A la generación de bachilleres a la que pertenecemos se le enseñó la Historia Dominicana (con el arrumbado Resumen de Historia Patria de Bernardo Pichardo) haciéndola girar alrededor de héroes y antihéroes; villanos y próceres.
En una palabra, todos los grandes acontecimientos habían sido motorizados por figuras de estatura procera.
Afortunadamente, otra es la visión y el análisis que se tiene del papel que juegan en los procesos históricos las llamadas figuras notables, los hombres representativos de los que habló Emerson.
Jorge Plejanov, quien introdujo el marxismo en Rusia, dedicó unas certeras reflexiones sobre el verdadero papel de las individualidades en la historia.
Conclúyese entonces que las transformaciones sociales, los grandes movimientos, las revoluciones, las realizan las masas, el pueblo llano, lo que en los días de la Revolución Francesa se denominó el Tercer Estado.
Plejanov escribió:
(…) los individuos ejercen frecuentemente una gran influencia en el destino de la sociedad, pero que está determinada por la estructura interna de aquélla y por su relación con otras sociedades. [El Papel del Individuo en la Historia, página 61, colección 70, ediciones Grijalbo, S.A., Barcelona, España].
Esas ideas plejanovianas las intuyó Francisco del Rosario Sánchez la misma noche del 27 de Febrero de 1844, y años más tarde, el historiador José Gabriel García.
Para entender la médula de nuestro propósito, situémonos en la historia de Ocoa, antiguamente llamada El Maniel.
Se nos ha enseñado que una pareja de un campo de Bani, allá por 1805, fundó a San José de Ocoa.
¿Es correcta esa afirmación? De manera alguna. Lo que la pareja pudo haber inaugurado (según una persistente tradición) fue la emigración banileja a las casi despobladas lomas de El Maniel; emigración que estuvo precedida del establecimiento de los negros Lorenzo, dato confirmado por el teniente David Dixon Porter en su Diario de una Misión Secreta a Santo Domingo (1846).
Fueron los hombres y mujeres que siguieron los pasos de Andrés Pimentel Acevedo y su pareja los reales y genuinos fundadores del humilde caserío, que para 1810 tenía unos veinte bohíos (según el profesor José F. Subero), y cuarenta bohíos encontró Porter en 1846.
De ese núcleo de población de 1844 –tal vez unas quinientas almas- conformado por monteros, saldrían los más de cien que bajo las órdenes de Antonio Duvergé, Felipe Alfau y Juan Chery Victoria combatieron al invasor haitiano en la Cuesta de la Comai Juana, en El Pinar, el 13 de abril de 1844, pasmando la ofensiva haitiana.
Los manieleros u ocoeños pelearon en todas o en casi todas las campañas militares (cuatro en total) que los dominicanos libraron para consolidar su independencia, desde 1844 hasta 1856.-
Los ocoeños pelearon en las filas restauradoras contra el poderoso ejército español, en la Eneíta (o Ineita), en Rancho Abajo, como se llamaba originalmente el actual Distrito Municipal Nizao, y en Rancho Arriba.
Pocos nombres de esos hombres que pelearon contra los peligros que amenazaron la patria recoge la historia.
Son héroes anónimos.
Esa masa anónima (originalmente monteros y cortadores de madera), fundaron comunidades, les pusieron nombres, bautizaron arroyos y aguadas, procrearon familias.
Los verdaderos héroes y heroínas de la historia de Ocoa, son esos monteros, luego convertidos en agricultores.
• Héroes y heroínas forjadores de nuestra historia son los obreros.
• Los albañiles y carpinteros.
• Los plomeros y electricistas.
• Los zapateros.
• Los sastres y modistas.
• Los ventorrilleros.
• Los fabricantes de árganas y serones.
• Los recogedores de la basura y los bomberos.
• Los vendedores ambulantes.
• Los recueros.
• Los serenos.
• Los fabricantes de raspadura.
• Los fabricantes de hoyos de letrina.
• Los vendedores de carbón y las fritureras.
• Las lavadoras y planchadoras por paga.
• Los cogedores de café y las mujeres que lo limpiaban.
• En fin, los humildes.
Los seres anónimos que pasan por la vida sin ruido.
Los que nunca recibirán invitaciones para pertenecer a clubes sociales.
Los que no son objeto de reconocimiento: nunca les entregan pergaminos ni trofeos.
Ninguna calle, ningún edificio público lleva sus nombres.
Nunca se les llama dones o doñas; ni les dicen que son personalidades o notables.
Esos son los genuinos héroes y heroínas.
Para ellos sea toda la honra.
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