Más detalles sobre el trágico desenlace de los amores frustrados de Dr. Castaños y Adriana Pimentel (2 de 3).
Continuando con el desarrollo de la tragedia ocurrida en San José de Ocoa el 15 de marzo del 1931 y que, como señaláramos en un artículo previo, consternó a todo San José de Ocoa y enlutó a tres familias, dos de ellas de las más prominentes de este poblado.
La crónica periodística que hoy compartimos confirma la triste y desesperante situación que agobiaba el alma y el espíritu del Dr. Castaños. Pero lamentablemente también confirma que él había tomado la decisión de asaltar esa casa con fines criminales (matar a quien o quienes consideraba responsables de su desgracia) y finalmente, suicidarse. La carta que dejó escrita y que fue hallada en su casa luego del hecho, prueba que el angustiado hombre no tenía intención de salir vivo de aquel trance. Está claro que su intención tampoco era la de raptar a su pretendida, porque si hubiese sido así, no tendría sentido la existencia de la carta. ¿Acaso en su mente atormentada pasó por un segundo que raptando la novia su familia no tendría más remedio que aceptar la relación? El hecho de que la jovencita Adriana Pimentel se ocultara dentro de un armario durante horas y no saliera a calmar a su enamorado, es un indicativo que ella no tenía interés en restablecer la relación y de que el nivel de locura exhibida por el Dr. Castaños había sembrado en ella el temor de morir asesinada por quien decía no poder vivir sin ella.
Pero dejemos que sea la crónica periodística aparecida dos días después del suceso, abundante en detalles, la que trate de aclararnos tantas dudas.
Listin Diario, Martes, Marzo 17, 1931.
Los últimos detalles de la tragedia ocurrida después de la media noche del sábado en San José de Ocoa. Cómo se desarrolló el suceso. La muerte del Dr.Castaños. Dónde se salvó la novia y su familia. Los entierros de los cadáveres de Sánchez y Castaños en El Maniel. Otras informaciones interesantes.
Fiel a nuestro ofrecimiento de continuar en la edición de hoy la información sobre el desgraciado acontecimiento de la media noche del sábado en San José de Ocoa, acerca del cual dejamos pendiente la publicación de detalles sobre los medios empleados, constitutivos del fatal desenlace trágico, damos hoy las últimas noticias recibidas, las cuales han dejado la más exacta confirmación de los hechos ya relatados por nosotros en la edición de ayer.
Todo ha venido también a corroborar nuestras apreciaciones sobre el caso.
El teniente Barruos, P.M., conversó con el Dr. Castaños dos horas antes del suceso.
El Teniente de la Policía Municipal de esta capital, Octavio Barruos, quien se hallaba accidentalmente en el pueblo de Ocoa,llegó allí casi al filo de las doce de la noche del sábado, y al bajar en el Hotel Altagracia, recibió a poco la visita del Dr. Castaños, quien al percibir el ruido del motor del automóvil en que viajaba Barruos, concurrió al hotel para enterarse sobre la persona que había llegado al pueblo.
Al encontrarse Barruos y Castaños, éste, después de saludarlo, le preguntó por “el Jefe”, aludiendo al Primer Comisario de Policía de esta Capital, Sr. Wenceslao Figuereo, acerca de quien lo informó el Teniente Barruos de que no había ido en la referida ocasión.
Durante el breve diálogo sostenido por Barruos con el Dr. Castaños, éste le manifestó no haber tomado un solo “trago”, a pesar de la hora avanzada de la noche, “por no haber hallado con quien tomarlo, razón por la cual iba a tomar un poco de agua de azúcar”, lo cual diciendo y haciendo, el Doctor le preparó en seguida, tomándola en el mismo hotel.
Barruos que no es adicto a tomar tragos, expresó también esta circunstancia a Castaños, disponiéndose a dormir en seguida, mientras Castaños en compañía de otro joven, se ausentó del hotel.
Un ofrecimiento aceptado.
Cuando el Dr. Castaños se despidió del hotel, hizo un alto para decir al Teniente Barruos su ofrecimiento de que guardase su automóvil en la garaje de su propiedad, sugiriéndole que de todos modos estaría allí mejor que a la intemperie como se hallaba, en el frente del hotel.
Barruos aceptó la invitación y confió a su chófer que llevase el carro al referido Garaje.
Oscuro presentimiento.
Hay algo aquí que explica cuál era el estado de ánimo y la perturbación que pesaba sobre el espíritu del Dr. Castaños. Cuando el automóvil de Barruos fue conducido al garaje, en la puerta de entrada Castaños se tiró del automóvil diciendo al chófer: “Caramba yo he visto un muerto!” y tomando su revólver en la mano, sin decir palabra, mudó unos pasos. Miró los alrededores y volvió a exclamar:”He visto un muerto”, “Tal vez si será yo mismo el muerto que he visto”. Tan oscuro presentimiento de Castaños, no lo supo Barruos hasta el día siguiente, cuando el chófer que presenció lleno de marria y acoquinamiento la escena de duendes y de fantasmas que asediaban al doctor, le informó, después de ocurrida la tragedia, el escalofriante accidente de la puerta del garaje.
Nutrido tiroteo.
Los moradores dormían tranquilamente mientras una densa neblina comenzaba a envolver el oscuro panorama de la noche. De pronto la modorra de la madrugada fue interrumpida de la manera más alarmante.
Un nutrido tiroteo, seguido de toques de campanas, gritos escapados en la confusión y el nerviosismo de unos pocos y otros gritos de gente ociosa que sin imaginarse qué ocurría, se satisficieron en prolongar la alarma, teniéndose por un fuego la enorme algarabía que de manera tan inesperada había roto el silencio de la noche.
Se multiplicó el ruido de las detonaciones, tal que, si hubiese sido una batalla, oyéndose por todas partes numerosos disparos de armas de fuego.
Un concurrente al lugar nos hace explicaciones.
“Cuando oí el tiroteo-nos dijo- salí a la calle y pude ver, al concurrir a las cercanías de la casa de Héctor Pimentel en la calle Sánchez, cuando llegaba al lugar el Comisario de la Policía Oderto Sánchez, quien gritaba: ¡Doctor, es una locura! ¡Una locura!”
Desde el balcón de la casa la lente de una poderosa linterna eléctrica paseaba a todos los ámbitos un espeso haz de luz, cuyo círculo lumínico envolvía, alumbrándolo, la figura del Comisario Sánchez, quien no había acabado de pronunciar aquellas palabras cuando inclinó su cuerpo en tierra, exclamando: “¡Caramba, me han malogrado! ¡Me han matado!”
Con un pequeño rifle que portaba, el Comisario Sánchez, mortalmente herido, disparó.
Nuestro informante le tendió entonces el brazo y lo rodó sobre la acera.
Y como aquello pareciera realmente una batalla, arrasando contra el seto, nuestro informante se retiró del lugar, yéndose a la esquina próxima adonde se había reunido el Capitán Rijo, del Ejército Nacional, el Diputado Dionisio Sánchez, hermano del Comisario Oderto Sánchez, el General Miguel Mascaró y algunas personas más, desarmados.
El tiroteo hacía inaccesible la casa de Héctor Pimentel en donde se estaba desarrollando la tragedia. A la esquina mencionada, llegó presa de la mayor consternación, el Sr. Pimentel, padre de la novia del Dr. Castaños, quien había abandonado su residencia en compañía de su esposa y los demás de la casa, excepción hecha de la novia de Castaños, su hija, sobre la cual no se tenían noticias. La familia Pimentel se refugió en el hogar del señor Liquito Pimentel.
Empero, los asaltantes con el propio Dr. Castaños, se sabía que estaban en la casa, pues respondían a los frecuentes disparos que se le hacían. No había gentes suficientes, ni armas a propósito para haber emprendido un ataque y haber recuperado la residencia Pimentel por parte de las autoridades, y se decidió esperar a que se terminaran los pertrechos de los asaltantes.
El suceso se había originado poco más o menos a las 2 de la madrugada y entre alternativos disparos se corrieron las horas, hasta muy próximo de las 5 de la mañana, cuando después de una pequeña calma, se oyó un sordo disparo, esas detonaciones que al romper el cuerpo de las víctimas, se ensordecen de una manera singular y llevan el seguro presentimiento de la cruel desgracia, a cuantos le han oído y han asistido con piadoso espirítu, al terrible cuadro de un fatal designio.
Aquel tiro sordo, había epilogado, rompiendo el frágil vidrio negro de la siniestra noche ocurrida, la más pavorosa escena que ha contemplado el pueblito de Ocoa. Y los primeros rayos matinales destacándose en sus mayores claridades, alumbraron tras el velo de la neblina, la silueta de la casa de dos pisos en que había ocurrido la tragedia.
Habían puesto una escalera.
En el frente de la casa se hallaba una escalera manuable con ayuda de la cual los asaltantes penetraron en la casa por su segundo piso.
La Manzana rodeada.
La manzana de la casa fue rodeada por la autoridad y algunos que la ayudaron en el caso.
La entrada en la casa.
Al amanecer del día domingo, muy temprano, las autoridades mencionadas, en compañía del Juez Alcalde de la Común, Sr. Silvio Silva, se dispusieron entrar en la casa del Sr. Héctor Pimentel, la que se hallaba ya, rodeada del mayor silencio, y en completa calma. Diríase, desde fuera, que sus gruesos paredones levantados a mayor altura que las demás casas del poblado, eran no una residencia de gente viva, sino un gran panteón en el cual yacían durmiendo el sueño de la muerte dos jóvenes caídos en una cruel tortura del destino.
Rompieron por el patio.
Las autoridades rompieron por el patio y entraron en la casa de Héctor Pimentel, llegando a poco a la segunda planta del edificio, residencia de la familia. Al penetrar en la primera habitación de la entrada, no hallaron ningún indicio. Pero apenas traspusieron la puerta de la siguiente habitación, divisaron en el fondo de la misma, tendido sobre la cama, el cadáver del Dr. Castaños. Quedaba todavía algo que descifrar con urgencia.
¿Dónde se hallaba la novia? Se había refugiado en un armario envuelta en la bata de baño de su padre, había permanecido encerrada en el estrecho mueble sin pronunciar palabra, sin gemir siquiera, no fuera a quebrantar el silencio que se había impuesto a fin de no ser encontrada. Habríase asfixiado, pero no habría divulgado por propio nerviosismo, donde estaba su escondite.
Según lo relatado, en aquel armario había sentido por dos ocasiones al Doctor abrir la puerta y enfocar con la linterna, en busca suya. Pero todo su asustado organismo reciamente envuelto en el toallón de baño, se había confundido entre la otra ropa del armario. Y el ofuscado cerebro del Doctor, no le permitió hallarla.
El cadáver.
El Dr. Castaños se había acostado en una cama. Habíase acomodado en posición de amortajado. Esto es, “boca arriba” como se dice con frecuencia. Estaba en medias. Y vestía un pantalón de casimir de color claro y una camisa de seda, color crema. Sobre sus desorbitados ojos conservaba los espejuelos. Y su rubio cabello, por donde tantas veces debió pasar la mano en signos de desesperación, enteramente desaliñado. Su rostro no había perdido todavía las huellas de sus grandes sufrimientos. En sus labios manifestabase el blanquecino efecto de alguna droga. Probablemente de una ampolleta de “Cloruro de Etilo”, cuyo vidrio roto conservaba apretado en la mano izquierda mientras en la mano derecha tenía el revólver con el cual se había suicidado.
El Teniente Barruos de la Policía Municipal, en compañía del Alcalde Comunal Sr. Silva, procedieron a un registro del cadáver.Se le hallaron ciento dos dólares y unos centavos en los bolsillos. Sobre la cama y en la mesita de noche había regadas algunas tarjetas escritas por el Dr. Castaños poco antes del suicidio entre las que figuran algunas dirigidas a la madre de la novia; al padre de la misma; al señor César del Orbe, al señor José Subero y a otras más.
En el suelo había algunos cascarones de balas. Un sombrero de paja roto. Y sobre la mesita de noche, una vela encendida agarrada en la estrecha cavidad de un vaso. Quedaban también allí, dos cajitas de cápsulas.
Los acompañantes del Dr. Castaños habían emprendido la fuga poco antes del amanecer.
A las nueve llegaron las autoridades de Azua.
Avisadas del suceso las autoridades de Azua, concurrieron al lugar el Procurador Fiscal de aquel Distrito Sr. Ramón Stepan, el Gobernador de la Provincia Sr. Juan B. Tejeda y algunos miembros del ejército, ordenándose a poco el levantamiento del cadáver y su traslado a la casa del Dr. Castaños distante de allí poco más de cuarenta pasos.
El automóvil del Dr.
En la puerta de su casa estaba el automóvil del Doctor. Un carro marca Ford, de medio uso. Contenía en su interior una lata de gasolina, tres pares de alpargatas.
La herida de Castaños.
El Dr. Castaños se produjo una herida de las clasificadas como mortales por necesidad. Habiéndose disparado sobre la tetilla izquierda en exacta dirección al corazón.
La herida del Comisario Sánchez.
El Comisario de la Policía Sr. Oderto Sánchez, quien como dijimos antes fue muerto en la madrugada, presentaba una herida de proyectil cuyo orificio de entrada estaba en la tetilla derecha con orificio de salida en el costado izquierdo muy abajo. Esta herida le causó la muerte casi instantáneamente.
El primer familiar de la familia Castaños que llegó a El Maniel.
Tan pronto como se tuvo noticia del lamentable hecho, salió de esta ciudad con rumbo al Maniel el joven Emilio Castaños hijo, hermano del Dr. Mario E. Castaños, quien fue acompañado por el Teniente Amado Mateo y el Cadete Chachi Figuereo, ambos del Ejército Nacional.
Llegada del padre del Dr. Castaños.
Desde la ciudad de Santiago donde reside, se trasladó a la población de El Maniel el señor Emilio Castaños, padre del Dr. Castaños, y sus hermanos Miguel Antonio Castaños, Porfirio Octavio Castaños y Luis Alberto Castaños.
Traslado del cadáver.
El cadáver del Dr. Mario E. Castaños fue trasladado por sus familiares y un numeroso grupo de amigos de la población del Maniel a la población de Baní, para dársele cristiana sepultura en el cementerio de esa última población, llegando el cortejo fúnebre a las 6 p.m.
El cadáver fue conducido nuevamente a El Maniel.
Después de haber sido dispuesto el enterramiento del cadáver del Dr. Castaños en el Cementerio Municipal de Baní, se recibió un telefonema desde El Maniel, donde manifestaban que había sido encontrada una carta firmada por el Dr. Castaños en la cual indicaba su última voluntad, que era la de ser enterrado su cadáver en el cementerio del Maniel. Serían las 7 p.m. cuando el cortejo fúnebre se puso en marcha para la expresada población a donde llegaron a las 8 p.m.
El acto del sepelio.
Al acto del sepelio con todo de tratarse de una hora tan avanzada, pues eran ya más de las 9:30 p.m. asistieron numerosas personas, pues el Dr. Castaños poseía en aquella sociedad un grande número de amigos. Los oficios religiosos tuvieron lugar en la iglesia parroquial de aquella población. Y luego camino al cementerio, silenciosos y agobiados por el dolor, los deudos y amigos acompañaron a su última morada los restos mortales del joven Dr. Mario E. Castaños. En ese sagrado recinto hicieron uso de la palabra el General Miguel Mascaró y el señor Subero; despidió el duelo con gracia del alma el joven Emilio Castellanos hijo, hermano del Dr. Castaños, ido a destiempo.
El enterramiento del Sr. Sánchez.
El domingo se dio cristiana sepultura en la población que fue teatro del drama pasional al cadáver del señor Oderto Sánchez, Primer Comisario de la Policía del Maniel, quien fue muerto en el curso de la tragedia que relatamos. Ambos entierros fueron muy concurridos.
Los bienes del Dr. Castaños han sido sellados.
Se nos informa que todos los bienes pertenecientes al finado Dr. Castaños han sido sellados a requerimiento de las autoridades judiciales de aquel Distrito Judicial.
El Procurador General de la República fue avisado.
A continuación publicamos los textos de las comunicaciones telegráficas cruzadas entre el Procurador General y el fiscal de aquel distrito:
“Ocoa, Marzo15. Proc. Gral. Lovatón. Capital. Anoche a las dos de la madrugada el Dr. Mario Castaños se introdujo en la casa de la familia de Héctor Pimentel, en persecución de una hija de éste, con quien había tenido relaciones amorosas, donde disparó varios tiros a la loca, uno de los cuales hirió al Comisario Oderto Sánchez, quien fue a averiguar la causa de los disparos. La señora de Pimentel fue también en un pie, lo mismo que un señor de nombre Leoncio Casado, quien corrió al lugar de los tiros. Después del hecho se suicidó el Dr. Castaños. Se presume que hayan cómplices. Tengo un presunto detenido y otro he ordenado su persecución. (Fdo) Fiscal.”
“Santo Domingo, Marzo 16. Fiscal Estepan. San José de Ocoa. Enterado texto de su telefonema fecha 15 corriente. Deploro tragedia que ha suprimido vidas útiles entre las cuales se encuentra la del eficiente subalterno Oderto Sánchez, Comisario Municipal. Persiga presuntos cómplices con su acostumbrada actividad y celo. Lovaton. Procurador General de la Rep.”
La herida de la Sra. Pimentel.
La Sra.Pimentel como se ve en el telegrama arriba inserto, recibió una herida en un pie de carácter leve.
La herida de Casado es en la cabeza.
El señor Casado de quien hemos hecho referencia en nuestra información de ayer tanto como en la que damos hoy, recibió una herida de carácter grave en la cabeza con su orificio de entrada sobre el ojo derecho.
Los familiares de Castaños regresaron ayer en la mañana.
Poco antes de las cinco de la mañana de ayer, hicieron su regreso a esta capital, habiendo salido del pueblo de Ocoa, poco antes de la una de la noche, el Sr. Don Emilio Castaños y sus hijos, los demás jóvenes y caballeros antes mencionados. El Sr. Don Emilio Castaños es un distinguido caballero, que desempeña actualmente el Juzgado de Instrucción de la Segunda Circunscripción de Santiago. Buen padre de familia. Laborioso. Honrado. Que ha tenido para con su familia los mejores empeños que pudiera tener un buen padre.
A su paso por esta ciudad, nos ha visitado y tanto a él como a sus hijos, Miguel, Emilio, Porfirio, Luis y Octavio, le hemos hecho la mejor reiteración de nuestros profundos sentimientos por el desgraciado suceso ocurrido. La pena y angustia que embarga a la familia Castaños es a todas luces, indecible. Don Emilio no ha relatado cuanto le informaron en su breve y dolorosa estada en el pueblo de Ocoa, una de cuyas informaciones es la de que el Dr. se suicidó en su propia casa, versión de la cual se hicieron eco algunos colegas. Nos habló de su llegada a Baní. De su encuentro con el cadáver en aquel pueblo y de su decisión, cumpliendo así la última voluntad de su difunto hijo de hacer trasladar nuevamente su cadáver al Maniel adonde llegaron en la noche como dijimos y donde recibió demostraciones de sinceras condolencias de aquel pueblo.
El estaba enterado de las difíciles circunstancias en que venía consumiéndose la existencia del Dr. Castaños. Como padre amoroso, había dado más de un viaje desde Santiago a San José de Ocoa, unas veces para mediar cerca de la familia en disidencias con su hijo; otras veces para obtener convencer al Dr. Castaños en abandonar Ocoa. Sus razonamientos y sus ruegos suplicantes, fueron empero, inútiles. Había sostenido correspondencia con su hijo y a pesar de sus insistentes ruegos, no había podido hacerle reaccionar.
El Dr. venía consumiéndose en su organismo físico y en su organismo moral hacía algún tiempo. Ya esto lo habíamos dicho y precisa repetirlo. No había tal vez terapéutica de orden física. Y la terapéutica de orden moral que requería su enfermedad, había de la de una fuerza violenta superior a la otra fuerza que le obsesionaba y que le creó poco a poco un estado patológico mental de bastante notoriedad.
El Dr. Castaños dejó un testamento escrito. En una de las cartas que dejó para su padre, cuenta su infinita desgracia. Argumenta convencido de que su muerte era una cosa necesaria. Que no podía posponerse más…Combate las ideas que condenan el suicidio en un caso especial como el suyo. No haya más remedio a su enfermedad. Leyendo su carta, salta siete veces a los ojos una lágrima piadosa. Pobre Romeo! Su mundo de ilusiones; su mundo de alegrías, el mundo de su ciencia; el mundo de sus afectos; el mundo de sus ideas, todos sus mundos, habiánse convertido en uno solo y uno mismo, un mundo de desgracias.
Había hecho mil pedazos su título universitario, y lo había arrojado ya muchas semanas antes a los pies de la amada. Y entre todas sus locuras, había escrito el relato fiel de la tragedia ocurrida, días antes del suceso. Su obsesión era raptarse la muchacha.
Los obstáculos, las imposibilidades, lo imprevisto, el fracaso, no tenía otra solución que la tragedia de la sangre. Tal fue la triste solución.
En uno de sus escritos, ha recomendado una lápida para su tumba que no consigne, ni la fecha de su trágico fin ni ninguna otra recordatoria que esta frase:
“Murió por Amor”.
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