Todos la recuerdan como maestra, no solo porque dedicó 40 años de su vida a la enseñanza sino debido a que continuó la labor educativa de Salomé Ureña cuando disminuyeron las fuerzas de la insigne poetisa, cercana ya a la muerte, y porque entregó a la sociedad dominicana casi todo el profesorado que en ese tiempo ejerció en Santo Domingo.
También está latente en la memoria por haber sido discípula de Salomé y figura en el primer grupo de maestras normales investidas por Hostos en 1887.
Pero Luisa Ozema Pellerano de Henríquez, a la que distingue una calle de la ciudad que es pequeña y casi desconocida comparada con sus múltiples aportes y merecimientos, fue además batalladora nacionalista por la soberanía, activista cultural, filántropa y bienhechora preocupada por los pobres y por la niñez desvalida.
Perteneció a una de las familias más preclaras de Santo Domingo y casó con uno de los dominicanos más ilustres, pero no utilizó su influencia y su condición social para frivolidades. Enriqueció su espíritu cristiano y se dedicó a fundar sociedades para canalizar sus inquietudes patrióticas, caritativas, de ilustración y apoyo a causas dignas.
Su muerte llenó de dolor a la República. El Listín Diario dedicó su primera página a los detalles de la conmovedora agonía, a la funesta noticia del adiós final.
La abnegada sacerdotisa del magisterio sufrió una aguda afección renal contra la que no valieron esfuerzos de la medicina y la ciencia. En cuatro semanas la agotó la dolencia implacable. Se confesó con monseñor Luis Antonio de Mena, arzobispo coadjutor, de quien recibió la extremaunción.
Todas sus ilustres discípulas elevaron una solicitud al ayuntamiento: declarar Día de Duelo Nacional el 28 de marzo cuando «Doña Luisa» cerró sus ojos para siempre. El doctor Arístides Fiallo Cabral firmó el acta de defunción. Otros preclaros ciudadanos pidieron que una calle y una de las escuelas graduadas fueran denominadas Luisa Ozema Pellerano.
En las extensas reseñas del Listín, cuyos propietarios estaban ligados familiarmente a la admirada y apreciada extinta, titularon que se le tributó «La más grande manifestación de duelo nacional que haya visto la ciudad primada».
Dominaba las ciencias. -Luisa Ozema nació el nueve de noviembre de 1870, hija de Manuel de J. Pellerano y Teresa de Castro, quienes se esmeraron en la educación y en la ilustración de ella y de sus hermanas, confiadas todas a la capacidad de la noble y preclara educadora doña Salomé Ureña de Henríquez.
Siendo adolescente formó parte principal del grupo de las primeras maestras graduadas en el país en el Instituto de Señoritas, con apenas 17 años. Inmediatamente comenzó a dar clases en esas mismas aulas.
«Tuvo decidida inclinación por las matemáticas y por las ciencias físicas y naturales. La dominaba el deseo de adquirir conocimientos de las plantas, las flores y los frutos. Afanosa, buscaba fórmulas, hacía reacciones, y con interés estudiaba la estructura de los cuerpos que la tierra atesora en sus entrañas», escribió de ella Mercedes Laura Aguiar.
En 1897 Luisa Ozema fundó junto con sus hermanas Eva y Lucila el Instituto de Señoritas Salomé Ureña, del que fue directora y «la más prestante profesora».
«Ella instruía la mente y forjaba los corazones. Hizo ciudadanos y fabricó madres. De ello responden cien y mil hogares, los mismos que se quedaron vacíos para ir junto al mortuorio lecho a derramar el tributo de sus lágrimas», escribió el Listín.
Julio Jaime Julia consignó que «se recuerda de ella su porte gentil, su sonrisa dulce, su mirada penetrante, la firmeza de su carácter, su espíritu organizador y disciplinario, su rectitud en el cumplimiento del deber, como prendas eximias que enriquecían una personalidad superior».
Contrajo matrimonio con Federico Henríquez y Carvajal. No dejaron hijos pues Luisa Ozema «no mantuvo el fruto de sus concepciones».
El acongojado esposo escribió tras el fallecimiento una «Ofrenda» en la que expresa: «Tiembla de tristeza mi corazón y como en éxtasis de sereno recogimiento evoco los días felices de aquel hogar-escuela, modelo de virtudes, donde la bondadosa dama fenecida derramaba sabiduría, tutelada por el genio de Salomé Ureña, de Francisco Xavier Billini y de Eugenio María de Hostos». Vivían en la calle 19 de Marzo con Arzobispo Nouel, donde ella murió. Allí también funcionaba el instituto.
«El Instituto Salomé Ureña, donde la juventud dominicana de ambos sexos ha formado su conciencia y su pensamiento, está de duelo, y todo es tristeza en el recinto, hasta sus rosales parecen morir de pena», agregó.
En un artículo dedicado a «Don Federico», Diódoro Danilo manifiesta: «Es ley ineludible: todo lo que vive ha de morir, pero en la tierra es efímera la vida de quien el bien prodiga… y Doña Luisa prodigó el bien a manos llenas».
Pellerano de Henríquez fundó en 1896 la Sociedad Patriótica «Rosa Duarte» para contribuir a la erección del Monumento a Juan Pablo Duarte. Perteneció a la sociedad Pro-Cuba, de 1894 a 1898. Formó parte de la Sociedad Patriótica de Damas, «provocada por la caída de la República en 1915». Presidió el club de Damas y estuvo «en cuantas sociedades fueron formadas por su iniciativa o por la ajena y las robustecía con sus empeños generosos».
Creó también instituciones caritativas, como «Obras Pías», Amiga de la niñez», «Pro Día de las Madres».
Resume Julia en «Haz de luces»: «Es de justicia señalar estas actuaciones que hablan de su clara sensibilidad patriótica: estuvo junto a los bazares que se organizaron en auxilio de la guerra de independencia de Cuba. Hacia 1900 la encontramos en el grupo de damas que buscan en la generosidad de nuestro pueblo ayuda económica para solucionar el infortunado y amenazante conflicto dominico-francés… Y finalmente su notoria labor como integrante de la Junta Patriótica de Damas, fundada el 15 de marzo de 1920 en los infaustos días de la intervención norteamericana, en pro de los conculcados derechos de nuestra eclipsada soberanía…».
El Listín diario afirmó que muerta Salomé Ureña, la reforma educacional de Hostos hubiera quedado en desamparo si el espíritu de lucha, la fortaleza de carácter, el concepto claro de la energía necesaria y el sacrificio que conllevaba una labor tan ardua, no hubieran contado con la vocación, el apostolado y el deber de Luisa, «su discípula directa y predilecta».
En la provincia de San José de Ocoa, uno de los centros educativos lleva su nombre.
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