Defender a Pedro Alegría como filántropo a toda prueba es extremadamente fácil. Igual de fácil es defender al senador histórico por su trayectoria política y sus aportes a la organización territorial de la provincia, lo que ha generado una mejor distribución de los recursos del estado y hasta el avance material de comunidades que, de otro modo estarían aun sumidas en el atraso.
Enfrentar a Pedro sí que no es tarea fácil. Es un contrario muy difícil por la fuerza moral de su obra llena de desprendimiento, por la tenacidad y el espíritu competitivo que le adorna y por su ventajosa posición económica construida a base de visión y esfuerzo.
Pedro Alegría, sin embargo, es humano y como tal sus actuaciones tienen que estar enmarcadas dentro de los parámetros establecidos para la especie más irracional de todas: el hombre. Tan irracional que ha sido obligatorio establecer códigos estrictos de comportamiento para preservarla de su autodestrucción.
La farmacia del pueblo no es nueva, ya Mario Lara dio cátedras de filantropía a través de su Farmacia Mario, pero Don Mario jugó con reglas distintas y asumió el costo de su servicio social, perjudicándose a sí mismo y a su descendencia en lo monetario al no engrandecer su patrimonio, aunque garantizando para sí y su descendencia la gratitud eterna de varias generaciones.
Ser empresario y filántropo va de la mano, cuando la filantropía es el producto de los beneficios recibidos de la actividad empresarial, que es precisamente lo que Pedro Alegría ha practicado, pero las reglas de la empresa no comulgan con la filantropía porque produce más daño que bien; o quiebra la empresa o quiebra la competencia generando un monopolio, ambos mucho más nocivos que la ausencia del hecho filantrópico.
Pero ser empresario y filántropo tampoco representa una patente de corso y creo que Pedro lo entiende. Nuestros farmacéuticos tienen décadas haciendo negocios de forma armoniosa porque lo hacen dentro de las reglas que rigen la empresa.
La ley 42-01 establece en su párrafo V, que a partir del año 2001 las farmacias deben estar a medio kilometro una de la otra. Las que ya estaban establecidas antes de la modificación de esa ley podían seguir operando en el lugar en que estaban.
La interpretación del párrafo V de esa ley puede llamar a confusión, pues aunque la Farmacia Mireya, propiedad de la ejemplar pareja Rolando Pujols y Mireya Zucco (parece que en algún momento cambió de nombre), se encontraba a una distancia menor que la establecida por la ley, se debía precisamente a que había sido instalada antes de la modificación que establece el medio kilometro de distancia.
Al comprar la Farmacia Mireya, Pedro adquiría el derecho de seguir operando en la misma dirección, pero no a moverla a una dirección distinta que no cumpliera con el requisito de la distancia, sin embargo el sentido común indica que no se causa ningún daño a los farmacéuticos con dicha mudanza ya que la distancia actual es mayor a la anterior.
He escuchado a Pedro Alegría, decir en innúmeras ocasiones que Ocoa es una familia y que nuestro apellido es Ocoeños, y tomando como base esa expresión sincera de fraternidad es oportuno pedir que no se politice la actividad empresarial de un hombre al que la historia ya le tiene un lugar reservado, pues con la escases de materia gris que acusan los fanáticos que medran en torno a todos los lideres, se pone en riesgo la integridad física de los propietarios y las familias de los competidores, quienes han invertido sus sueños y aspiraciones, su juventud y vida y sus pequeños patrimonios para instalar en Ocoa negocios que facilitaron la vida de sus munícipes.
La confrontación tiene mucho de positivo en beneficio de los involucrados.
Por un lado, Pedro no debe poner en riesgo los años invertidos por los farmacéuticos tradicionales ocoeños, ni el pan de las familias que dependen de ellas.
Por el otro lado, los farmacéuticos locales deben asumir un mayor compromiso social y garantizar medicamentos accesibles, en calidad y precio, a la población más vulnerable de la provincia.
Abrir la Farmacia Mireya, es un clamor general que ojala sea escuchado por las autoridades, siempre dentro del marco de la ley y la sana competencia.
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