El meridiano de la vida no está definido. Para algunos llega más temprano que para otros, pues dependerá de la duración de nuestra existencia. Sin embargo, esto no impide que asumamos estándares y lo situemos pasados los 35 o 40 años, como estimación arbitraria.
Es entrada esta etapa, cuando comienza a hacer efecto la picadura ponzoñosa de la nostalgia por los tiempos ya pasados. De repente el pasado luce mejor, impoluto y añorable. Olvidamos las impurezas que se esconden dentro del pasto, donde algún perro dejó su huella intestinal, y solo apreciamos la magia del verdor, a la distancia. En ese tenor se inscribe la tendencia a querer vivir de tradiciones y de tiempos ya fallecidos.
Aunque cada tiempo tiene sus cosas buenas y malas, es en ese pasado de esplendor donde mucha gente encuentra el confort de sus mejores días. Por eso, cada vez que suena la campana del rescate, son muchos los corazones que se mueven y que aportan «buena vibra». Es que siempre es apetecible vivir en calles libres de tantos vehículos y tanta imprudencia. También pasear por parques libres del dominio de las drogas, ver una buena película en el cine o disfrutar de la retreta en el parque Libertad.
Me gustaría aportar a las añoranzas y soñar con actividades culturales y deportivas, de bajo presupuesto pero de mucho dinamismo. Un carnaval a la antigua, con poco dinero y mucha creatividad; un maratón por las calles de Ocoa, o quizás unos juegos de baloncesto al aguerrido y romántico estilo de los clubes Avance y Nuevo Sendero, sin importar que los tenis sean de marca reconocida o no.
Pero para aportar a las añoranzas, es preciso, por momentos, hacerse el amnésico y olvidar el turbio accionar de los «tutumpotes» malvados de la época, dueños del pueblo y sus esquinas. También a los «calieses», responsables de tanto luto y dolor… sobrevivientes que han sabido ocultarse del pasado, ya sin el aura divina que les daba su poder malvado. Gente que dejó su herencia de luto y dolor en tantas familias dominicanas.
Es preciso olvidar que mientras unos veían un mundo de esplendor, otros morían por hambre o por la intolerancia prepotente a sus ideas. El mundo ha cambiado, hemos avanzado y la gente probó el gusanillo libertario que le permite hablar, vocear, escribir y exigir. Ya nadie tiene verdades absolutas ni dominio exclusivo de las masas. Aunque en nuestro pasado existen cosas hermosas y llenas de esplendor, el néctar de las añoranzas no debe distraernos de la obligatoria evolución.
Como acostumbro, comparto con mis lectores esta reflexión… que me sale de ahí, dónde salen las cosas puras.
“No dejes que el pasado te robe el presente”.
Cherralea Morgen
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