Más allá de cierto pesimismo que la realidad en la que nos desenvolvemos muchas veces nos hace presas sin darnos cuenta, y más allá de las esperanzas marchitas fruto del día a día en el que vemos discurrir nuestras vidas, nos aferramos y nos aferraremos siempre a la ilusión de vivir en una sociedad cada vez más decente.
Sin embargo y muy a pesar de aferrarnos cual hiedra a esa ilusión, igualmente vemos con asombro cómo se dan señales cada vez más peligrosas y penosas de cara no sólo al presente sino y sobre todo de cara al porvenir, en las que se va perfilando una inversión de valores que de manera patética y aterradora hacen vacilar en ocasiones al mayor de los optimistas.
Prácticas indecorosas de repente parecen ser validadas; normas de comportamiento abandonadas a su suerte y en muchos casos sencillamente inexistentes y un incentivo permanente para las inconductas, lo que se traduce en la falta de un régimen de consecuencia que posibilita que quien dirige sus pasos por caminos turbios vea en la falta de control y sanción la garantía perfecta para sus actuaciones non sancta.
En el tema del paso por la administración pública es posible que en algunos casos se pueda conocer de personas que no tengan cómo justificar ni un 5% de las fortunas materiales que exhiben y que se pasean con toda tranquilidad luego de haber pasado por una función pública o estando en ella y no pasa absolutamente nada, pese a que la norma suprema que tanto se menciona en ocasiones y que de repente tiene tantos “defensores” señala de manera clara que en materia patrimonial corresponde a los funcionarios públicos siempre probar el origen de sus bienes, antes y después de haber finalizado sus funciones o a requerimiento de autoridad competente.
Hay quienes incluso han llegado al convencimiento de que el afán de lucro y las posesiones materiales de repente parecen ser los únicos objetivos de muchos, los que sin ningún tipo de remordimiento actúan en pos de esos propósitos, recibiendo en muchos casos el aplauso de una parte de la sociedad que trata de honorables a perversos y acorrala a quienes actúan de manera correcta.
Esos amigos incrédulos en el porvenir del país dicen haber perdido parte de su esperanza al saber de los derroteros por los que se encamina y al ver roles invertidos donde los que están llamados a modelar un comportamiento ejemplar son en muchos casos los que no sólo protegen con su silencio y apadrinamiento, sino que practican, promueven y patrocinan actuaciones indecorosas porque sacan provecho personal de las mismas, muy a pesar de lacerar sensiblemente la sociedad a la que están llamados a proteger, en tanto sea por designación o por elección son “sus representantes”.
Pero resulta que si desde el ejercicio de esa autoridad que le es conferida se actúa de espalda a los genuinos intereses que están llamados a representar y no pasa nada, terminan por creerse y lo que es peor, por saberse que tienen en el cargo que ejercen o la función que desempeñan una especie de licencia para echar a andar sus perversas maquinaciones.
En esas reflexiones me señalan esos amigos con mucho pesar que nada más patético que irse al terreno político-electoral donde el poder del dinero juega un papel de primer orden, sin importar en ocasiones su procedencia, lo que explica que personas con impecables hojas de servicio a favor de sus comunidades son ampliamente vencidos por otros en algunos casos cuestionados y cuyo único fuerte es la posesión de recursos sin la más remota posibilidad en ocasiones de poder explicar su lícita adquisición.
Señalan igualmente que ven un bloqueo sistemático a toda iniciativa que propenda a superar falencias y a fortalecer la institucionalidad del país, entendiendo que todo obedece a los intereses personales y grupales, entre otras señales peligrosas, y en eso no me siento en condiciones de refutar a esos incrédulos amigos, puesto que si se puede actuar a riendas sueltas en desmedro de la sociedad sin que se establezcan los controles reales para su prevención, su persecución y sanción, es obvio que se seguirá por esos senderos; en ese escenario la impunidad siempre será su mejor aliada.
Pese a este panorama patético que me describen esos amigos, sin poder refutarlos propiamente, tal y como hemos dicho en un primer momento, nos aferramos y nos aferraremos siempre a la ilusión de vivir en una sociedad cada vez más decente
El autor es juez titular de la Segunda Sala del Tribunal de Ejecución de la Pena del Departamento Judicial de San Cristóbal, con sede en el Distrito Judicial de Peravia.
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