Acabo de terminar de leer el libro Cuentos de El Maniel, escrito por Juan Proscopio Pérez; puedo asegurar, sin exagerar, que he pasado tiempo de calidad libando con avidez esta amalgama de descripciones artísticas, costumbrismo e historias locales de mi terruño, San José de Ocoa.
Copito, como le decíamos durante su mocedad al avezado Proscopio, dio muestras de sagacidad literaria desde muy temprano. En su colectánea de vivencias altisonantes, habitan las sobresalientes notas del bachillerato, exitosas incursiones en concursos de literatura y su bien forjada formación intelectual, adosada siempre a la máquina de escribir del despacho de su padre, don Romeo Pérez.
En esta producción de cuentos, saca a pasear un cúmulo de conocimientos en materia literaria, los cuales le asisten en su misión de narrar entretenidamente historias locales, escuchadas de voces intergeneracionales. Su narrativa, parecida por escasos momentos a la de su colega jurisperito Virgilio Díaz Grullón, se convierte en un aliciente para meditar e investigar; al mismo tiempo incentiva el vuelo creativo de la imaginación.
Su edificante capacidad para describir el ambiente escenográfico, las circunstancias y los personajes de sus cuentos, no limita el pensamiento individual del lector, quien puede recrear la película de su narrativa internamente; es decir, visualizarla de acuerdo a sus tiempos, momentos y espacios vividos.
Es un libro de cuentos para leer tranquilo, sin prisas y con pausas entre relatos, no vaya uno a perderse los múltiples y exquisitos detalles, por intentar terminar en un patín.
No se trata de una competencia con el tiempo; más bien se aspira a la ralentización del reloj, como quien prueba un exquisito manjar y no quiere terminárselo. El propósito no es agregar otro título a la colección de libros leídos, meta banal y que solo sirve al ego inútil de algunos lectores. La aspiración valiosa es el disfrute pleno de la obra de arte, plasmada en este corto y cómodo volumen.
En Cuentos de El Maniel, tenemos la oportunidad de recrear 10 episodios de nuestra historia comunitaria, manteniendo el autor el debido cuidado al sustituir nombres de sus personajes; ocupándose con esto de no herir sensibilidades familiares. Aunque irreverente, el trato respetuoso de los hechos no da cabida al agravio ni a la desconsideración de los protagonistas. Más bien, la descriptiva de personas, características y hechos, trata de encontrar siempre el punto jocoso o aproximado, llegando a recrear con una pizca de buen humor las escenas trágicas o difíciles de digerir.
En este punto, ya pueden existir dudas sobre la objetividad de este análisis no regulado; los sentimientos de amistad han brotado en algunas líneas y podría pensarse que la apología obedece a los mismos.
Ante esa posibilidad, invito… es más, desafío al lector a ponerme a prueba. Busque su ejemplar de Cuentos de El Maniel y estoy seguro de que, al finalizar su lectura, habrá notado que, posiblemente, me he quedado corto.
Lea Cuentos de El Maniel. ¡No se va a arrepentir!
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