Cuando fallece un ciudadano con dinero, influencias, o padre de alguien que destaca, la reseña siempre muestra que ha fallecido un “munícipe distinguido”. Cuando es un hijo de Machepa, o una persona que no tiene ninguna de las condiciones anteriores, se omite ese calificativo. Eso aprendimos y en esa sociedad vivimos.
Pero eso no es exclusivo de nuestra burbujita, es común en cualquier sociedad. Los más pobres, los menos influyentes o los que no presentan capacidad de ser patrocinadores de algo, no reciben honores ni siquiera en el momento de su sepelio. Para prevenir más atrocidades como esta, son importantes las políticas e iniciativas de inclusión social, que permitan medir a cada ciudadano con la misma vara.
Últimamente hemos perdido valiosos ciudadanos. Sin dinero, sin figureo, con medida o nula capacidad de propaganda personal, pero con la valía de haber llevado bienestar a su entorno. Personas buenas y nobles que vivieron con lo que se ganaban cada día, ni más ni menos. Munícipes cuyas condiciones de buenos padres y madres, de buenos vecinos y excelentes personas, les convierten también en “distinguidos”. Pero a estos, nadie les rinde honores públicos.
No quiero iniciar un debate sobre un tema más acorde con los viejos escritos de Bosch y sus clases sociales. Ni siquiera pretendo dar seguimiento a esta inspiración, más allá de estas líneas y de mi convicción de comportamiento: exaltando por igual a pobres y ricos. Pero si traigo la inquietud, es porque quiero colaborar, en algunos ciudadanos, a elevar su estado de conciencia sobre la valía del ser humano, más allá de los artificios.
Todo el que escribe, todo el que influye, todo el que proyecta opinión pública, debe estar consciente de que sus expresiones calan en la sociedad. Seguir proyectando esta división de clases hasta en el enaltecimiento del ciudadano, solo por lo material, contribuye a una percepción mercantilista del ser y a la exclusión del pobre hasta de la historia misma.
He leído historias locales donde son suprimidas muchas personas, o son colocadas en los laterales lejanos, solo porque no merecían la adulación de los cronistas de ese tiempo. He visto a ocoeños valerosos y nobles con historias de entrega a la humanidad, convertidos en anónimos o en personajes pintorescos, por divulgadores con su mente condicionada. Elogian a quienes consideran venir de castas superiores, aspirando a tajadas del favor familiar. También hay algunos autores que rompen con esa mala práctica.
En Ocoa hay que contribuir a la recopilación de una historia sin prejuicios. Y hay que fomentar el trato justo al ciudadano, sin importar su condición social. En definitiva, los más pobres han contribuido a tener el Ocoa que hoy tenemos. Muchos de los más pudientes, dan lo que les sobra o lo que no es suyo. Solo algunos se sacrifican y se entregan a la causa de su Maniel. A estos, nuestro respeto.
Solo reflexiono sobre justicia social.
¡Levanta la voz, y hazles justicia! ¡Defiende a los pobres y necesitados!
(Proverbios 31:9)
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