropas el general Perico Salcedo, que se encontraba confinado allí por “turbulento, arbitrario e indisciplinado”.
Tiburcio, que no sabía de la fama de aquel pillo, lo aceptó entre sus filas. Al día siguiente, ya en camino de Piedra Blanca a Rancho Arriba, el inefable Perico le expresa al cándido Tiburcio: “Usted es coronel, pero yo soy general y soy yo quien debe mandar la tropa. De aquí en adelante todos los que encontremos son españoles, es decir, enemigos a quienes debemos matar, confiscando sus intereses; conmigo el pillaje es libre y a los que se opongan los fusilo porque estamos haciendo patria y con algo debemos recompensar nuestros trabajos y nuestros sufrimientos. Al escuchar esto la tropa lo victorió y el coronel Tiburcio quedó como preso y muy expuesto a perder la vida en poder de aquel bandolero”
Continuará la proxima entrega III-III
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