Buscaba yo en la infalible y dominante red global de Internet, donde comprar un buen micrófono de solapa, tipo Lavalier. En mi navegación visité sitios famosos como eBay y Amazon. También busqué en sitios locales: La Pulga, Corotos y la rama nacional de Mercado Libre. Al final no me decidí por ninguno de los modelos que encontré, pues debo analizarlos a profundidad y garantizar la calidad que merece una nueva aventura audiovisual que mi equipo pretende convertir en realidad, en los próximos meses.
Al día siguiente de mi búsqueda me comenzó a aparecer en Instagram publicidad sobre este tipo de micrófonos. Una, dos… tres tiendas con sus ofertas de estos micrófonos. Luego comencé a verla en Facebook. Lo curioso es que nunca antes me había aparecido publicidad de estos micrófonos en mis redes sociales y que no realicé ninguna de mis búsquedas conectado a mis cuentas ni a través de estas. Es decir, se supone que no dejé huellas. Pero las dejé.
Lo mismo le pasó a una amiga, embarazada. Tan pronto buscó en los sitios de venta, artículos para bebés, el ataque publicitario no se hizo esperar y de repente sus cuentas de redes sociales tenían una amplia presencia de esta mercancía. Así le pasa a diario a muchísima gente.
La tecnología nos tiene “cogídos por el pichirrí”. Por más que hablamos de privacidad y nos creemos dueños de nuestros pequeños mundos en el ciberespacio, nada de los que hacemos, buscamos y vemos es realmente privado. Las huellas que vamos dejando son tan reales como lo son las huellas de carbono.
El negocio de la denominada Big Data se ha convertido en el mejor sustituto de cualquier estudio de mercado. El conocimiento de la tecnología ha permitido recientemente a candidatos políticos, en otras latitudes, preparar campañas publicitarias muy específicas, atendiendo al interés manifestado a través de las redes (en público o en privado) por los habitantes de determinada región.
Recientemente un documental de Netflix nos mostró a todos, como esta regionalización le permitió a Donald Trump una campaña virtual casi personalizada, rumbo a la Casa Blanca. Es decir, sus manejadores pudieron diseñar campañas adaptadas a minúsculos grupo de votantes, según sus gustos, intereses y expectativas. Su fuente de información: las huellas dejadas por los ciudadanos en Internet.
Analizar la fina línea entre este monitoreo y las violaciones a la privacidad, es materia aparte. Lo que aquí quiero puntualizar es el hecho de que somos cada vez más predecibles y dependientes de la tecnología.
No reconocerlo se convierte en ignorancia que terminaría afectando a nuestros hijos. Para que no sean víctimas manipulables, es nuestro deber facilitarles el acceso gradual y monitoreado al nuevo mundo en que vivimos, además de canalizar su aprendizaje en el manejo de aspectos relacionados a su privacidad en el espacio cibernético.
El gran hermano se presenta de manera amigable pero nos vende como mercancía codiciada.
Si al monitoreo de nuestras huellas le sumamos la nueva cotidianidad, es decir la “covidianidad”, debemos estar claros: el camino que se impone es el camino digital. Nos guste o no, es la pura verdad. Y hay que prepararse para convivir con él.
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