Felipe Ciprián
A Aleika, con mi mayor cariño
Pretender lograr una equivalencia al hablar o escribir en español para integrar al género femenino en los casos donde lógicamente no está en un esfuerzo por hacer creer que con ello se enfrenta la discriminación de la mujer, es una agresión a uno de los valores esenciales de la cultura: el idioma.
Con el sano propósito de contribuir a intensificar la participación de la mujer en todas las actividades, lo que realmente se está logrando es que en la sonoridad de un idioma tan bello como el español, se pierda la capacidad de expresión y comprensión, porque varones que digan «maestras y maestros» no necesariamente son ejemplo de respeto a sus parejas.
Quienes piensan que se es feminista cuando dicen «nosotros y nosotras amamos la patria», en realidad hacen de una oración elegante, comprensiva y didáctica, un trabalenguas ininteligible.
El mal de fondo de asignar cuotas especiales para la mujer en un país y en una sociedad que no las excluye legalmente, nos está llevando a asignarle también cuotas de palabras en la lengua para en lugar de hablar, ganguear.
Primero ataco el fondo y luego la forma.
¿Por qué hay que dar el 33% de los cargos electivos a las mujeres?
Si hay mujeres trabajadoras, con inteligencia y disposición, lo que hay que hacer es reconocerle su espacio y si tienen que ser el 90 por ciento de los legisladores, de los alcaldes, que lo sean, porque lo más importante no es el género, sino la preparación, la honestidad, la capacidad de trabajo, el liderazgo.
Dar una cuota a la mujer para que por fuerza tenga una representación, es la aceptación, por ellas y por quienes la dan, de que están discriminadas y necesitan ser «ayudadas».
Prefiero a un hombre como senador que denuncia la falta de camas para parturientas en los hospitales, antes que a una senadora que habla perfecto «feminismo lingüístico», pero no se entera que dos mujeres tienen que acostarse en una sola cama acabadas de parir, junto a sus recién nacidos.
¿Con qué cuota femenina fue que Minerva y María Teresa Mirabal obtuvieron posiciones cimeras desde el primer momento para enfrentarse a la dictadura de Trujillo en 1960?
Hurgando más profundamente en la historia… ¿Quién dio, por ser dama, un lugar de honor a Anacaona para ser líder indiscutible del pueblo aborigen cuando el colonialismo español llegó a América y acabó con su raza?
¿Con qué cuota femenina fue que María Trinidad Sánchez, Concepción Bona y Juana Trinidad («Juana Saltitopa») fueron heroínas en la lucha independentista de 1844?
¿Acaso necesitaron cuotas las mujeres que acompañaron a los «gavilleros» que enfrentaron a las tropas norteamericanas durante seis años de resistencia de 1916 a 1922?
Las combatientes de la Guerra de 1965 y la resistencia a la segunda agresión norteamericana no necesitaron cuotas ni lenguaje genérico para integrarse valientemente a las batallas que elevaron la dignidad de los dominicanos en esa lucha desigual.
Los ejemplos muestran que donde hay mujeres con verdaderas condiciones de liderazgo, con capacidad, con disposición y entrega, no hay fuerza que las detenga.
Decir «nosotros y nosotras, dominicanos y dominicanas, aquellas y aquellos» y demás tonterías para referirse a personas que pertenecen a una misma sociedad, es un simplismo que lejos de estimular a la mujer a conquistar su espacio por sus cualidades, se lo quieren regalar por su sola condición de mujer.
Provoca hilaridad la simpleza de quienes dañan el idioma por entrar en la moda de nombrar a los «dominicanos y las dominicanas», mientras hay una profusión de palabras insustituibles con un mínimo de lógica.
Si para muchos es fácil decir «nosotros y nosotras», también debían decir «el teléfono y la teléfana», «la isla y el islo», «la patria y el patrio», «la biblia y el biblio», «el océano y la océana», «la luna» y «el luno», «el sol y la sola». ¿Acaso discriminan palabras para que las aplaste el machismo verbal?
Hay palabras que al convertirlas al «feminismo lingüístico» pierden totalmente su significado, como sería decir «el puerto y la puerta», o mejor «el libro y la libra».
El idioma tiene tantas palabras en femenino como en masculino y si se conocen pueden ser usadas convenientemente sin que convirtamos la forma de hablar y escribir en un tartamudeo anfibológico que ronda en un dialecto tribal en pleno siglo veintiuno.
El español tiene en femenino o en masculino tantas palabras como necesita y el quehacer diario y los adelantos científicos van creando nuevas palabras, con su sonoridad y significado exacto. Por eso no se dice «hombre y hombra», sino «hombre y mujer».
Hablar o escribir duplicando los sustantivos y adjetivos para forzarlos a expresar algo artificial, es dañar el idioma en un formalismo que no necesariamente es práctica cotidiana.
Quisiera saber cuál poeta o poetisa feminista puede escribir con elegancia una poesía, un himno o una canción, usando esas formas repetitivas de igualdad de género.
Quiero la plena participación de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad, pero no de cualquier mujer por su condición de hembra, sino por su capacidad, liderazgo y entusiasmo, blandidos en lucha contra la injusticia.
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