Por: Víctor Bidó
La muerte es un tema universal. Igual la vida. Grandes elegías se han escrito por la ausencia de lo amado, sin embargo, no sabemos qué es ella. Los muertos no regresan para contarnos sus historias de mortandad. Debemos imaginarla de alguna forma.
Los pocos que han regresado no son muy parlanchines al respecto, y es poco lo que sabemos. Por lo general, la asociamos con la oscuridad, el desaliento y la ausencia porque el ánimo se apega a los vestigios y no a la muerte en sí. Para algunos, la muerte es un sueño eterno. Lloramos nuestros muertos e, independientemente de uno, hay que seguir viviendo conservando las imágenes, los momentos vividos como forma de mantener la memoria.
El libro que nos toca hoy es de Elsa Batista Pimentel. Su Tercer libro. La poeta nos habla del cansancio del vuelo y, por tanto, de la vida, es decir, cuando la trayectoria de la vida, como viaje, llega al proceso donde perdemos fuerzas (natural) y fenecemos, pero para la poeta la vista juega un papel esencial pues nos canta desde una ventana que separa ambas realidades, a su vez, se encarna en el poema y surca a la propia creadora como testimonio de su angustia y dolor. Un dolor estoico y si se quiere reflexivo.
«Soy
voz quejumbrosa interpelando el poema,
lamento escondido, en un futuro sin asombro
descansada nostalgia en el dintel de la espera,
prodigiosa oscuridad; la claridad del verso,
atávica incertidumbre, la pregunta insomne,
desvelo que cierra los ojos de la noche.»
(Pág. 14)
Desde el primer poema nos muestra su propósito poético en este libro. La voz quejumbrosa interpelando el poema. El poema se convierte en el medio eficaz para desvelar la experiencia, aprioris, de la muerte, de la ausencia y del dolor escondido. Obviamente, no falta la soledad, esa que enmudecen los labios hasta sumergirlo en una oquedad tan silenciosa como el dolor atávico.
Me impresionó ese poema dedicado a su padre: Para Simplemente Morirte. Una elegía muy descriptiva del padre ido:
«En un instante sepultaste el día,
sembraste noches en tus ojos baldíos,
enraizaste sombras en tus uñas,
te crecieron tinieblas en las manos,
rompiste tu disfraz de luz
para vestir en traje de perfecta sombra.»
(Pág.26)
La muerte se extiende en diferentes direcciones hasta cubrir de vestimenta de lo efímero. La impermanencia rige el vuelo que, en cierta forma, nos deja el anhelo y la nostalgia. Memoria de la muerte o la absoluta negación del sujeto. En sus poemas no hay una solución trascendente en donde se pudiera fundamentar una esperanza eterna de permanecer, sino un cantar frente a la muerte. Un nacer para la muerte que, ante su presencia, deja un mar de sombra y un silencio abismado.
Os dejo este poemario que nos habilitará frente a la ausencia de la otredad.
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