No sé a cuánta gente le pasó lo mismo. Cada vez que escuchaba, a poca distancia, las canciones cristianas que colocaba en alta voz la ruta de la esperanza (creo que así se llamaba), sentía que nos estábamos despidiendo del mundo. Creía que moríamos lentamente en la medida en que entrábamos en calor con el tema del Covid-19, el cierre del pueblo y las noticias visuales donde la gente básicamente «goteaba» en las calles de Wuhan, en cualquier pueblo de Italia o en la Gran Manzana. La tristeza llegó a su máxima expresión, cuando comenzaron a colocar la canción que reza «volveremos a encontrarnos».
Ha pasado más de un año y aunque han sido muchos los fallecidos, varios de ellos conocidos, algunos muy queridos… puedo contarme todavía entre los vivos. Esto, de por sí, es un regalo de Dios.
He comprendido, con pena, como tanta gente no ha entendido o no ha aprendido nada, de este tortuoso proceso. Mientras en otros países comienzan a darse ya las aperturas totales, nosotros todavía tenemos que batallar contra la resistencia a las mascarillas, al distanciamiento, al alcohol isopropílico y a la higiene básica, para prevenir la transmisión del monstruo silente.
Llegaron las anheladas vacunas y todavía hay que adular a la gente. Parece una confusa liga de tripanofobia, belonefobia y teorías conspirativas. Este híbrido parece haber invadido la mente de mucha gente, que se ampara en la posibilidad de que le instalen un dispositivo microscópico (no entiendo los alegados motivos), de que la vacuna mata y de otras teorías antivacunación.
Lo que parece no poder postergarse, son las fiestas ni los encuentros sin mascarillas. Se divulgan los heroicos desafíos a la autoridad, de gente que cuando es atrapada, casi de rodillas pide clemencia y le atribuye su bravuconería al alcohol y al momento. Se está razonando con esa parte donde la espalda pierde su buen nombre, mientras la gente sigue enfermando y muriendo.
Pero si tenemos paciencia, si asumimos la pausa en la cotidianidad, seguramente estaremos por aquí el año que viene. Podremos celebrar ese aniversario que tocaba este año y ese encuentro familiar masivo. Tal vez esa fiesta por la nueva libertad.
Si tenemos la voluntad masiva y se impone la cordura, ese dinero que no ganamos este año, podremos ganarlo el año que viene. Ese viaje… ese momento que requiere de mucha gente para ser especial, lo podremos disfrutar sin mascarillas ni distanciamiento; brindando con la copa de la vida y con la esperanza renovada. Esto no podrán hacerlo, quienes han perdido a sus seres más queridos y han vivido en carne propia el horror de esta pandemia.
Yo celebraré con mucha gente todas las ocasiones juntas: cumpleaños, aniversarios, graduaciones y encuentros de karaoke con parrillada, cocinada por mi hermano Amable y amenizada con las canciones bien afinadas de mi primo Víctor Daniel. Espero hacerlo con todos los míos, los de siempre; el año que viene… ¡si Dios quiere!
«Alégrense en la esperanza, muestren paciencia en el sufrimiento, perseveren en la oración».
Romanos 12:12
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