Por Harris Castillo
En la sociedad del microondas o todo al minuto, en la que vivimos desde hace algún tiempo, se precisa del silencio más que nunca, como forma de salvaguardar el valioso patrimonio de la relación entre individuos, atentando con ello contra el crecimiento que proporciona el debate sobre algún conocimiento.
Paradójico porque la transferencia de conocimiento beneficia al conjunto, pero ante la prontitud en procesar hasta las conversaciones, se corre el riesgo de la interpretación conveniente o a nuestro alcance.
Para esa sociedad, enajenado es una persona demente. Simplemente. Por ese desconocimiento se asume ofensivo el vocablo y se refuta con la ira.
Vivimos de espaldas a toda realidad, dando aquiescencia a los estudios científicos que intentan demostrar que la realidad es individual y que cada persona crea la propia. Ello explicaría por qué un mismo evento es evaluado de forma distinta por un amplio número de individuos. En ese contexto, todos seriamos enajenados de una posible realidad absoluta.
Para los oficiosos de la ley, la enajenación está clara y diferenciada: en derecho civil es la transferencia de un derecho real de un patrimonio a otro; en derecho penal es la pérdida de los sentidos bajo la cual se torna excusable un delito, aunque la afección sea temporal, ya que se ha demostrado clínicamente que hasta una situación de éxtasis puede producir la enajenación del individuo.
Pocos humanos han alcanzado la dimensión de la comprensión de las cosas, y por siglos pasados y venideros enajenamos nuestra capacidad de comprensión, incluso aceptando que hay misterios ocultos solo comprensibles a los dioses. Quienes han retado la programación sobre toda forma de poder, han alcanzado un mayor nivel de comprensión de las cosas, han revolucionado la civilización humana (para bien o para mal), y en algunos casos han trascendido al lastre del ego condenatorio.
Estudios bien ponderados por instituciones académicas de prestigio como la escuela de negocios de la universidad de Harvard, dan cuenta de la enajenación laboral que acusa hasta a un 85% de los trabajadores que “después de los primeros seis meses de trabajo pierde el estímulo”. Iguales resultados encuentra Gallup sobre la insatisfacción laboral, y Forbes reporta que ha encontrado tres elementos claves para revertir esa enajenación laboral (trabajar en lo que no te gusta), dos de los cuales: alabanza y estímulo, van muy ligados al ego.
Este tipo de enajenación fue explicada de modo amplio hace mas de 175 años por Carlos Marx: el proletario solo tiene su fuerza de trabajo y por tanto no se siente parte del proceso de producción ni de la producción, estableciendo la tesis de que la enajenación del individuo es posible desarraigarla, asumiendo la propiedad colectiva de los medios de producción y reemplazando el mercado por una planificación consiente que satisfaga las necesidades humanas.
El hombre de hoy está tan enajenado o más, que en la época de la esclavitud, pues aquella era consciente en mayor grado al de la ignorancia de hoy sobre la especie. En más de un noventa por ciento de los casos, quien decide dónde vivimos, a qué escuela van nuestros hijos, en qué época vacacionamos, qué vestidos usamos, qué carro conducimos, cómo nos alimentamos, a qué hora dormimos, y todo cuanto se pueda señalar, es nuestro empleador, nuestro jefe, nuestro ingreso, el gobierno y la propaganda. En escaso margen, esas decisiones son tomadas libre y conscientemente por el individuo.
Somos enajenados ante la necesidad de trabajar en lo que no nos gusta para satisfacer necesidades que nos han creado, es decir enajenación al cuadrado.
Pero hay una enajenación moderna con raíces antiguas. La apariencia de que tenemos control y dominio sobre nuestro derecho a decidir libremente. Se manifiesta en las mentalidades menos evolucionadas en su relación con el medio circundante. Pertenece a un partido político que decide el curso de acción sin su consulta y lo hace compromisario del resultado. Sigue a un líder político que decide las acciones a su conveniencia, sin tomar en cuenta la opinión colectiva, y hace al individuo reproductor voluntario, enajenado, de sus posiciones interesadas, creando el eufemismo de que el individuo o el colectivo, es o será beneficiario. Sigue una ideología contrapuesta sin aceptar siquiera la posible convergencia con otros puntos de vista. Defiende la supremacía del punto de vista con su verdad como único argumento, resistiendo la fortaleza de los argumentos probatorios o reduciéndolo al plano individual.
Enajenados somos todos, o casi todos. Aceptarlo es lo difícil, y sin embargo es el principio de la emancipación.
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