Felipe Ciprián
El viernes 6 de julio de 2018 el gobierno de Haití informó que los combustibles sufrirían un incremento de precios sustancial para eliminar subsidios, equilibrar su oferta a los de República Dominicana para detener el trasiego ilegal y llevar alivio a las finanzas estatales.
La respuesta popular fue masiva, contundente y muy destructiva: las masas irredentas constituidas en turbas incendiarias carentes de objetivo político, pero llenas de ansias de venganza contra la elite, se lanzaron de forma incontenible repartiendo fuego y destrucción a todo lo que para ellos era símbolo de poder.
La Policía, con tres sueldos pendientes de pago y nada dispuesta a confrontarse con esa nueva avalancha, se quedó cruzada de brazos durante dos días. Si bien no puede afirmarse que simpatizaba con la rebelión, no tenía motivación para salir a pelear contra ella si estaba en una condición que ni siquiera recibía su paga.
Eso explica que en un levantamiento popular tan grande y violento solo se registraran tres muertes –ni un solo policía herido- y en cambio hoteles, tiendas, residencias, oficinas, comercios de todo tipo, fueran saqueados y luego incendiados dejando una estela de destrucción incuantificable.
Es penoso recoger la impresión de un cuadro de destrucción solo comparable con el terremoto de enero de 2010, con la diferencia de que tras el sismo cientos de miles de personas murieron, quedaron heridos y sin techo, mientras que en el verano de 2018 la rebelión fue directa y casi exclusivamente sobre bienes y servicios, públicos y privados.
Por varios siglos la elite haitiana se ha dedicado a usurpar la riqueza de ese territorio y la extraordinaria laboriosidad de su masa trabajadora en el campo y la ciudad sin tomar en cuenta que estos y sus hijos necesitan documentarse, recibir atención médica, educación, agua por cañerías, incentivos para producir alimentos, puestos de trabajo dignos, respeto a sus derechos sociales y políticos, libertad y sano esparcimiento para el disfrute de su cultura y superar sus tabúes y atrasos.
Como la gran masa haitiana soporta vivir al borde de la miseria extrema, sin energía eléctrica e iluminándose con “jumiadoras”, sin letrinas, ni posibilidad de ponerse sudorina en los sobacos para no heder a grajo, quienes disfrutan de gran riqueza porque son aliados de los que se aprovechan de la miseria de Haití para neocolonizarlo, la semana pasada despertaron aterrorizados por el vigor de la venganza de los parias.
Nadie puede pensar que puede vivir indefinidamente haciendo al pueblo haitiano –ni a ningún otro pueblo, pero a ese menos- pagar el doble del precio de un huevo porque en lugar de comprarlo de las gallinas de Moca, los lanzan al río Masacre para traerlo de Miami o de Brasil, al doble del costo.
Lo que pasó en Haití –que vuelvo a lamentar muy sinceramente- no es otra cosa que el resultado de la burla perenne de una elite congraciada con intereses especuladores foráneos que lo que quieren es ganancias aunque los trabajadores se hundan en la miseria.
Ni siquiera los volcanes soportan indefinidamente que los priven del oxígeno indispensable para permanecer pasivos. Cuando la presión de su entorno llega a un punto insoportable, estallan y riegan lava hasta donde alcance su energía aunque su objetivo no sea destruir, sino reventar para no morir.
Eso ha pasado en Haití en julio de 2018 y puede pasar en cualquier país donde sus dirigentes pasan de pelagatos a jorocones, mientras el pueblo que alguna vez invocaron para representar, se hunde en la miseria y pierde cada vez más sus derechos.
En Brasil fue el gasto enorme en preparar unas olimpíadas, en Perú fue un presidente mentiroso y corrupto que quiso engañar al pueblo y el legislativo lo puso en capilla ardiente y salió huyendo. En Haití fue incrementar los precios de los combustibles en forma insoportable para la clase media, los trabajadores y los marginados.
Eso rebosó la copa y la ira popular tumbó la mesa. Ahora el escenario es de destrucción y un muy serio cuestionamiento al gobierno, que acaba de perder a su primer ministro.
Lo lamentable es que toda la energía de ese pueblo no pueda –por ahora- traducirse en fuerza política independiente para forjar un poder que irradie libertad, igualdad y fraternidad, en un clima de trabajo productivo y bienestar general de toda la sociedad haitiana.
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