El artista emplea gran parte de su tiempo, de su intelecto y de su entusiasmo en la elaboración de una obra de arte con el propósito de que resulte atractiva y con tanta calidad que produzca admiración de parte del observador, aspirando a que su nombre perdure a través del tiempo y que figure al lado de los grandes genios del arte. Sin embargo, existen casos especiales de ciertas personas, que en vez de firmar sus creaciones optan por colocar un seudónimo, otras, simplemente prefieren no identificarse de ninguna manera, decidiendo permanecer en el anonimato total.
Detrás de esa doblez, voluntaria o forzosa, pueden estar las más variadas razones, que pueden ir, desde una persecución política, una persecución religiosa, al existir la necesidad de un nombre atractivo con fines comerciales, al miedo a la crítica, o simplemente por la misma razón que obligó a Pablo Neruda, autor de “veinte poemas de amor y una canción desesperada” cuyo nombre real era Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, el mismo, ante la fobia que sentía su padre hacia los poetas y escritores tomó la decisión de usar el seudónimo que al día de hoy le ha hecho tan reconocido. Otro escritor es George Orwell, autor de “Rebelión en la granja” de igual manera, por no causar disgusto a su padre, puesto que, en una obra escribió sobre una etapa de su vida en la calle como indigente. Mark Twain y Lewis Carroll son los seudónimos de escritores que hicieron popular un tipo de Literatura que está considerada como clásica.
En una época, el uso de seudónimos para algunas mujeres se constituyó en una elección obligada ya que debían recurrir a nombres masculinos para poder publicar sus propios escritos y así garantizar que fueran tomados en consideración. Un ejemplo es la española Cecilia Bohl de Faber, autora de “El sombrero de tres picos” quien utilizó el seudónimo de Fernán Caballero; entre otras está Emily Bronte, la autora de “Cumbres Borrascosas” quien recurrió al seudónimo Ellis Bell, al igual que sus dos hermanas Charlotte y Anne Bronte, por las mismas razones, con sus respectivos seudónimos.
Existen dos tipos de autores, aquellos que escriben para estar, y los que escriben para permanecer ausentes. Según el historiador francés Pierre Nora, las obras que ostentan la condición del anonimato “son una radiografía de las sensibilidades de una sociedad en un momento concreto”. El hecho de un texto sea anónimo también representa un punto de gran interés para los lectores porque despierta la imaginación popular al asignarle un rostro a alguien que se esconde tras un telón, del cual, no puede o no desea salir para que el público lo conozca, y así , a través del tiempo, se ha especulado sin resultado concreto respecto a la autoría de textos tan famosos como “Las mil y una noches”, “El cantar de Gilgamesh” y “El Lazarillo de Tormes” , obras literarias de autores desconocidos, en cuyas páginas cobran vida los personajes más maravillosos en narraciones extraordinarias, las que han servido de base fundamental para la presente generación literaria, escritos antiguos considerados tesoros para los lectores del mundo.
Conscientes de que vivimos en un mundo dominado por el ego y el personalismo absoluto, por la presunción desmedida de querer aparentar y no ser lo que realmente se es, en el que muchos desean ser reconocidos y aplaudidos por hechos insignificantes, es preciso hacer un alto y contemplar la delicadeza de una flor, la inocencia en la sonrisa de un niño, la magia de una puesta de sol, enormes montañas de un verde intenso, ríos con los colores del arcoíris o el plumaje de un pavo real; todas son obras de extraordinaria belleza, que por su majestuosidad nos producen un sinfín de emociones, son las que nos recargan de energía positiva para continuar este viaje terrenal llamado vida, son las manifestaciones naturales de una mano divina que sin plasmar una firma para descifrar, podemos saber con certeza quien fue el autor y cual su propósito como Arquitecto del universo.
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