Por Francisco Luciano
La UASD requiere de un respiro por su propio bien. Los contantes conflictos y la permanente suspensión de docencia bajo cualquier pretexto, vienen acelerando la consolidación de una corriente de opinión, que desde la sociedad exige, cada vez con más frecuencia, una revisión de dicha academia.
Hasta el momento, las fuerzas que a lo interno luchan por el control de la institución, han probado no tener capacidad para concertar una línea de acción que permita a la Universidad convertirse en referente de lo bien hecho e incluso sus grandes éxitos y sus fortalezas son opacadas por las descalificaciones de unos a otros.
Lo cierto es que a lo interno de la UASD la discusión parece ser entre sordos y así no se va a llegar lejos. En medio de la lucha por control de áreas de poder, se imponen distorsiones que hacen difícil poner las aspiraciones de los alumnos por encima de dichos intereses que vienen degenerando en mercuriales.
El viejo discurso de la privatización o de que a tal o cual gobernante no le interesa fortalecer la UASD, es tan añejo como las propias deficiencias que padece una institución digna de mejor desempeño, de mejor administración y de más apoyo gubernamental.
La casta que por décadas ha dirigido la Universidad, ha limitado sus acciones a repetir la manera de hacer las cosas, a sabiendas de que, así no salen bien. La resistencia al cambio impide promover la innovación para adecuar cada proceso a la nueva realidad. Les resulta más cómodo buscar culpables, que pueden variar según el propósito del momento, pues cuando se trata de ascender a un cargo de director, decano, vicerrector o de rector, el titular de ocasión es el responsable, más cuando se trata de alcanzar alzas salariales o beneficios «laborales» se culpa al gobierno de turno.
Se defiende el derecho a la autonomía cuando adentro se ponen de acuerdo para crear estructuras académicos-administrativas que satisfagan caprichos y gulas o cuando es para incrementar beneficios a los miembros de la familia universitaria, más a la hora de asumir los costos financieros de esas decisiones, entonces somos dependientes.
Es la segunda vez en menos de siete meses, que se llama a un paro de docencia desde antes del primer día de clases, bajo la demanda de aumento salarial, que no podrá ser complacida sin la ayuda del gobierno.
Mientras, poco importa que un porcentaje importante de nuestros alumnos no encuentren secciones y se dilaten en la conclusión de sus estudios, que no haya reactivos en los laboratorios, que el registro sea una vergüenza y decenas de etcéteras.
La Universidad ha llegado a un punto, en el que se debe hacer un alto y deponiendo las intransigencias, firmar un pacto que permita definir con claridad sus las necesidades, las distorsiones a corregir y los apoyos que se requieren, para junto al gobierno asumir las acciones que garanticen su estabilidad institucional donde la docencia nunca vuelva a suspenderse, por el bien de nuestra juventud y de la nación.
El autor es catedrático universitario y dirigente del PTD.
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