No es novedoso el hecho de que ante la muerte de determinada figura notoria en nuestro país aparezcan quienes procuren que su nombre sea tomado en cuenta para algún tipo de reconocimiento, lo que no está necesariamente mal, pero en lo que respecta al gran Eugenio María de Hostos, por su dimensión, deseamos hacer algunas consideraciones al respecto.
Entendemos que es altamente conocida la obra del “Ciudadano de América”, pues se trata de una figura cimera de trascendentales e indiscutibles aportes y no por casualidad es incluso el único extranjero y puertorriqueño cuyos restos descansan en nuestro panteón nacional, lo que deja claramente establecido el peso específico de aquel depurado intelectual, profesor, filósofo, político, sociólogo y escritor.
De todos modos, para que no se alegue ignorancia, creemos oportuno destacar aquí algunos datos sobre Hostos, de tal manera que sirvan de clarinada de advertencia ante cualquier iniciativa legislativa presente o futura que tenga como objetivo modificar, ampliar o despojar el nombre de determinada edificación pública que haya sido honrada con este gigante.
Este gran educador, nacido el 11 de enero de 1839 en Mayagüez, Puerto Rico, arribó por primera vez a nuestro país en 1875, pasando al año siguiente a la ciudad de Nueva York, para posteriormente salir hacia Venezuela. Fue en esa nación suramericana cuando en 1877 contrajo nupcias con Belina de Ayala y Quintana, iniciándose allí igualmente en el magisterio “con la intención de formar en las Antillas generaciones de hombres cívicos, conscientes de sus derechos y de sus deberes”.
Posteriormente se traslada a Saint Thomas desde donde regresó por segunda vez a la República Dominicana en 1879 “encontrando una enseñanza en condiciones lamentables”. Una vez en el país le solicitan la redacción de un proyecto de ley de escuelas normales, cumpliendo fielmente con el encargo del Poder Ejecutivo.
Es así como en 1880 las cámaras legislativas convirtieron en ley el proyecto redactado por Hostos, inaugurándose en ese año la primera escuela normal de maestros bajo su dirección en la ciudad de Santo Domingo en el gobierno provisional de su gran amigo Gregorio Luperón.
Fue tan loable la labor educativa llevada a cabo por el gran educador porque tuvo que sembrar las bases de lo que no existía para entonces, como lo fue un cuerpo de profesores “que salieron de la sociedad Amigos del País”.
Bajo el impulso de este movimiento educativo se fundó en 1881 el instituto profesional “para ofrecer los medios necesarios a los que desearan hacer estudios profesionales”. En 1883 Hostos “dicta a sus alumnos las lecciones de sociología que años después formarán parte del Tratado de Sociología” y en septiembre de 1884 se gradúan los primeros maestros normalistas. Allí, el gran maestro va a pronunciar un discurso al que tituló “Apología de la Verdad” y “tres años después, en 1887 se gradúan también las primeras maestras normalistas, alumnas del Instituto de Señoritas, dirigido por Salomé Ureña de Henríquez”.
En 1900 “el gobierno dominicano le propone reorganizar la enseñanza pública del país” y sin vacilar regresó con su familia a Santo Domingo a tales fines “siendo nombrado Inspector General de Enseñanza Pública” y dos años después “Director General de Enseñanza”, desempeñando concomitantemente la dirección en la Escuela Normal de Santo Domingo.
Pero además, Hostos permaneció en nuestro país una gran parte de su existencia, pues estuvo entre nosotros cerca de 14 de sus 64 años de vida y de sus seis hijos cuatro nacieron aquí y amó tanto a la República Dominicana y la libertad que su último deseo fue ser enterrado en Santo Domingo y que su cuerpo fuera llevado a Puerto Rico sólo cuando su patria fuera libre e independiente. Murió aquí el 11 de agosto de 1903.
En Eugenio María de Hostos tenemos a una figura preclara que se adelantó a los tiempos, con una visión aguda y una concepción educativa sin parangón que lo sitúan hoy por hoy como el más grande educador, y no por casualidad el profesor Juan Bosch afirmó: “Yo vine a tener cierta conciencia, ahora digo social y política, cuando después de salir de Santo Domingo, por necesidades u obligaciones de mi trabajo, tuve que leer toda la obra de Hostos”.
En ese sentido, somos de criterio de que el nombre del parque Eugenio María de Hostos debe permanecer inalterable, pues confieso que me atemoriza correr el riesgo de que se puedan cometer errores que terminen afectando innecesariamente a esta figura emblemática, puesto que si bien para el maestro “el fin último de la enseñanza es el desarrollo de la razón”, eso no implica que vaya a estar presente en quienes podrían eventualmente conocer y decidir en ese sentido y se pueda terminar causando determinada y evitable desconsideración en contra de Eugenio María de Hostos… el Ciudadano de América.
El autor es juez titular de la Segunda Sala del Tribunal de Ejecución de la Pena del Departamento Judicial de San Cristóbal, con sede en el Distrito Judicial de Peravia.
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