Por: Guillermo Sención Villalona
En la falda de una montaña donde apenas llegaba el sol, vivía un hombre de estirpe inca consumido por la angustia. Venía padeciendo desde hacía muchos años, lentamente, abrazado por un terrible rencor. La rabia, la impotencia y su desconfianza de los seres humanos lo habían hecho apartar hacia ese mundo de sombras. Allí vivía alimentado por sueños de fuego en los que veía al invasor crepitar entre las llamas.
Los ojos de la montaña
Viriato Sención
Cuando compartía con mi primo Viriato Sención, la conversación normalmente versaba sobre literatura, por dos razones: Había una atracción común hacia el tema y estaba el hecho de que él se encontraba inmerso definitivamente en ese mundo, muy interesado en escribir las novelas que tenía pensadas y hacerse de un nombre como escritor, con una obra literaria acabada. Diría que se descubrió escritor y asumió ese reto.
A la edad de 51 años había publicado su primera novela, la controversial e irreverente Los que falsificaron la firma de Dios (1992)- traducida al inglés en 1995-, la cual tuvo mucho éxito.
Por ese entusiasmo que tenía, esa entrega a su labor de escritor, pudo llevar a imprenta el libro de relatos cortos La enana Celania y otros cuentos (1994); además, otras tres novelas: Los ojos de la montaña (1997), Adrianita, qué oscura la noche (2004) y El pacto de los rencores (2008).
En una de nuestras pláticas me hizo un comentario muy peculiar, refiriéndome que cuando escribía, paralelamente solía leer a los buenos autores, a los maestros, para pulir sus textos, afinando la escritura, perfeccionando su prosa. Entonces le comenté que ésa sería una buena recomendación para los jóvenes escritores.
En mi primera visita a su apartamento en Nueva York, donde se sentía aislado del mundo, me mostró su “Biblia”; un libro que leía con fascinación y detenidamente, curioseando e interpretando aquellas ficciones maravillosas, para luego hacer agudos comentarios con los amigos. El título me tomó de sorpresa:
Jorge Luis Borges
Obras completas
(1923-1949)
Entonces me hizo una apología de El infome de Brodie, uno de los libros de cuentos que integran el libro y que era su preferido y me soltó una observación atinada: ¿Sabías que Borges se repite? Le dije que sí, que había notado que algunas frases suyas aparecen en libros diferentes, como si fueran copiadas de uno al otro.
Era tal su soledad en ese apartamento de la Morris Avenue, en El Bronx, que cuando me despedía, lo notaba triste y me soltaba amablemente un cumplido que reservaba para esos momentos con las visitas: “¿Cómo que te vas? Imposible, todavía es temprano, déjame disfrutarte otro rato”.
Tenía una opinión muy peculiar sobre la ciudad de Nueva York. Recuerdo que, caminando por una de sus aceras, me dijo: “Esta ciudad se ha tragado a millones de seres humanos”. Entendía que gran parte de los inmigrantes le habían entregado su destino a la urbe, sin notar que buscaban algo inalcanzable, quedando atrapados en una mole que no les daba ninguna posibilidad de retorno y ofreciéndoles nada más que una vida rutinaria.
Temiéndole a esa situación, decidió esquivar ese ambiente exótico y disfrutar del placer de la lectura, echando mano de obras bien seleccionadas, preferentemente de los narradores que conformaron el renombrado Boom latinoamericano.
Pretendía en algún momento acercarse a esa realidad, como narrador, pero decía que para eso necesitaba, paradójicamente, estar alejado de ella. Es lamentable que su fallecimiento, en 2011, en Pensilvania, nos privara de esa novela neoyorkina que querían sus lectores, la que tenía pensada.
Carpentier y Borges eran sus pasiones, aparte de Cervantes y su Quijote. Me dijo una vez: “Carpentier me humilla, me dice ignorante, me arropa con su erudición, con ese barroquismo, me manda a leer; aunque no es un escritor complicado, todo se entiende en él”.
Su amigo, el periodista y escritor Eloy Alberto Tejera, escribió lo siguiente: “Era un estudioso ferviente de Jorge Luis Borges y su matemática sintaxis. No he conocido en el país un articulista o un escritor que tenga tanta conciencia sobre esto y que reflexione con tal devoción sobre el oficio y el misterio de la escritura”.
En otra parte dice: “Le acompañé en el proceso de su partida a Estados Unidos. Regaló su biblioteca, las cosas, ya empezaban a pesarle mucho. Entre los pocos textos que cargó estaban las obras completas de Jorge Luis Borges, de las que me dijo que ahí estaba todo”.
Cuando tratábamos a los autores latinoamericanos, compartíamos gustos: Borges, Cortázar, García Márquez, Carpentier y Rulfo, en primera fila. De los tres últimos le fascinaba lo que habían hecho en el terreno del Realismo Mágico y lo Real Maravilloso Americano.
Una vez me comentó que la novela El perfume, que llamó su atención, era la respuesta europea a ese movimiento literario latinoamericano. Enseguida recordé lo dicho por un amigo sobre la película de ciencia ficción (o realismo científico), Solaris, de Andréi Tarkovski, en el sentido de que era considerada la respuesta soviética a 2001: una odisea en el espacio, del norteamericano Stanley Kubrick. Se me ocurrió pensar: ¡Qué interesante!, América va a la vanguardia de los europeos en los realismos.
Los ojos de la montaña
Conociendo la fascinación que sentía Viriato por ese tipo de escritura, no me sorprendió que hiciera el mismo ejercicio narrativo, con mucho entusiasmo, en su novela Los ojos de la montaña. Claro, ya lo había practicado en su novela anterior.
Siempre he pensado que al escribirla él se propuso hacer de modo subyacente un homenaje a los grandes exponentes del Realismo Mágico, a esos destacados autores que leyó con pasión en las horas de soledad de sus largos años residiendo en Nueva York.
En esta novela encontramos a un Viriato más maduro en el oficio, con depurada técnica narrativa y destreza en el uso del lenguaje y el tono de la prosa. Quizás eso se deba a que en el momento de su elaboración era un escritor más paciente, despojado de la prisa por mostrar y publicar su trabajo, carga que debe soportar la primera entrega de todo autor.
Cuando la leí por primera vez quedé convencido de su calidad. Consideré que, por así decirlo, estaba dotada de más fuerza y pasión literaria que su novela anterior, que el autor tenía más conciencia del hecho estético. Cuando se lo comenté, me dijo: “Así es, claro, si yo escribiera ahora Los que falsificaron, la haría mejor”.
El relato está poblado, desde sus inicios, de mitos que fue creando y ampliando el autor, con una inusual carga de palabras, hechos, temas y personajes que giran, como en un carrusel, apareciendo, desapareciendo y reapareciendo, teniendo como escenario al legendario pueblo de El Maniel, antiguo Maniey y actual provincia de San José de Ocoa, un pequeño valle enclavado en las estribaciones de la Cordillera Central, lugar de nacimiento de Viriato.
En la contraportada de la primera edición, Diógenes Céspedes describe el ambiente general en que se mueve la novela: “El Sención de esta segunda novela, anclada en la cultura y las tradiciones afroespañolas transparentadas y metamorfoseadas en el Sur fértil, hace convivir en los personajes y situaciones los conflictos y las creencias que se acunaron durante siglos en la mentalidad del hombre y la mujer criollos”.
Es tan recurrente el acercamiento a lo mítico en la novela, que en una segunda lectura que realicé pude notar que las primeras veinte páginas eran suficientes para armar un catálogo ilustrativo con vocablos relacionados con temas como el misterio de la muerte, lo maravilloso, religioso, supersticioso y todo tipo de creencias, costumbres, tradiciones y leyendas populares.
Configuré un pliego con criterio de unificación, sustantivando o adjetivando y mostrándolo en singular y orden alfabético:
• Agorera
• Alucinación
• Dios
• Divinidad
• Embrujo
• Enigma
• Ensañamiento
• Espanto
• Espejismo
• Espíritu
• Eternidad
• Extraño
• Fantasma
• Ilusión
• Infierno
• Invisibles
• Leyenda
• Llamado
• Locura
• Mágico
• Maligno
• Miedo
• Milagro
• Misterio
• Muerte
• Murmuración
• Presentimiento
• Promesa
• Rencor
• Rumor
• Secreto
• Sobrecogimiento
• Soledad
• Sortilegio
• Sueño
• Superstición
• Temor
• Venganza
• Veneración
• Visión
En el texto vemos cómo se mistifican las cosas y los personajes, apareciendo seres fabulosos. Se inventan acontecimientos insólitos en un juego literario en el que participa el lector, seguramente desconcertado y confundido ante esas retadoras páginas, donde llega a ilusionarse e identificarse con lo fantástico creyéndolo real.
En la primera página de Cien años de soledad, se lee lo siguiente:
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades…”
Resulta que Viriato consideró que la novela contiene un error en esa primera página, debido a que las casas de cañabrava se fabrican sin utilizar clavos. Entonces se mofa del gran escritor colombiano, admirado por él, cuando coloca este pasaje:
“El resto del vecindario estaba constituido, en su mayoría, por casitas techadas de canas, armadas con vigas de candelón, paredes de tablas de palma y puertas de pino o de manacla: (algunas había de barro y cañabrava que, por supuesto, como todas las de su tipo no tenían ni clavos ni tornillos que pudiesen ser arrastrados por imán de gitanos) …”.
El mismo García Márquez dijo en una entrevista:
“No releo mis libros por miedo, porque empiezo a leer y saco el bolígrafo y empiezo a corregir y no paro. Me he impuesto como norma no cambiar nunca un libro después de la primera edición. Por eso hago tantas versiones y correcciones. En el caso de Del amor y otros demonios, como la historia sucede en Cartagena de Indias en el siglo XVIII, no quise que hubiera anacronismos ni errores de ningún tipo”.
De la copiosa cantidad de bellas imágenes que contiene el libro, se me ocurre colocar un breve muestrario de fragmentos donde se notan los logros alcanzados por Viriato con su maravillo poder descriptivo, marcado por atractiva prosa poética:
“Yo acostumbraba reptar entre ese pequeño bosque de fragancias, lograba una buena posición, metía el ojo en la pechuga de una cigua y disparaba con mi tirapiedras.”
“… con esa voz que salía por unos labios que apenas se asomaban por entre un nido de pelos que le enmascaraba la cara…”
“Don Emeterio se quedó pensativo un rato, como rebuscando unos recuerdos en el fondo de su edad…”
“Sobre ésta, finalmente cegada por una empalizada de cayucos, colocó Cachimbito una calavera de vaca con sus enormes cuencas en dirección a casa.”
“Sotico Abulto…surgió en la calle principal del poblado en medio de una fugaz y violenta polvareda. Llegó como fabricado por el mismo polvo del que surgía.”
“Era una sombra, que iba atravesando los primeros rumores de la mañana sin volver los ojos.”
“Anda siempre bajo un viejo sombrero de fieltro negro, de ala ancha y redonda, con agujeros en la copa por los que revientan greñas sucias.”
“Otros hombres hay que, más alejados, permanecen recostados a empalizadas de remates triangulares o acuclillados en las bocas de callejones sombríos, solos…”
El autor narra en primera persona:
“Cuando estuve a su lado quedé sorprendido al oír que mencionaba mi nombre: Pedro José.”
“Yo tenía doce años y, hasta donde creo saber, conmigo fundó una amistad que, al final de su vida, constituiría su único vínculo espiritual con el mundo.”
Cambia a tercera persona:
“…por donde ya anda danzando el incorregible de Pedro José.”
“Sentado en un banco de la plaza, solitario en la noche amenazada de lluvia, permanece Pedro José.”
Se puede advertir con facilidad que el nombre de la novela fue alterado al titularse este trabajo. Lo trastoqué como una forma de homenaje a Viriato por mostrarnos otra forma de ver la realidad, por haber manipulado, deformado y exagerado elegantemente y en forma tan divertida hechos y personajes, en esa bella novelita que nos legó, nacida bajo el influjo del estilo que identifica a los escritores que hicieron Realismo Mágico.
Santo Domingo, D. N.
4 de julio de 2017
LOS OJOS DE LA MONTAÑA
Viriato Sención
Editora de colores, S. A.
Primera edición, noviembre de 1997
Santo Domingo, República Dominicana
1997
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