Al acercarnos al final de un año y al inicio de otro, siempre será propicia la ocasión para que nos detengamos y hagamos algunas reflexiones sobre nuestras vidas y nuestros proyectos, así como para sincerarnos con nosotros mismos y pensar en si hemos estado jugando nuestro rol y si en realidad estamos dando pasos firmes en la búsqueda permanente de la felicidad, la que sin ánimo de definirla por la subjetividad que implica, se cimenta en hacer lo que a uno le agrada sin hacer daño a los demás.
Es una época igualmente propicia para pasar revista sobre nuestras actuaciones, mirarnos al espejo y cuestionarnos sobre nuestra conducta de cara al conglomerado social al que pertenecemos, tratando de asumir con sentido crítico el resultado que dichas meditaciones nos arrojen, con la intención de fortalecer nuestras virtudes y superar nuestras debilidades, procurando siempre ser mejores personas, sabiendo que si bien es bueno e importante en términos generales gozar de buena salud, amor, libertad, comodidad económica y otras condiciones, la felicidad es mucho más que esto, habida cuenta de que podemos tener estas condiciones y no ser necesaria y plenamente felices.
Lo anteriormente expresado lo hacemos descansar en el criterio de que la felicidad está relacionada con un sistema de valores y con una apreciación personal que será la que nos dará la satisfacción y nos producirá la felicidad anhelada. Una concepción meramente material planteada como condición para ser feliz no sólo es una pobre visión, sino que es errada en grado superlativo, pues existen personas que tienen grandes riquezas materiales y no logran la felicidad que pueden mostrar otros que no disponen de las mismas.
Ese estado al que llamamos felicidad no puede ser visto como un destino al que se llega sino como una senda por la que se camina, y en tanto podamos asumirla en estos términos entonces iremos siendo felices en la medida en que discurre nuestra existencia, pues ciertamente “la felicidad es disfrutar las pequeñas cosas de la vida” y no debemos perder de vista que la misma “… es interior no exterior, por lo tanto no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos”.
Es nuestra tarea luchar a diario por ser mejores personas, superándonos a nosotros mismos, no a nadie en particular, pues como algunos afirman con sobrada razón, la felicidad es el resultado de una conquista sobre uno mismo. Igualmente es cierto que “buscar la felicidad en un mundo tan trastornado por las injusticias y los dramas puede parecer egoísta. Nuestra propia felicidad está siempre ligada a la búsqueda de la felicidad de los demás. Esta búsqueda nos ayuda a vivir…”.
Conscientes debemos estar de que todos tenemos responsabilidades con las que debemos cumplir y que en la medida en que cumplamos con nuestros deberes estaremos legitimados para exigir nuestros derechos; en todo caso hemos de recordar, en atención con los planteamientos de Platón, que “cada uno de nosotros será justo y hará lo que le compete, cuando cada una de las partes que en él hay haga lo suyo”.
Hoy día, en la vorágine de una sociedad de consumo, en la que se propaga por los diversos medios como una verdad de Perogrullo que la felicidad está ligada y hasta condicionada a la ostentación de bienes, a la capacidad de consumo, a la exhibición de riquezas materiales, en la que “la dictadura de lo consumible ha borrado las barreras de la sangre, del linaje y de la raza”, se hace más que necesario, imprescindible, en la búsqueda precisamente de esa felicidad, que tengamos presente que jamás debemos condicionarla a lo material; si fuera el caso habríamos de concluir en que sólo las personas con fortunas materiales son felices y todos sabemos que eso no es verdad.
Obviamente, no se trata de desacreditar la posesión de bienes materiales, y claro que en sí mismos no son malos, sino de que estemos claros de que esos bienes materiales pueden ser parte de esa felicidad y diría que sólo podrían serlo en tanto sean conseguidos en buena lid, de manera honrada, pues si no es el caso se constituyen a su vez en obstáculo para la felicidad. Nunca habrá mayor satisfacción que la que puede producir el no tener que bajar la cabeza ante nadie que pueda con razón y con pruebas enrostrarnos actos indecorosos, y eso por sí solo debe generar un estado de bienestar que a su vez se traduce en felicidad para nuestras familias y para nosotros mismos.
Así las cosas, si bien es correcto que asumamos las palabras del poeta Horatio, discípulo de Epicuro, cuando nos recomienda que “gocemos plenamente del instante” porque el presente solo es el tiempo de la pura felicidad de existir, jamás la hagamos depender de bienes materiales, pues bajo esa concepción si estos no se consiguen entonces jamás seríamos felices.
Ojalá que al finalizar el año y al inicio del otro, reflexionemos sobre estos temas en aras de que podamos cimentar la felicidad en bases sólidas, verdaderas y como tales duraderas. Caminemos pues por la vida sabiendo que -como reza la frase- ser feliz no consiste en hacer lo que queremos, sino en amar lo que hacemos.
El autor es juez titular de la Segunda Sala del Tribunal de Ejecución de la Pena del Departamento Judicial de San Cristóbal, con sede en el Distrito Judicial de Peravia.
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