NUEVA YORK- Aspiramos a una sociedad donde se rescaten los valores que nos hicieron orgullosos del apellido, de la ascendencia, del origen, de nuestra región. Una sociedad en la que podamos sonreír con quienes nos cruzamos en el camino sin el temor de la ofensa o la amenaza.
Aspiramos a una sociedad donde el sudor sacíe el hambre y los caminos sean el gimnasio del cuerpo; donde cada individuo sea un abrevadero, no de la esperanza sino de la certeza. Una sociedad donde la prosperidad acompañe al mérito. Una sociedad que ignore la deshonra, que excluya del rebaño, que separe la maleza. Una sociedad donde nos falte tiempo para ser felices.
Es una sociedad posible, sin ser perfecta y de ella hay mucha referencia. No está lejos el tiempo en que los grandes negocios se hacían con un apretón de manos, que los vecinos intercambiaban comida y consideraciones, en que los mayores eran rectores y los padres, padres de todos los hijos.
A una sociedad similar llegaron en 1928 algunos vecinos del Baní, del que ya habíamos naturalizado en masa en su huída por la quema de su ciudad en 1805, a las cuencas medias del rio Nizao. Junto a los que llegaron antes, poblaron de honra la comarca manielera. También la poblaron de sudor germinador de gozo, germinador de pan, germinador de orgullo. En esa sociedad lo mío era nuestro, y el más acaudalado exhibía su honra como la mayor fortuna. Tampoco era perfecta, pero sí feliz, orgullosa y preñada de presente.
1928 daba una nueva vida a dos mozalbetes de la Villa de Fundación, en Bani. Se habían casado cinco años antes y buscaban su lugar en el planeta. Fueron atraídos por el oro que brotaba en cada zafra. Fueron mineros de una tierra que solo pedía semillas y sudor. Dos mozalbetes que en agradecimiento devolvían a la tierra buena prole.
Once hijos vivos y viables, fueron el mejor aporte de Gonzalo Castillo Ortiz y Consuelo Guerrero Soto, a una tierra que para ser antesala del cielo solo necesitaba el reconocimiento de la Curia. Las Auyamas no era una sucursal del paraíso, era el paraíso mismo, y en ella creció la esperanza a la que aun nos aferramos para creer que una sociedad noble, de principios y justa, es perfectamente posible.
De los once hijos de la descendencia Castillo-Guerrero, (Los Gonzalo), dos han partido ya a otras dimensiones, Tomas y Vinicio, que dejaron hijos para orgullo planetario. Casaron con Sílfida y Milán. Entre las féminas, Lidia, que unió su destino a Bienvenido Báez para parir una mezcla de gladiadores del universo y hormigas invencibles. Danirtza, casada con Fausto Montilla, vecino de San Juan, nos legaron los suplentes de la corte angelical. Margarita, que ancló sus años al barco de Hugo Sánchez para producir honra, cerebro y visión. Otimia, que de los Gertrudis sedujo a Fremio Ortiz, para asegurar representantes ante el creador en beneficio de toda la familia. Belkis, con su perfume imperial adormeció para siempre al príncipe Nápoles Ortiz, e introdujo el garbo, el compás y un escudo real en la familia. Santa, la ceba, el bocaíto, se unió a los fundadores de la comarca, según la leyenda, y con Rafael Pimentel nos regaló dos damas para las bodas con Jesús Cristo. Gerineldo, el cultivador del intelecto, el receptor del idealismo, junto a Dinorah confirman la polivalencia familiar. Bolívar, junto a Vinicio el más fogoso. Casó con Flérida para internacionalizar a los Gonzalo y regar el mundo con sonrisas de desprendimiento y pecho henchido. Por último Apolinar, el mayor, intermediario entre el pasado y el futuro, el de la cosmovisión. Regresó a las raíces de sus padres para emanciparse. Con María Castillo, hizo legendario un nombre, un grito patriótico “Llegó Ponan al pueblo de sus amores”, su prole es puro ejemplo, orgullo por el apellido y dedicación al trabajo.
Si es apologético, bienvenido, el propósito es hacer valer que es posible, y el argumento válido para reclamar más compromiso con los valores que en la vida importan. Francisco Apolinar Castillo (Ponan), y María Castillo, celebraron este pasado mes de Mayo, setenta (70) años de unión matrimonial. Belkis Castillo y Nápoles Ortiz, celebraron sesenta (60) años de matrimonio, también en este mes de Junio.
Si alguno pensara que en estos tiempos es difícil, basta con señalar que en la descendencia de ambos festejados, ya existen celebraciones de 42, 41, 40, 35 y 30 años de matrimonio.
Estas familias existen en gran número en toda la provincia. Hacia ellas debiéramos mirar y buscar en sus acciones, soluciones a la degeneración que nos azota. La honra debe ser la norma.
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