Por: Lic. Box Elhlin Ruiz Huges
Catalina se deshace para dar sentido a su ambiente. No le gustan las películas, pero si son de majar, las ve. Tiene tres novios, porque sabe que los tres tienen a otras. Todo eso sin llegar a los quince años. Creyente fervoroza, no hace ni dice nada sin Dios delante.
Para ella, lo que le rodeaba no se correspondía con su realidad, o peor aún, no se correspondía con la realidad que la rodeaba, todo parecía tan fuera de lugar: la silla, la mesa, el piso, las ventanas, los muebles, las puertas, el pasillo. Ninguno parecía pertenecer a dónde estaba, pero al mismo tiempo estaban ahí, en dónde estaban, aunque no perteneciera a esos lugares.
No obstante la incongruencia de sus pensamientos y la realidad percibida, era suficiente con que exitaran su ego para conjurar sus más profundas dudas. A un «la inteligencia te sobra» o un sutil «excelente observación» era suficiente para reafirmar su confianza en el significado que le diera a su entorno, o a ella misma, aún si no satisfaciera su propia exigencia.
Pero en ella el vicio de dudar no cesaba, en especial cuando veía la persistencia de algunas de hacer culto a su imagen constantemente, aún cuando se suponía que habían cerrado ciclos. Continuaban, como lo hacían desde hace varios años, mercadeando el traje de baño y, a falta de este, la ropa interior, y ésta, la mayoría de las veces, escasa. Parecía que no se daban cuenta que el tiempo les pasaba en frente, o también, como a ella, su realidad circundante no se correspondía con lo que percibían que debía ser, ellos mismos no se correspondían con la realidad que percibían. Muchos la veían y hasta algunos reforzaban su ego haciendo observaciones generosas sobre lo mostrado. «Lindo traje de baño, pero mejor quien lo tiene puesto». Era suficiente para exitar su ego y animarla a mostrar la próxima pieza intima.
Sin embargo, no obstante lo cómodo que estaban en la ficción, la realidad para ella era farragosa, pues estaba repleta de ideas superfluas y desordenadas que hacían su percepción confusa y pesada, como un párrafo del Quijote o los versos se Neruda.
Y el lenguaje no la ayudaba, pues la lengua para ella no era más que un afán constante de despersonalizar y desrealizar quien era o lo que le rodeaba. Buscaba ponerlo en palabra para que saliera de ella o para que entrara en ella. Era la vía inevitable para la exitacion de su ego.
Sufria el mal de Buika, desrealizar cuando acusa de falsa moneda a la gitana traicionera que de mano en mano va y ninguno se la queda ó el emigrante sudamericano cuando asegura tener un «bajón de arepa».
El autor es Abogado – Docente
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