El pausado y encorvado caminar de mi bisabuelo, Silvio Martínez, delataba el inevitable e implacable paso de los años. También lo hacía su inseparable y rústico bastón, junto a su larga barba blanca, teñida por el café y el tiempo mismo; esta le daba aires de patriarca de la antigüedad. En 1978 contaba con 110 años de edad, según relata el periodista Danilo Domínguez en un reportaje de la época, agregando que en ese entonces exhibía aún una lucidez extraordinaria.
Don Silvio nació en Santo Domingo, en la calle Mercedes, y vivió en San José de Ocoa desde los 7 años. Personaje legendario, procreador de 18 hijos y con unos 140 descendientes en ese entonces, según relató a Domínguez. Con relación a la exactitud de la edad y la cantidad de hijos hay discrepancias numéricas en el seno familiar. Aunque algunos cercanos, que le conocían en la intimidad, aportan datos relacionados a una prole más extensa, la anterior es la cifra de hijos dada por él mismo al distinguido periodista.
El Coronel vivió intensamente los que llamó «borrascosos tiempos de Horacio Vásquez», caudillo al cual admiró. Participó en diversas acciones revolucionarias, y fue nombrado por el general Cirilo de los Santos (Guayubín) como coronel del Ejército del Pueblo, título que ostentó con orgullo, y que le fue ratificado por el entonces presidente Carlos Morales Languasco (1903-1906). En esos tiempos, según relató a la citada fuente, solo le pagaban un peso y medio diario, y únicamente cuando estaba en campaña. Quedó en él un amargo sabor sobre el papel de los dominicanos durante la Intervención Militar Norteamericana de 1916, llegando a manifestar que aquí no se peleó lo suficiente. Durante ese período sufrió los rigores propios del encarcelamiento político, siendo enviado preso a Azua.
Convivió con carabinas, rifles «Mouser», fusilamientos y el tenebroso clima turbulento de toda una época marcada por el conchoprimismo (hasta 1916) y su largo período de influencia. Su vida y trayectoria son dignas de estudio, y tratar de resumir su biografía con brevedad rayaría en el pecado histórico y literario. Por eso aquí me desvío del camino del recuento histórico relevante, para transitar por el camino de su ejemplo de dinamismo y vida activa, en contraposición con la tendencia sedentaria y conformista que predomina en tiempos actuales.
A don Silvio Martínez lo veía, siendo yo un niño, transitar diariamente el trayecto entre su casa y la casa de su hijo Ducho y doña Grecia, flanqueado por un huesudo perro viralata y apoyado en su resistente bastón. Allí tomaba el aromático cafecito de cada mañana, mientras intercambiaba sabias palabras con sus familiares. Para un hombre que pasaba de los 100 años, el corto trayecto entre la Manuel de Regla Pujols (antigua 12 de julio) y la Luperón, significaba la fuerza de voluntad de quien no se rinde ante la adversidad, representada en este caso por la edad, sus limitaciones y los achaques que acompañan con fidelidad a esta ineludible sentencia de la vida. Me contó Roberto Ortiz, «Chulo Grullón», como este hombre extraordinario se trasladaba a pie a visitar sus tierras en El Guayabón, destino rural situado a varios kilómetros de su lugar de residencia. No precisaba de asistencia para este viaje; solo la fuerza indomable de su férrea voluntad.
Hoy uno de los problemas que encara la juventud es un envejecimiento prematuro, tanto del cuerpo como de la mente. El ritmo sedentario, y las comodidades relativas que se convierten en metas de la vida, han llevado a mucha gente joven a ser cada vez más envejeciente y a vivir con una perspectiva limitada, encasillada dentro de las apetencias inducidas por la sociedad de consumo. Parecen olvidar la naturaleza, las caminatas, la fuerza de voluntad y el dinamismo que hacen falta para vivir con intensidad. Les vendría bien mantener en sus mentes el estribillo de la canción de Azúcar Moreno: «Solo se vive una vez». Los jóvenes que así lo hacen, van dejando huellas positivas y van construyendo un mejor porvenir.
El dinámico ejemplo de vida sin limitaciones de edad, del coronel Silvio Martínez, podría servir de inspiración a cualquier persona, para levantarse del sillón, dejar de soñar despierto con una vida que se escapa entre nimiedades; empezar a hacer algo para alargar sus días y vivir con mayor intensidad. Recuerdo que mi tío Milton decía que don Silvio, agotado ya, se quedó en cama a esperar a la Parca, por decisión propia; esto fue en 1981. Se retiró cuando el cuerpo se había cansado de reclamárselo desde muchos años atrás, sin que este hiciera caso. A fin de cuentas, la Madre Naturaleza parece ser cómplice de quienes deciden que su vida será buena, larga y abundante, luchando contra toda adversidad.
«Pues por mí se multiplicarán tus días, y años de vida te serán añadidos».
Proverbios 9:11
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