Por: Albert Mejía Báez
Hace relativamente poco, escribí por este mismo medio una perspectiva personal sobre la realidad de la literatura en el mundo de hoy. Allí hacía referencia a cómo, de manera natural, el tiempo —esa construcción humana intangible aunque intuitiva— nos lleva como un carro sin frenos hacia un futuro cada vez más desconocido. En ese proceso, nos va mostrando alternativas distintas a lo que conocemos y, casi espontáneamente, nos adapta a nuevas experiencias.
En ese contexto, hablaba sobre los nuevos formatos digitales (audiolibros, podcasts, libros electrónicos, etc.), que poco a poco han ido desplazando de los estantes a los libros impresos, esos que marcaron generaciones con estructuras idealistas y estilos de vida propios.
Hoy quiero adentrarme, aunque sea someramente, en el mundo de la realidad aumentada, que ya está aquí… y ha llegado como ladrón en la noche.
Como anécdota, recuerdo —como testigo entre unos pocos, quizás entre los primeros cien— haber tenido la dicha de experimentar por primera vez el uso de la red de internet dial-up en la República Dominicana. Fue en 1996, cuando por iniciativa del presidente Leonel Fernández se estableció una sala de consulta pública en la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, en la Plaza de la Cultura.
Recuerdo haber accedido a una computadora, y entre los buscadores disponibles entonces estaban Yahoo, Infoseek y AltaVista. Google no existía. ¡Qué maravilla todo aquello!
Quién diría que, apenas dos años después, en 1998, nacería Google, desplazando poco a poco al resto de los buscadores, hasta dejarlos como simples notas al pie de la historia digital.
Hoy, luego de toda una historia global, Google, apenas rozando la mocedad de su vida, se encuentra en el umbral de una transformación radical… o incluso de su desaparición funcional.
En una ocasión, en uno de mis diletantismos literarios o filosóficos —si se quiere— expresé en redes sociales que solía mirar con frecuencia 10 o 15 años hacia el futuro. Esa práctica natural en mi base de pensamiento me ha convencido de muchas cosas, entre ellas, la posibilidad de prescindir de las redes sociales (donde mi presencia es nula) y de la mayoría de las fuentes digitales, sin el más mínimo atisbo de añoranza. Eso, en cierto modo, también es una desaparición. Pero en realidad se trata de una evolución, de un salto hacia adelante que no necesita justificación ahora.
Porque, por las mismas razones, el tiempo arrastra tecnologías, las transforma o las sepulta. En menos de diez años, cuando los celulares sean reliquias de historia patria, la búsqueda tradicional de información habrá sido completamente desplazada por las respuestas directas de las IAs, que sintetizan todo con una inteligencia que Google, en su forma actual, no posee. Google todavía presenta resultados en forma de infinitos enlaces, como anaqueles de una biblioteca tradicional.
Google ya lo sabe. Por eso invierte fuertemente en su propio modelo de inteligencia artificial (Gemini) e intenta integrarlo a su ecosistema. Pero quizá ha llegado tarde al reparto, enfrentando el dilema de canibalizar su modelo de negocio principal: los anuncios basados en búsqueda. En lo personal, su propuesta no me entusiasma, aunque mañana la historia podría ser otra. Algo tiene Google: ha sabido mantenerse a la vanguardia del manejo de la información.
Pero la experiencia del usuario está cambiando. La gente busca eficiencia, síntesis, soluciones rápidas. No quiere más listas de páginas sin inteligencia. En cinco años, la búsqueda tal como la conocemos será minoritaria. En diez años, probablemente lo que hoy llamamos “buscar en Google” será solo una función integrada en agentes conversacionales o en sistemas que ya no llevaremos en el bolsillo… y que tal vez ni siquiera llamaremos “buscadores”.
Google —o Alphabet— probablemente no desaparecerá como empresa, pero está compelido a transformarse y a reconfigurar su identidad, intentando liderar esta nueva frontera como lo hizo con Android en la era móvil. Tendrá que dejar atrás su modelo decadente, centrado en la búsqueda tradicional.
Estamos siendo testigos de un punto de inflexión histórico, algo que en el futuro se recordará como hoy recordamos el nacimiento del Internet, del correo electrónico o del teléfono inteligente. Asumirlo con conciencia crítica nos coloca en una posición privilegiada. Si no lo haces, te quedarás en la prehistoria.
Las IAs están permitiendo adaptar el proceso educativo a las necesidades individuales de los aprendices, ofreciendo contenidos y ritmos personalizados. Esto promueve una educación más inclusiva y efectiva, especialmente para estudiantes con discapacidades cognitivas o con altas capacidades.
En ese punto ciego de la historia del conocimiento aparece NeurekaLab, una plataforma digital desarrollada en España que utiliza inteligencia artificial y técnicas de gamificación para detectar tempranamente vacíos de aprendizaje en niños. Esto permite intervenciones oportunas y reduce el riesgo de abandono escolar. En la República Dominicana, nuestro sistema educativo debería adelantarse a la historia y promover este tipo de reformas.
En el ámbito laboral, la automatización de tareas repetitivas mediante IA está transformando el horizonte. Algunas funciones están siendo reemplazadas, pero también surgen nuevas oportunidades que requieren habilidades como pensamiento crítico, creatividad y adaptabilidad. ¿Seremos capaces de ponernos a la altura?
Un estudio del Foro Económico Mundial indica que el 59% de la fuerza laboral mundial necesitará formación en habilidades digitales en la próxima década. Yo diría que el restante 41% ya forma parte del mundo de los desplazados… sepultados por la historia.
Nuestra relación con el conocimiento también está cambiando. La gente ha pasado de la búsqueda a la interacción: ya no se consultan múltiples fuentes, sino que se recurre a asistentes de IA que proporcionan respuestas directas y contextualizadas. Esto plantea, sin embargo, un reto importante: ¿sabremos verificar y comprender a fondo lo que nos ofrece la máquina?
He ahí el dilema: una cabeza bien amueblada sabrá siempre qué tomar y qué dejar. Construir conciencia crítica frente a este nuevo panorama es el gran reto de nuestros sistemas educativos.
Mirando al futuro, es claro que la inteligencia artificial seguirá transformando nuestras formas de aprender, trabajar y pensar. La clave está en cómo nos adaptaremos a estos cambios, aprovechando sus oportunidades mientras mitigamos sus riesgos.
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