Escrito Por: Minerva Isa
La violencia imperante en las escuelas, la búsqueda de herramientas hacia una paz social duradera, hacia la forja de individuos que con sus principios y valores la sustenten, obliga a enfatizar el rol de la institución escolar como agente de socialización, más aún en países como República Dominicana donde predomina la desintegración familiar.
Con esa orientación, se diseñaron nuevas estructuras educativas que buscan convertir los centros de educación inicial en espacios de paz, asumiendo los principios planteados por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) en su Manifiesto 2000 por una Cultura de Paz.
Surgieron modelos de enseñanza que trascienden lo académico, educando para el desarrollo de una sociedad humanista, fundamentada en valores éticos y morales, en principios de libertad, equidad y justicia social.
A través de la educación, procuran transformar la socialización de niños y niñas para formar generaciones futuras con una perspectiva de valoración y respeto del ser humano. Un proceso iniciado en la infancia, en el que escuelas públicas y privadas refuercen la función del hogar.
La infuncionalidad de la familia, primer espacio de socialización con una gran influencia en los patrones conductuales, hizo fluir propuestas basadas en la posibilidad de incorporar la educación para la paz dentro de la dinámica del sistema educativo como opción que intenta definir su tarea socializadora en respuesta a problemas acuciantes de la sociedad.
Tabla de salvación lanzada hace 23 años, a la que de haberse asido el país para salvar a las nuevas generaciones, hoy tendría jóvenes veinteañeros convertidos en agentes de cambio, en promotores de la paz.
Cinco años han transcurrido, sin evidencias de paz escolar, desde que en 2018 el Ministerio de Educación (Minerd) lanzara la Estrategia Nacional por una Cultura de Paz. Un fracaso, sumado al académico, como revela la explosiva violencia escolar, los dramáticos casos recientes.
Este proyecto, elaborado con el apoyo de Unicef, que el Minerd dijo aplicar, amerita mucho más que policía escolar, precisa un mayor respaldo de la Asociación Dominicana de Profesores (ADP), motivando a sus miembros a cumplir el programa establecido.
Un modelo dominicano
Antes de que la Unesco publicara su Manifiesto, en el ingenio Consuelo, de San Pedro de Macorís, se creó un modelo educativo que facilita la interacción hogar-escuela, entre profesores, alumnos, padres y madres, fundado por religiosas canadienses, el cual ha sembrado valores y reencauzado vidas, con una repercusión muy positiva en esa comunidad.
Un modelo que debe ser replicado, con sus escuelas de padres, encuentros y otras vías de acercamiento hogar-escuela, pues ambas deben apoyarse, interpelarse, acortar la distancia existente.
Aún se está a tiempo. Y hoy más que nunca es una necesidad apremiante, ante la expansiva violencia, la descomposición moral de la sociedad, la criminalidad y delincuencia.
El sistema educativo puede ir más allá que formar técnicos y profesionales. Educar hombres y mujeres con valores éticos y morales, desarrollar los rasgos de personalidad, valores, actitudes y comportamientos básicos requeridos para la interacción social.
Fomentar el respeto, la tolerancia, la solidaridad, el diálogo y otros que fortalecen y restablecen la convivencia armónica y los lazos entre individuos de una comunidad, impulsando la construcción de una sociedad más justa. Educar a maestros y padres, a toda la comunidad, en el uso de métodos de resolución de conflictos y de respeto a los derechos de las personas, basados en el diálogo. Desarrollar campañas educativas que ayuden a crear un clima de confianza y seguridad.
Formar una nueva generación de la que surjan políticos con vocación y visión de servicio social, ciudadanos que asuman deberes y derechos. Inculcar principios proclamados en el Manifiesto, convirtiendo los centros educativos en agentes poderosos para un cambio cultural.
En fin, educar para la paz, añeja inquietud cada vez más vigente. Cinco siglos atrás, Descartes sentenciaba: “Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres». Su validez sería mayor en nuestro medio si llega acompañada de cambios en el entorno familiar y social en que se desarrolla la infancia, las circunstancias en que el adolescente transita hacia la juventud.
Desde los años 30, María Montessori sintió preocupación por los problemas que perturbaban la paz, convencida de que el logro de una paz duradera es obra de la educación, definiéndola como “la mejor arma para la paz”. Piedra angular que para la gran educadora implicaba desarrollar la espiritualidad del hombre, realzar su valor como individuo y ciudadano.
Educar para la paz. Una urgencia ante la violencia y descomposición moral. Una propuesta que invita a no perder la esperanza.
Eliminar la violencia
La Estrategia Nacional por una Cultura de Paz busca orientar a la comunidad educativa en la construcción de la paz con el lema: Escuelas por una Cultura de Paz. Fortalecer a los actores del sistema educativo para promover la paz desde cada uno de sus roles, aportando a la resolución pacífica de conflictos, a la convivencia armoniosa.
En ocasión del Manifiesto de la Unesco, varios Premios Nobel redactaron una serie de principios con los que el ciudadano debe comprometerse para lograr una cultura de paz en la familia, trabajo, comunidad.
Entre ellos figuran: Respetar la vida y dignidad de cada persona, sin discriminación ni perjuicios. Practicar la no violencia activa, rechazarla en todas sus formas: físi- ca, sexual, sicológica, económica y social, sobre todo hacia los más vulnerables. Compartir el tiempo y recursos materiales, cultivando la generosidad, combatir la exclusión, la injusticia y opresión política y económica.
Conservar el planeta, promoviendo un consumo responsable y un modo de desarrollo que considere la importancia de todas las formas de vida y el equilibrio de los recursos naturales.
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