A propósito de los casos de pulpos estatales que han salido a la luz, reflexiono y me doy cuenta que hay negocios, posiciones y relaciones que dejan muchos e inexplicables beneficios.
Criado en la tradición de maestros, trabajadores agrícolas y sudadores por convicción, crecí entendiendo que para conseguir mucho dinero, había que trabajar mucho y de manera inteligente. Pero a veces, eso no es suficiente y la gente se pasa la vida trabajando para comer, lo cual no es negativo. Si usted logra el sustento propio y el familiar, ¡misión cumplida! Si sobrepasa eso, entonces tiene una historia más exitosa que contar al público.
Pero devolviéndome a la reflexión inicial, resulta preocupante la cantidad de negocios que a unos les dejan tanto, rompiendo todos los esquemas lógicos de cálculos. No me refiero a quienes ganan mucho dinero por su trabajo. ¡Qué les sea de provecho! Me refiero a esos casos que rompen el poder de razonamiento matemático de cualquier calculadora, por moderna que esta sea.
Peor aún, cuando los agraciados humillan a la sociedad, haciendo alardes de fortunas y compras de privilegios. Para ellos los límites se flexibilizan y no conocen de regulaciones destinadas a la «gente común». Con caras de bobos y vacíos discursos de fórmulas de éxito, envían a nuestra juventud un fatal mensaje: que es meritorio venderle el alma al diablo a cambio de dinero. Sus escasos cautiverios llevan carpas y parrilladas incluidas y por lo general evaden la rigurosidad de nuestro sistema de castigos.
En este punto surge, entre ingenuos, el argumento de que «la crítica es parte de la envidia». Pero si usted conoce el privilegio de haber navegado en mares de trabajo tesonero, ejemplos de honestidad y entrega al bien, no tienen nada que envidiar a los lavadores de la imagen y la bondad.
Ocoa y su simiente han sido forjadas con trabajo y bondad real. Somos tierra de buenos vecinos, que todavía comparten manos de guineos, tomates y auyama. Eso nos hace grandes. Todavía corremos ante el grito de la vecina y nos arriesgamos para salvar al caído.
Me preocupa nuestra juventud, víctima de la indolencia y de los malos ejemplos que les brinda una sociedad, amparada en una modernidad que eleva a sublimes los más malignos instintos humanos.
«El principio de la sabiduría es el temor de Jehová. Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza».
(Proverbios 1:7)
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