Es difícil separar los intereses de las cuestiones del alma. Sobre todo cuando se mezclan poder y afecto. He visto tantas relaciones derrumbarse debido a reacciones del momento, que me atrevo a decir que se ha convertido en una especie de epidemia y como toda epidemia debe ser erradicada.
Gana el Licey y los liceístas de la familia celebran a todo pulmón, mientras los escogidistas de la misma familia lo sufren. Nada de relevancia hasta que comienzan los insultos y a veces termina en tragedia. Lo mismo pasa en política. Gana el PRM y los perremeístas lo celebran, mientras que los peledeístas de la misma familia lo sufren. Nada que lamentar hasta que se van a lo personal.
Es un gran problema no entender, que la mayoría de las contiendas tienen naturaleza opaca o totalmente oscura. En política e intereses, se gana primero tras bastidores. Gana el que mejor mueve las fichas en un momento determinado. Es así y siempre ha sido así.
Hermanos, primos y amigos entrañables, de repente convierten su militancia partidaria o de alguna causa, en algo más importante que su vínculo de sangre y corazón. Ahí terminan el afecto y la relación. Ahí nacen las desavenencias.
Pero la Biblia es sabia. Al respecto dice Efesios 4:26-29 “airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo”.
No se puede dejar de tomar posiciones, manifestar apoyos o manifestar desaprobación, por temor a “ofender a un amigo”. Las convicciones y las posiciones coyunturales son personales, cada ser humano tiene razones para identificarse o no con alguna causa. Dejar de hacerlo por no chocar, es el equivalente a un suicidio interior. El problema es cuando se tiene afecto o no se tiene, dependiendo de la posición que asuma el otro.
La ira provocada por circunstancias pasajeras, no debe consumir la buena intención, ni opacar el sentimiento cultivado. La familia siempre es familia y los amigos, tesoros del alma, siempre deben ser amigos, aunque piensen diferente sobre asuntos coyunturales.
Parece una prédica vacía, sermón abundante entre predicadores con techo de cristal, pero reflexiono sobre sucesos recientes y sobre relaciones que se deterioran y terminan destruidas, por no pensar igual en un momento de tensión.
Esta semana abogo por el entendimiento, en medio de la disensión. No quisiera ver una relación más destruida por asuntos coyunturales. La vida continúa, los intereses chocan, pero no deben llevarse consigo las cosas verdaderamente importantes.
Valoro a los amigos de verdad y conservo exactamente los mismos mejores amigos de mi niñez y adolescencia, con los que casi nunca coincido ni en política, ni en intereses temporales. Sé de lo que hablo.
Tengo amistades de acero y hemos aprendido a valorarnos, aun sin estar de acuerdo. Ellos en sus causas y yo en las mías. Ellos en sus cargos y yo en mis asuntos. Cada uno defendiendo sus intereses, pero capaces de estar presentes, en los momentos verdaderamente importantes.
Las amistades coyunturales llegan cuando hay abundancia, influencias o intereses comunes. Pero luego se van; no era amistad.
Como buen ocoeño, comparto esta reflexión con los lectores de este medio. Llamo a la paz, en medio de la tormenta. Y brindo por las relaciones primarias.
Comentarios...