Felipe Ciprián
En la ciudad Santo Domingo, como en otras del país, el fecalismo de mascotas al aire libre se está convirtiendo en una epidemia peligrosa que ensucia y contamina por todas partes.
El doctor Juan F. Puello Herrera se ocupó ayer de este tema en un muy bien escrito artículo («Aceras de excreción») que se publicó en esta misma página y yo no hago más que apoyarlo y dar algunos complementos en mi propio estilo.
Pocos ignoran que cientos de miles de mascotas (perros) son sacadas diariamente por sus propietarios a defecar en calles, aceras, jardines, parques y áreas verdes sin que haya el más mínimo control de esta expansión de parásitos y bacterias al contacto permanente con las personas.
Mientras esto sucede a la vista de todos, las autoridades han advertido que no se puede tirar basura a la calle (servilletas, vasos y otros), lo cual está muy bien, pero las mascotas son llevadas diariamente por sus amos a las áreas públicas a defecar y mear haciendo una acumulación de heces fecales que quita el paso a los transeúntes que van de camino a su trabajo, a la oficina o a sus estudios.
Mientras estas deposiciones están frescas, niños, adultos y ancianos se embarran sus zapatos y entran con esta tollina a lugares cerrados, incluidos hospitales y clínicas. Nadie puede dudar de que las moscas recogen y meten las bacterias que contienen en aposentos, restaurantes, panaderías, heladerías, clínicas, escuelas, gimnasios, templos religiosos, grandes empresas, plazas, autobuses y autos privados.
El caso es peor cuando las heces de las mascotas, expuestas al sol en la vía pública, se secas, pulverizan y se levantan con la brisa, contaminando cocinas, ventas ambulantes y ropa de las personas convirtiéndose en un potencial foco infeccioso.
Más por idiotez y moda que por verdadero respeto y cariño a los animales, en cualquier lugar a las 7:00 de la mañana uno se encuentra con decenas de damas y caballeros paseando a sus mascotas para que ellas defequen en las aceras, las jardineras, las isletasÖ en fin, en cualquier lugar menos en la casa del propietario del can.
En cualquier lugar de la ciudad hay que caminar con la vista fija en el pavimento porque de lo contrario se corre el riesgo de entrar con los pies sucios a la oficina porque gente que quiere tener mascotas no está dispuesta a ponerlas a defecar en su casa, recogerla y depositarla en la basura, sino que se encuentra más cómodo sacarla a pasear para que defeque en la calle.
Cuando alguna de esta gente pasea a su perrito y el bicho no defeca y orina pero a ellos les llega la hora de ir a cumplir con sus responsabilidades, encarga muy sentenciosamente a la muchacha del servicio doméstico o al jardinero para que vuelva a pasear el canino hasta que riegue sus despojos en la vía pública.
En Santo Domingo esa mala costumbre de tirar y regar en la calle las heces de mascotas que no quieren recoger en la casa se está tornando en una epidemia moderna que las autoridades deben regular, pues de lo contrario dentro de poco tiempo no habrá espacio público para poner un pie sin que el zapato encuentre una barra de heces fecales.
Lo que se describe en Santo Domingo se reproduce proporcionalmente en ciudades como Santiago, La Vega, La Romana, San Cristóbal, Baní, BarahonaÖ donde la gente vive en un apartamento y saca a pasear su perrito a los jardines de los vecinos y allí van acumulando las heces en forma continua cada día.
Si es verdad que David Collado es un alcalde moderno, emprendedor y que quiere liberar espacio para los ciudadanos, tiene en esta barbaridad un caso que debe encarar y muy probablemente a personas como el doctor Puello Herrera que estarían dispuestos a aportar su urbanidad y decencia para detener esta epidemia.
En Ciudad México, donde el problema fue muy grave, las autoridades decidieron responder a la demanda ciudadana y desde mediados de 1999 la Ley de Justicia Cívica del Distrito Federal castiga a los propietarios de mascotas que no recojan las heces que éstas lanzan a las áreas públicas y por cuya práctica se les multa con 10 salarios mínimos o la detención policial durante seis a 12 horas.
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