En medio de la vorágine político-electoral en la que se encuentra la República Dominicana, que dicho sea de paso parece ser una constante el ambiente proselitista por lo excesivamente largos que resultan los tiempos de campaña, cualquier tema que se aborde que coincida con alguna actividad o planteamiento hecho por alguien o que se aleje del mismo puede ser interpretado o como una muestra de adhesión o de ataque, según el litoral de cada cual.
En nuestro caso esperamos escapar de esa visión maniqueísta, no sólo por la función que ostentamos que consigo acarrea prohibiciones legales y éticas en ese sentido, sino y sobre todo porque no es verdad y porque no es ni remotamente la intención atacar o adherirnos a alguien. Hacemos la aclaración porque vamos a hablar sobre la Plaza de la Bandera y como recientemente se ha celebrado allí una actividad pública, alguien pudiera partir ligeramente de los extremos señalados y reiteramos no es nuestro caso. Como siempre hemos tratado, no nos referimos a casos particulares de manera directa.
Dicho lo anterior, pasamos a esbozar nuestra inquietud respecto a la referida plaza, que como sabemos está ubicada en una de las zonas de mayor tránsito de la ciudad de Santo Domingo, en la intercepción formada por las Avenidas 27 de Febrero y Gregorio Luperón, monumento patriótico con el que se busca y se logra rendir tributo a uno de los más importantes símbolos patrios de la nación, y en tanto símbolo debe ser exaltado, pues representa sentimientos de orgullo y patriotismo.
Esa plaza, que según los datos públicos que tenemos disponibles fue inaugurada en el año 1978 bajo la denominación de “Plaza de la Independencia”, cuyo “diseño y supervisión estuvo a cargo del arquitecto Christian Martínez, mientras que la construcción recayó sobre el ingeniero Andrés Gómez Dubriel”, siendo el autor de la misma “Andrés Gómez”, tiene una importancia capital para la República Dominicana.
Como apuntan algunos, luego de un penoso descuido a través de los años se “emprendió la tarea de restaurar dicho monumento y devolverle el sentido original…. La plaza fue reinaugurada el 14 de febrero de 1997”, esta vez con el nombre actual; vale decir, “Plaza de la Bandera”, que en realidad debería ser “Plaza de la Bandera Nacional”, que fue dicho sea de paso el lugar escogido por su Santidad “el papa Juan Pablo II”, el que en fecha “26 de enero de 1979 ofició la primera misa que un pontífice romano, celebrase en tierra americana, proyectando la plaza a nivel mundial”.
Pero además hay que destacar respecto a su diseño, que la misma cuenta con una cruz gigante, lo que la hace identificable desde lejos, que representa el “símbolo de la bandera y la redención”, y colocada en el centro “el arco de la unión del pueblo y en su corazón, el sepulcro del soldado que murió por la libertad de los dominicanos”, y “a los lados están dos ángeles que representan la gloria y el honor; al centro, bajo el arco, una gran escultura de Juan de Ávalos y Taborda, que representa a la «Madre Patria» que protege y sostiene al soldado caído por defenderla. En el tope del arco está la bandera dominicana”, situada en la parte inferior.
Igualmente hay que destacar que “la forma circular de esta explanada la expone por completo, logrando así que la atención de todo el que transita por los alrededores tenga que dirigir la mirada a la gran bandera ondeante, único elemento de color en todo el monumento”. Creemos que mejor no pudo estar concebida, diseñada, situada y construida, pues en tanto busca exaltar este símbolo patrio el propósito se logra con creces.
Así las cosas, reiterando las aclaraciones ya hechas, estimamos que esa plaza, por el simbolismo que representa en sí misma debe ser conservada con todo el celo posible, y para lograr que así sea debe procurarse mantenerla ajena a toda actividad que no sea exclusivamente de exaltación patriótica y con el debido protocolo para su uso, pues si se permite que sea utilizada para otros fines, es obvio que terminará siendo lacerada en su esencia y por la concurrencia igualmente terminará siendo afectada en su arquitectura física, afeado su entorno por los desechos sólidos que allí se arrojen, y para colmo ni hablar del gran problema que se genera para el tránsito por ser la entrada y salida de la ciudad de Santo Domingo.
Si la usan organizaciones determinadas para fines de congregar allí a parte de sus seguidores, cuál sería el caso de denominaciones religiosas, partidos y organizaciones políticas y demás, otras de la misma área querrán responder a sus contrarios en términos de capacidad de convocatoria y de impacto, y entonces esto hará que el daño sea cada vez mayor, y como no es posible permitirles a unos y a otros no, lo correcto entendemos es que la prohibición sea cerrada de manera absoluta, reservando su uso, como se indica, para actividades exclusivamente de exaltación patriótica y con el debido protocolo para su uso.
Espero esto no sea visto como un reproche por actividades ya realizadas en el pasado lejano o reciente; no nos corresponde hacer eso, pero sí como un llamado para el presente y para el porvenir, pues siendo uno de los monumentos patrióticos más hermosos con los que cuenta la ciudad de Santo Domingo y el país, hay que procurar que conserve toda su majestuosidad para que sea por siempre un símbolo de exaltación a la enseña tricolor, pues definitivamente, la Plaza… es de la Bandera.
El autor es ocoeño y egresado de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
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