Por: Felipe Ciprián
Los agricultores de la zona de alta montaña en Baní están dando un ejemplo que debía ser imitado por otros en el país: cuidan el bosque, limpian las aguas de ríos y arroyos y se esfuerzan por producir para consumir, vender en los mercados y exportar frutas de excelente calidad.
Con esa actividad generan un resultado múltiple y encomiable: garantizar agua para Santo Domingo, San Cristóbal y Baní; para saciar la sed del ganado, para irrigar y para generar electricidad verdaderamente limpia y que no necesita disponer de divisas para importar combustibles.
Es una especie de redención del pensamiento de César González Celado, banilejo intrépido y fomentador del progreso de la campiña, que en los años sesenta y setenta del siglo pasado exhortaba a combinar la producción de aguacates y cítricos en medio de las fincas de café, que entonces eran prósperas y fueron las que crearon la acumulación originaria de los capitales de Baní, financiaron la educación de sus hijos y posibilitaron la construcción de viviendas decentes para las familias, tanto en Baní como en Santo Domingo.
Ahora los agroproductores de la zona de montaña de Baní están empeñados en convertir los bosques improductivos y que son víctima de la tala para postes, madera, carbón y conuqueo, en fincas de café, aguacate y cítricos, que a la vez que protegen las cuencas de los ríos y arroyos, producen y mejoran la condición de vida de los agricultores.
Pero los productores de la alta montaña no pueden vivir si no tienen carreteras para ir al hospital o sus hijos a las escuelas, sin vías para transportar insumos para sus fincas y luego la producción a los mercados.
El Ministerio de Obras Públicas se ha hecho el chivo loco y la carretera Peravia-Valdesia sigue ahí, sin puentes, sin asfaltado en la mayoría de su extensión, por lo que con cada aguacero miles de familias quedan aisladas y en peligro.
Reconstruir la carretera Peravia-Valdesia es una obra que impacta mucho más en Baní que cualquier otra porque garantizar agua para la capital, sembrar, cosechar y exportar aguacate de primera calidad y alto rendimiento, transforma la vida de miles de familias y abre un abanico de negocios y empleos.
El Ministerio de Agricultura se ha quedado con los brazos cruzados y no ha aportado ni una sola plántula para seguir el programa de reforestación con frutales y café en una zona montañosa vital para la vida de la presa de Valdesia. Tampoco dispone de técnicos para asesorar y enseñar a los agricultores a superar prácticas arcaicas de cultivo y cosecha.
Mientras Agricultura se hace a un lado y nada aporta, con la ayuda de otras instituciones el Bloque de Productores ya ha plantado cientos de miles de plántulas de cafeto, aguacate, naranjas, bambú, níspero, guanábana y otros que son una ganancia neta para la producción y la conservación de las aguas.
Tampoco el gobierno central ha dispuesto que INAPA construya un acueducto múltiple para unas veinte comunidades cuyos habitantes son los mayores protectores del agua de la Capital, de San Cristóbal y Baní, pero que ellos mismos tienen que buscarla en arroyos y ríos en envases para llevarla a sus cocinas y baños como si no fueran dominicanos.
Los agricultores ya tienen una muy buena organización y suficiente experiencia como para saber que tienen derechos –y con qué excelencia cumplen sus deberes de cuidar el bosque y pagar impuestos por cada llamada telefónica o cuando abordan un motoconcho-.
Hay que esperar que las instituciones oficiales –en el Año del Desarrollo Agroforestal- respondan a los llamados de unos productores que son ejemplo de dedicación, pero muy osados en sus luchas, que nadie debe desafiar.
¿Prefieren las autoridades auxiliar a estos productores en la montaña o los quieren poblando villas miseria en las ciudades, cogiendo enfermedades que el Estado luego tiene que curar en hospitales, germinando adolescentes que entran en la delincuencia y los vicios?
La opción es obvia, pero no siempre los funcionarios se dedican a cumplir con sus responsabilidades, sino con sus negocios aprovechando que el Estado es su finca y donde los controles son tan laxos que permiten hacer cosas tan trepidantes como las que estamos viendo en la temible Omsa.
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