La integración del aula comenzó cuando él, con cara bien seria manifestó que su nombre era Chi². Todos los estudiantes comenzamos a calcular de qué se trataba, hasta que alguien descubrió que estaba convirtiendo su apodo en fórmula química. Chichí, así se presentaba.
Recuerdo perfectamente como esperábamos con ansias sus dos horas de clases de biología, pues su método de enseñanza estaba muy avanzado a su tiempo: el aula se convertía en un centro de aprendizaje donde, al mismo tiempo, la diversión no se detenía. Sin saberlo estaba creando el equivalente al aula 360º de santuarios educativos en estos tiempos. Sabía animar los momentos entre ocurrencias, chistes que hacía sin reírse y muchos conocimientos. Sobre todo esto último. Por eso en años recientes y en el presente lo he seguido mencionando como sinónimo de educador por excelencia.
Chichí Castillo era un ávido lector, que buscaba conocimientos hasta debajo de las piedras… literalmente. Aprovechaba sus visitas a escenarios naturales para vivir en carne propia lo que enseñaba con tanto amor. Esta pasión por enseñar la compartía con la fotografía, logrando capturar gran parte de la memoria histórica de San José de Ocoa.
Ya retirado de las aulas, solíamos hablar… recuerdo cuando me consiguió un casete de audio con la primera fiesta de la orquesta Santa Cecilia en el Bar Tres Rosas. Me pidió digitalizarla y divulgarla. Esas cosas así quería compartirlas, no quedarse con ellas. Enseñaba lo que sabía y compartía lo que tenía, eso parecía estar en su ADN.
Tuvo la oportunidad de volver a las aulas, en un proceso de capacitación de ecoturismo que llevamos a cabo en el año 2013. Todos quedaron impresionados: no había perdido “el tino”. Con singular maestría expuso sobre la biodiversidad de San José de Ocoa, llevando un conocimiento vital a los participantes en ese proceso. Un conocimiento que no se sustituye con emociones e imprecisiones. Sus conocimientos fueron altamente apreciados por los participantes, todos profesionales de la educación y áreas afines.
Así es que la gente se inmortaliza. A Chichí le costó mucha dedicación aprender, pero no tenía reparos en enseñar y facilitar ese conocimiento de manera amena. Si enseñar es la mejor manera de amar, este hombre extraordinario amó profundamente a la gente de San José de Ocoa.
Su partida deja un vacío emocional en muchos de sus estudiantes que lo conocimos, lo admiramos y siempre lo llevamos en el alma. Pero sobre todo a su familia, a la cual supo entregar el corazón. Les deja un legado del cual estarán siempre orgullosos.
Esto no es una biografía; tampoco una semblanza. Es una reacción emotiva de un alumno agradecido. Hoy mis líneas son para dedicar un homenaje a Chichí Castillo. José Ramón Castillo, el profesor.
Paz a su alma. Nunca olvidaremos a este gigante.
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