El domingo en la mañana, recibí mi segunda dosis de la vacuna contra el coronavirus. Siendo el domingo el día regular de reposo, lo natural hubiera sido esperar al lunes. Pero no, allí estaban los trabajadores de Salud Pública, sacrificando un domingo más, con el firme propósito de contribuir a la salud y a la vida. No pudieron tomarse su descanso dominical, dejar que se les pegaran las sábanas, ni pasarse la mañana viendo una maratónica serie de Netflix. Tampoco ir a la iglesia o ver el culto en alguna transmisión de Facebook. Muchos tuvieron que olvidar sus enfermedades y condiciones especiales, sus dolencias y «dolamas».
Esto me hace pensar que sí existen héroes y que no necesitan capas. No importa si son empleados o no. El deber formal termina cuando inicia el período de descanso y la dedicación de horas extras requiere un gran sacrificio de tiempo familiar. Todo el mundo quisiera disfrutar de sus horas de descanso, para reponer energías y regresar a la faena el lunes por la mañana.
Pero nos encontramos ante gente que ha olvidado el concepto de descanso. Se pasan la semana entera, de lunes a domingo, entre puestos de vacunación y visitas a los denominados «adultos mayores», llevando dosis de esperanza ante la incertidumbre que sigue arrojando sobre gran parte del mundo, esta extraña pandemia que, de mutación en mutación, se hace cada vez más incomprensible.
Es en momentos como estos, que se pone de manifiesto la grandeza del espíritu humano, mediante el sacrificio ante la adversidad y la colocación del prójimo y su interés por encima del interés de uno mismo. Es por esto que los considero héroes, sin capas pero con superpoderes.
Así como a muchos otros, a mi me tocaron Alexandra y El Mello. Como ellos, decenas de héroes andan por las calles, caminos y bosques, buscando a quien salvar. Si a usted le toca ¡deje que lo salven! Vacúnese.
“Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo no ha visto a Dios”.
3 Juan 1:11
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