A solo 23 días de las elecciones legislativas y presidenciales, los diputados están en una encrucijada que los dirigentes de sus partidos no previeron a pesar de mis advertencias y de otros analistas: tendrán que escoger la prioridad entre la salud de la gente o forzar unas elecciones sin campaña, sin debates y con precaria participación de votantes.
El gobierno ha solicitado prolongar el estado de excepción para continuar con las medidas de prevención del contagio del coronavirus que provoca la enfermedad Covid-19 y la oposición representada en el Congreso Nacional entiende que eso lesiona sus derechos para conquistar votos en su lucha por ganar las elecciones del 5 de julio.
Tengo tiempo escribiendo –aunque no soy solo yo– que organizar unas elecciones en pleno auge de la pandemia de un virus altamente contagioso y mortal que se previene con distanciamiento social, es poco menos que un suicidio para la población y un escamoteo a la democracia.
Dije más: en las actuales condiciones se requiere un liderazgo político sensible, capaz y solidario para comprender que lo primero es salvar a la gente, reanimar algunos sectores de la economía y luego ir a elecciones limpias, democráticas y participativas para elegir un presidente y a los legisladores como una expresión de la voluntad popular.
Como ese liderazgo no existe y la desesperación de la oposición por parar los 20 años del PLD en el poder es tan grande, nunca consideraron que las elecciones debían esperar un mejor momento.
Tendrán que escoger
Ahora la alternativa es clara: prolongan el estado de excepción que implica la limitación de derechos de reunión de multitudes y mantener el toque de queda como una medida necesaria para combatir la pandemia, o cargan con la responsabilidad de terminar de hecho con esas acciones cautelares por forzar unas elecciones peligrosas.
Más claro aun, si niegan el estado de excepción y los dominicanos vuelven a llenar discotecas, restaurantes, galleras, estadios, clubes, casas y calles para festejar o realizar manifestaciones de cualquier tipo, el riesgo de contagio masivo en todo el país dejará de ser una posibilidad para pasar a ser una dolorosa realidad.
Sin el estado de excepción desde el próximo lunes, decenas de miles de ciudadanos que caigan en el activismo político masivo se van a contagiar y difícilmente puedan evitar propagar la enfermedad en las mesas electorales 20 días después, si es que no están ingresados en los hospitales con un cuadro clínico complicado.
El peso de la ambición
Hace una semana me lamentaba de que la ambición de poder pesara más que la salud de la gente y que las elecciones parecieran indetenibles para el 5 de julio, hoy repito que con riesgo claro de contagio una parte mayoritaria del electorado no acudirá a votar, sobre todo en unos comicios donde no hay diferencias políticas ni programáticas, sino intereses de grupos, de caudillos y por lo visto, de políticos insaciables.
Si los diputados tumban hoy el estado de excepción que termina el aislamiento social y el toque de queda, ninguna autoridad puede exigir en la calle que las personas estén sin mascarillas y se congreguen por miles en playas, ríos y piscinas cual si fueran incubadoras para crear el ambiente ideal para multiplicar el Covid-19.
Por igual, ello significa que el protocolo adoptado por la Junta Central Electoral en consenso con los partidos para evitar el contagio durante el proceso de votación, carece de objetivo y por tanto los comicios se deben realizar apegados a la normalidad de otros años.
Naturalmente, los legisladores como personas y los dirigentes de la oposición como colectivo político, tienen que asumir la responsabilidad por el desastre sanitario que están propiciando por su ambición de poder.
Los diputados deciden
¡Voten honorables como crean que más les conviene a ustedes y vuelvan a poner la salud de la gente por debajo de la línea de sus ambiciones personales y grupales!
Eso sí: prepárense para cuando la abstención forzada de la mayoría del electorado se exprese con elocuencia y los perjudique principalmente a ustedes, vuelvan a “llorar como mujeres lo que no supieron defender como hombres”, como le espetó Aixa a su hijo Boabdil, el último sultán de Granada, cuando rendía la ciudad en enero de 1492.
La falta de tacto político y la inmadurez limitan considerablemente forjar una táctica certera porque esta a su vez no se inserta en una estrategia de amplios sectores populares con conciencia de sus derechos y de la fuerza organizada que necesitan para conquistarlos.
Dar una respuesta a esta encrucijada ahora es más difícil que haberla previsto en abril, por lo que no me sorprendería que la respuesta a este callejón sin salida de la oposición sea el ruido repetido de gritar ¡corrupción, abuso de poder, fraude electoral!
Oposición sin respuesta
¿Tiene la oposición una respuesta política para la encrucijada que describo? No lo creo. Por tanto, a improvisar y a victimizarse para explicar el fracaso histórico de quienes vinieron a la política por repentismo y “en busca de un sueño” y no a desplegar energías para aprender, pero sobre todo, para servir al pueblo con honestidad, entrega, sacrificio y desprendimiento.
Lo peor que puede pasar es que la ceguera política que ha conducido a la oposición a atarse de manos y pies para ir a unas elecciones peligrosas que el gobierno no les está imponiendo, que no serán representativas, es que el resultado adverso dispare una crisis postelectoral que complique el panorama económico de la República Dominicana, fuertemente afectado por el virus.
Pase lo que pase, estaré aquí junto a mi pueblo afrontando las consecuencias políticas, sociales y económicas que se deriven de las tonterías que estoy mirando con claridad.
¡Cuando pase la tempestad, contaremos las estrellas!
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