Por: Harris Castillo
Eran las 5 a.m., el día prometía ser histórico. La guagua de la siete de la mañana en la que se suponía llegaría a la cita con la historia, se fue sin mí, no es la primera vez; los trenes aun sentían la resaca del apagón que dejó a más de ochenta mil clientes de Con Ed, sin energía eléctrica en la ciudad de Nueva York, la noche anterior.
Durante varios años se venía sazonando pero nada de cocinarse, los banilejos han hecho de ello un festín y todavía se escucha el eco en nuestros campos de sus grandes beneficios económicos, pero sobre todo, sus beneficios en la construcción de una cultura que nos realza y mantiene vivo el espíritu solidario de los hijos de El Maniel.
A las ocho de la mañana empezó a rodar la Vanette Ford, ocupada a media capacidad y con un entusiasta al guía, de esos que aman lo que hacen sin estar salvando por ello al mundo. Mi alegría estaba mezclada, sabía de antemano que era algo grande, también sabía que no viviría lo suficiente para verlo en su plenitud, mi inyección letal se aplicaría a la una de la tarde; por esa bendita maldición de la impuntualidad, mi muerte se pospuso una hora.
El camino despejado, el guía seguro, clima perfecto, era cuestión de tiempo, de sobreponerse al nerviosismo por la incertidumbre de toda novedad y esperar confiados el único desenlace posible. Llegamos en tiempo, aterrizamos en el destino.
El play de softball de Diamond Street era el punto de encuentro. Barricadas ordenadas por el alcalde amigo para facilitar la seguridad. Desde temprano ya estaban allí los organizadores, quienes la noche antes habían calentado el brazo. Una organización casi perfecta, los obreros de El Grupo de Damarys Pimentel, con su líder a la cabeza, ya tenían ordenadas las áreas.
El Play de la calle Diamond en la ciudad de Hazleton, PA, es un lugar espectacular para la práctica deportiva, y el disfrute familiar. Graderías a ambos lados, un restaurante con terraza en su zona Noroeste, y en su zona Noreste un denso bosque con espacio suficiente para picnic. Para la ocasión también se ubicaron carpas por toda el área, unas para alojar a los invitados especiales, otras para el expendio de comidas.
Vino gente de todas partes: de la lejana florida vino Marego con su esposa Marilyn y sus tres hijos, a él, Marego (Juan Arias), estaba dedicada la Quinta Copa Pedro Pimentel. Del distante Massachusetts, Oscar Deligne y su distinguidísima esposa amanecieron al pie del corte, Asdrovel se levantó tarde pero había acampado cerca y llegó rondando el mediodía, Luimi Sánchez, el hijo de Federico, nieto de Cristinita en la Luperón, siempre risueño, entró casi junto con el hijo de Lindo; y casi a la hora de mi defunción, llegó Món Read, Papín también llegó pero yo ya estaba muerto.
Desde la madre patria pude ver a Beto (José Alberto Santana), más maduro y consciente de su responsabilidad social, buen activo para el relevo, también a Lilo Arias, ejemplo de superación. Después de mi muerte llegaron más desde la madre patria, el alcalde Ortiz Sajiun dijo presente, Jassiel Maceo, Ángel Darío, a ninguno de ellos vi, ni ellos a mí, pues mi cadáver ya rodaba lejos, junto a ellos también llegó El Volcán (José Frank Tejeda) quien había salido esa mañana en vuelo directo desde el José Francisco Peña Gómez.
Del vecino New Jersey llegaron muchos, Carlos Alberto, el poeta, Guan Placencia, una gloria del deporte Ocoeño y su hijo Leoncio y familia, a Guan está dedicado el torneo de Paterson este año; Ioran Mancebo el hijo del honorable Gior, Gorito el diputado, y otros que no vi ya saben porque, como Carmen Sánchez.
Passaic dijo presente con Felo (Rafael) el karateca más conocido de Ocoa en su época, el que dio ejemplo a Tururo de cómo se domina una de canasto; y de Clifton vino Willy González, el hijo de Chita, empresario prospero del volante, junto a su afable compañera.
De Nueva York llegaron muchos también, empezando por los organizadores, Damarys la hija de Nidio, Dilcia, Betania la hermana de Enrique Chalas, con uno de sus hijos y tres nietos, la gloria del deporte Ocoeño Alexis Arias y su siempre delicada esposa, hija de quien da nombre a la copa, Pedro Pimentel, un hermano de Pedro también. El tres veces micrófono de oro Carlos Quintas, el hijo de Bienvenido Báez y doña Lidia, Ney Arias con su adorable Aura, adornaban la vista, y Joaquín Ramírez, que piensa transformar La Ciénaga.
Los Ocoeños de Hazleton se despoblaron, llegaron en trulla. Con su azada al hombro encontré a Luisito, el hijo de Luis Báez, pero no el zurdo primera base que bateaba con bate de madera y gloria del deporte que también estaba ahí, sino el hijo de Luis Leyda y Jacqueline, sobrino de Nini y Carolina de la calle Las Carreras. Y como es lógico suponer, no podía faltar la máxima representación del liderazgo Ocoeño en el estado de Pensilvania, Angie Chapman, siempre regia, con garbo, con glamur.
Capítulo aparte la tertulia con Papito el hijo de la vieja Bere, el hermano chiquito de Marco, el filosofo del pueblo abajo que dice que “más pesa un billete de mil pesos en las manos de un jodío, que un block de ocho”, y de Biembo, el bocón que ha guiado a varias generaciones de estudiantes y que dio gloria a nuestro pueblo por sus hazañas en el atletismo.
Los artistas no podían estar mejor representados con la imponente presencia de Karina Aguasvivas, con ella hasta un play parece un escenario, y Raudy Chalas el pupilo de Fior, ya lo conocerán.
Fue el primer convite Ocoeño en Estados Unidos, organizado magistralmente por El Grupo de Damarys Pimentel, apoyado por el siempre presente Pedro Alegría y el nunca ausente Aneudy Ortiz; apoyado a demás, por una comunidad que siempre asiste, que no se esconde, que disfruta sus reencuentros.
Fue eso, el primero, el que marca el camino, la pauta, porque ahora debe venir el segundo, y luego el tercero hasta el infinito. La historia que día a día escribe nuestra gente, deberá registrar el domingo 14 de julio de 2019, como el día que se escribió un verso importante de ‘La Epopeya Ocoeña”.
Para los convites que siguen, solo espero llegar vivo al final.
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