Por: Sergio Sarita Valdez
La tradición cristiana ha logrado que mucha gente en el mundo cifre grandes esperanzas a concretizarse tras el arribo del último mes del año. Se arman todo tipo de celebraciones cargadas de alegría en el ámbito familiar, laboral y de amistades cercanas y lejanas.
Diríamos que el contexto social entra en una temporada de amor y diversión. Paradójicamente, a veces, buscando la felicidad nos tropezamos con amargas experiencias de naturaleza trágica. Las navidades en especial, traen como característica general recuerdos antípodas: de alegría y de tristeza. Este diciembre de 2018, de modo específico cercano al mediodía del miércoles 5 saludó con un estruendo desolador, producto de una gran explosión a la populosa barriada de Villas Agrícolas, ubicada en el Distrito Nacional del Gran Santo Domingo, capital de la República Dominicana. Más de un centenar de personas seriamente lesionadas, seis fallecidas y otras desaparecidas fue el saldo de este sorprende y gigantesco accidente en una fábrica de plástico.
Estadísticamente el mes de la alegría en grande es también la época en donde mayor número de accidentes fatales acontecen. Las muertes en las carreteras alcanzan su máximo cercano a las navidades. Muchos se preguntarán a qué se debe este fenómeno contradictorio, es decir, cuando muchos procuran juntarse para festejar la llegada del Cristo Salvador, ignoran que el luto espera agazapado detrás del volante luego de una animada fiesta cargada de bebidas y golosinas.
Quienes llevamos décadas manejando las tragedias de diciembre podemos señalar los días y las horas en donde los accidentes vehiculares alcanzar su máximo de incidencia. Conocemos también los factores que contribuyen de modo reiterativo a dichos sucesos. Pongamos como ejemplo el alcohol, droga que está presente en las dos terceras partes de los traumas vehiculares tanto de conductores y pasajeros como de transeúntes. Los excesos de velocidades, las imprudencias de los peatones, así como la alta densidad de individuos en movimiento contribuyen a aumentar las probabilidades de colisiones.
¿Qué hacer? Educar con persistencia e insistencia sin desmayar, ni cansarnos y mucho menos desanimarnos hasta conseguir modificar los hábitos culturales sembrados en la psiquis de los grandes núcleos poblacionales. Promover nuevas formas de convivencia para el disfrute social sin violencia accidental o intencional es labor de titanes, de personas que no se desaniman ante resultados desalentadores de inicio. Se trata de un programa destinado a romper con viejas costumbres que venimos arrastrando desde hace muchas generaciones y que tardan en prender en la conciencia ciudadana antes de que se vean sus frutos; digamos que es una siembra a largo plazo. Ajustemos los mensajes a los nuevos tiempos a través de las vías más apropiadas para que sean efectivos y eficaces.
Concomitante con esa laborar educativa se deben implementar las medidas de rigor necesarias que impidan transigir con los violadores de las leyes del tránsito. Hay que hacer respetar esas ordenanzas so pena de caer en el desorden fratricida. Quien transite sin observar las reglamentaciones establecidas debe ser detenido y multado como manda la ley, sin tomar en consideración abolengo, estatus social, sea civil o militar.
Aspiramos a un nuevo diciembre cargado de paz, armonía y alegría, libre del luto, las tragedias familiares, los accidentes vehiculares, las intoxicaciones, las depresiones suicidas, los homicidios, así como las muertes súbitas esperadas, hijas de la imprudencia.
Soñemos con un nuevo diciembre para cristianos y no cristianos, fieles creyentes de que un mundo mejor para todos es pose.
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