Escrito Por: Juan Casillas Álvarez
Recibo el día tal y como él nos ve anidando en otros lugares. El puente entre el ayer y el hoy se construye con seguridad y abundancia por la variedad de cosas que acumulamos durante la vida. Viajar nos hace otros, es como vivir lapsos inquietos de una edad de oro. Viajar es tiempo sumergido en el conocimiento inesperado de personas, lugares, actos y aventuras. Es un tiempo útil cuando en la ciega marcha con otros, compartimos lo que hemos conservado de lo mejor de nuestra vida.
Viajar es un acto generoso. Se intercambian mundos. No es relevante lo que traemos en una mochila, lo importante es lo acumulado en la mente. Nuestro pasado viaja con nosotros, es de cuento de caminos lo que hemos aprendido en el barrio, con nuestras familias. Viajamos sin olvidar los amigos que van y vienen, nos retrotraemos recordando las zambullidas que dimos en un río.
El buen viajero habla de sus sueños y escucha los de otros. Un viajero de escrituras nunca deja atrás el tintero, el mismo poeta se mete en los bolsillos un puñado de poemas. Un viajante cualquiera que sea amable y cálido, sólo debe recibir cariños. Un trotamundo así es siempre un embajador de esa silente humanidad.
Me duele que hay muchos viajeros desplazados que son forzados del lugar donde eran felices. Todos los días vemos noticias que narran el drama del abandono violento. En nuestros días todas las fronteras están llenas de cadáveres. Los lanchones se hunden en el Canal de la Mona con niños y madres embarazadas dominicanas para llegar a Cabo Rojo. Cuando pienso en la desgracia de otros viajeros siento mucha vergüenza personal.
De alguna manera, yo viajo pisando una alfombra roja de comodín. Mi oficio es de archivero de imágenes, cosas, montañas, ciudades, personas, comidas y se disfruta tanto lo profano y lo sagrado.
La voz del viajero no es propaganda, su persona es invisible pero goza la compañía, goza a todos los que consagran sus vidas al país, al arte, a la fe, al trabajo diario; goza la visita a un liceo y la intensidad de sus docentes. Un viajero estrecha las manos con otro viajero y lo olvida, en cambio, le da un abrazo y no olvida al que se ha criado y ha descendido de las montañas.
El artista es un pensador que está educado en el silencio que se hace en la tranquilidad de los cafés, en la lentitud de los parques o en la austeridad de un estudio o escritorio. Sin embargo, el artista se despierta y muestra su voz cuando acepta una invitación a un festival de su propia harina, de su propia carne.
Los festivales son festejos que provocan la inquietud de no saber con certeza si el pozo de nuestras obras merecen el privilegio de exponerla a otros escritores y poetas ya consagrados. El riesgo de los festejos literarios es que se oigan más los cantos de sirena de los escritores que la evocación de las obras. Un festival de menor o mayor envergadura no está obligado a cargar la piedra de Sísifo.
De mil maneras nos involucramos en los festivales literarios. Agradezco a los festivales que llevan a los autores a las aulas de los colegios y con sus alumnos conversar del arte de leer y contemplar el mundo. Ni la lectura ni la escritura tiene un orden calculado de aparición. A veces, no es suficiente un listado de lecturas. En ocasiones ni la misma experiencia privilegia el arte de escribir.
Creo que el interés y el amor es lo que llena y cultiva la condición humana en su dilatada incertidumbre. Cuando todo arte perdura es un destino que alegra.
Me da mucha ilusión acercarme más al V Festival de Literatura del Sur en San José de Ocoa. No estoy errando en ese camino porque tiene espléndidos detalles y promete el disfrute de la flamante cultura dominicana.
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